Opinión · Del consejo editorial
De la masa crítica a la voluntad crítica
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CARMEN MAGALLÓN
Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz
Del 3 al 28 de mayo, delegaciones de 189 países asisten al desarrollo de los trabajos de revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en la sede de la ONU, en Nueva York. Firmado en 1968, el TNP, cuyo régimen es prácticamente universal, pues ha sido firmado por 188 países, ha mantenido la división entre países poseedores –EEUU, Rusia, Reino Unido, Francia y China, las cinco potencias que habían realizado explosiones nucleares antes de 1967– y no poseedores, a los que reconoce el derecho al uso pacífico de la energía nuclear.
Sabiéndose en el centro de las críticas por su programa de enriquecimiento de uranio, el iraní Ahmadineyad, único presidente presente en Nueva York, abogó en su discurso por la reforma del TNP, ya que, a su entender, ha fracasado en sus tres objetivos iniciales: el desarme nuclear, la no proliferación y el uso de la tecnología nuclear con fines pacíficos. Un razonamiento no exento de base, ya que, en estos años, el TNP no logró impedir que otros cuatro países, India, Pakistán, Israel y la República Popular Democrática de Corea (RPDC) pasaran a ser poseedores de armas nucleares situándose fuera del tratado.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y la sociedad civil coinciden en que el objetivo es un mundo sin armas nucleares. En el Foro de Alcaldes por la Paz, que fue fundado por el alcalde de Hiroshima bajo el lema: No amenacéis a nuestras ciudades con armas nucleares, y que hoy reúne a 3.880 ciudades, Ban Ki-moon volvió a presentar su plan de cinco puntos para el desarme nuclear, visible, verificable y basado en obligaciones legales.
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Las ONG centran sus críticas en el mantenimiento de la política de disuasión por parte de los estados poseedores, que sólo ven peligro en que estas armas caigan “en manos peligrosas”, mientras ellos siguen concediéndoles una posición clave en sus estrategias de defensa y poder. Defienden la celebración de una Convención de Prohibición Total, un objetivo que para Jody Williams, impulsora de la campaña que logró la prohibición de las minas anti-persona, no es ni prematuro ni improbable –lo mismo decían del Tratado de Prohibición de Minas–. Lo que no está tan claro es que hoy exista esa voluntad crítica entre las poblaciones del mundo, algo que, de modo análogo a la necesidad de una masa crítica de combustible para lograr un arma nuclear, seguramente se precisa para lograr su prohibición.
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