Opinión · Del consejo editorial
El voto distante
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ANTONIO IZQUIERDO
Catedrático de Sociología
La democracia española, al igual que la economía, tiene necesidad de ser más intensiva y más productiva. En otras palabras, necesita incluir a los millones de inmigrantes que residen aquí y, al tiempo, abarcar a los herederos de la emigración que amplían nuestras oportunidades. Por esta vía se enriquece con más ciudadanos que generan nuevas vetas en la vida pública. La democracia no es para el que la reduce y reseca, sino para el que la extiende y vitamina.
Siguiendo esa receta, resulta positivo el acuerdo sobre el voto de los españoles que residen en el exterior. El consenso alcanzado por los partidos políticos sobre este punto es loable. En el Censo Electoral de Residentes Ausentes (CERA), los españoles que viven fuera de España suman un millón trescientos mil y van a elegir 4 o 5 senadores. Serán los representantes de esa España que habita en el resto del mundo y que hasta hoy ponía o quitaba alcaldes en muchos municipios y diputados en algunas provincias.
Cuando se vive lejos decae el interés y la información local, de modo que tiene escaso fundamento elegir al alcalde o al diputado provincial. Y así los ausentes votan en las municipales por consejo familiar, por agradecimiento y en pos de favores. Pero también los hay que con su sufragio desean mantener el vínculo nacional y evidenciar su compromiso con la democracia española o mostrar su acuerdo con un modelo de sociedad. La democracia española es, para los emigrantes, un paraguas que protege y da libertad.
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La democracia no se encierra en las urnas, sino que es una práctica cotidiana de debate público y de acción para mejorar nuestro desarrollo como seres humanos. Y es un hecho que hoy se puede participar con iniciativas que reparen injusticias a través de Internet y desde la distancia. Fue en México donde se gestó la reivindicación de la nacionalidad para los descendientes de mujeres españolas que la perdieron por matrimonio. La calidad de la democracia se puede mejorar desde el exterior.
El dilema no es votar en el origen o votar en el destino. No es el derecho de sangre frente al derecho de suelo. Un buen arreglo es incorporar los dos derechos y definir cómo y dónde aplicarlos. Es un hecho que nos sentimos mejor y más capaces siendo bilingües o trilingües y gallegos, españoles y europeos. El ejercicio de los derechos políticos y la doble nacionalidad suma identidad y no menoscaba la vida de las personas.
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