Opinión · Del consejo editorial
La preferencia nacional
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ANTONIO IZQUIERDO
Catedrático de Sociología
La crisis debiera servir para deshacer ciertos tópicos sobre inmigración y empleo, así como para cuestionar la teoría de la asimilación. Un reciente análisis del Observatorio Andaluz de las Migraciones (OPAM) resulta muy revelador al respecto.
En primer lugar, certifica que nuestro mercado de trabajo practica la “preferencia nacional” de modo muy acusado. No sólo ofrece ventajas a los autóctonos sino que, además, diferencia a los inmigrantes según su origen nacional. La probabilidad de empleo de los nativos es mucho mayor que la de los foráneos y, entre estos, discrimina de más a menos a los africanos, después a los europeos no comunitarios y luego a los latinoamericanos. La buena noticia es que rumanos y búlgaros salen mejor parados de esta quema general. Esto último sugiere que la obtención del estatus comunitario ha protegido su ocupación y que la preferencia nacional acentúa la discriminación de los extracomunitarios.
En segundo lugar, se demuestra que, tanto antes como durante la crisis, los inmigrantes son más vulnerables al desempleo que los españoles. Su condición de extranjeros impera sobre la fuerza igualadora de la formación. En otras palabras, la discriminación nacional ha prevalecido sobre el “capital humano” que atesoran. Lo interesante es que las probabilidades de estar ocupadas de las mujeres rumanas y latinoamericanas se aproximan a las de las nativas, pero no en el caso de las mujeres africanas. En otras palabras, en el empleo femenino, las desventajas achacables a la edad y la educación se igualan, pero el rechazo étnico y cultural se impone.
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El resultado más llamativo es el que cuestiona la teoría de la asimilación progresiva; es decir, aquella que confía en que la antigüedad de residencia neutralice la desventaja inicial de los inmigrantes. El hecho de llevar años viviendo en España no ha servido de escudo protector ante el paro. En sólo dos años, el crédito de la experiencia se ha esfumado. Así, un africano que tenga más de siete años de residencia tiene menos oportunidades de encontrar trabajo que un rumano o un latinoamericano que estén recién llegados.
Estos datos ciertamente no ignoran el impacto que tiene en la
actual tasa de paro de los inmigrantes, que asciende al 30%, su concentración en actividades precarias y poco cualificadas. Pero el análisis niega que el tiempo sea el remedio y desenmascara lo injusto de la preferencia nacional.
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