Opinión · Del consejo editorial
Nada será como antes
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CARLOS TAIBO
De entre las ilusiones ópticas que se hacen valer en los últimos tiempos entre nosotros hay una que despunta: la que nos sugiere que, una vez dejadas atrás la crisis y la recesión en curso, mal que bien veremos reaparecer el escenario anterior a una y otra, esto es, el escenario de un crecimiento económico bonancible.
Semejante percepción ignora, claro, una de las consecuencias principales derivadas de la acumulación de crisis de orden dispar a la que asistimos. Y es que, junto a la crisis que hemos dado en etiquetar de financiera, hay, en la trastienda, otras mucho más graves. Una de ellas es, sin duda, el cambio climático que, cada vez más agudo y más fácil de percibir en sus diferentes manifestaciones, constituye una realidad que no parece llamada a tener efecto saludable alguno. Otra la configura el encarecimiento, inevitable en el medio y en el largo plazo, de la mayoría de las materias primas energéticas que empleamos. Y una tercera –por dejar las cosas ahí y esquivar una lista más larga– la proporciona el mantenido expolio de los recursos humanos y materiales de los países pobres, expolio en el que sigue asentándose buena parte de nuestra riqueza.
Aun cuando los efectos de la crisis financiera puedan quedar atrás –convengamos en que es difícil que, hablando en serio, tal cosa ocurra en plenitud–, se impone recordar que los de las demás no sólo pervivirán sino que, más aún, habrán experimentado una inquietante aceleración, con lo cual el escenario será visiblemente peor que el que se registraba antes de 2007. Si hay que tomarle el pulso a lo que tenemos entre manos, bastará con echar una ojeada a las estimaciones que instancias públicas y privadas realizan, con periódica regularidad, en lo que atañe a las sumas que será preciso destinar a la lucha contra el cambio climático: a medida que los meses van pasando, los recursos que será necesario invertir para restaurar precarios equilibrios son visiblemente mayores.
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En esas condiciones, y volvamos al argumento principal, pensar que pronto recuperaremos el escenario propio de la bonanza anterior a 2007 es, sin más, equivocarse, y lo es –repitamos lo que antes adelantamos– incluso en el caso, improbable, de que la crisis financiera, por sí sola, no deje insorteables legados negativos. No está de más agregar algo –eso sí– en relación con la última de las crisis que antes sugerimos que se hallan en la trastienda. Tenemos por fuerza que preguntarnos si podemos seguir mirando el mundo desde nuestra eurocéntrica y personalísima percepción, en abierta y orgullosa ignorancia de los problemas de otros. O, por decirlo de otra manera, hora es de preguntarse si resulta razonable aplicar –como lo hemos hecho siempre– la lógica del sálvese quien pueda, aun a sabiendas de los efectos dramáticos que tiene sobre los países del sur. Sobran las razones para concluir, en cualquier caso, que muchos de los habitantes de estos últimos añorarían compartir con nosotros, siquiera fuera unas pocas horas, el peor de los momentos de esta crisis que a nuestros ojos presenta perfiles pavorosos.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política
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