Opinión · Del consejo editorial
Los sindicatos y Europa
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JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO
Economista
El pasado 29 de septiembre, los sindicatos europeos convocaron manifestaciones y huelgas en toda Europa. Es lógico que estén alarmados ante la general ofensiva tendente a desmontar los derechos sociales y laborales, y en la que se incluye el debilitamiento de los propios sindicatos. Fue una jornada de protesta y de toma de conciencia de la involución que se está produciendo. Pero debería haber sido algo más. Se tendría que haber aprovechado para analizar las causas últimas de este proceso y la parte de responsabilidad que les cabe a las propias organizaciones sindicales.
Cuando se aceptan determinadas premisas, es difícil después oponerse a las conclusiones. El error de los sindicatos europeos –y en mayor medida el de los partidos socialdemócratas– es haber refrendado la construcción de la Unión Europea bajo un diseño neoliberal. La libre circulación de capitales, sin que antes se haya implantado al menos la armonización en materia fiscal, social y laboral, conduce al dumping entre los países y a que la competitividad de las economías se fundamente en la reducción de salarios, en el empeoramiento de las condiciones laborales y en el desmantelamiento de toda arquitectura fiscal progresiva, con lo que las prestaciones sociales, por fuerza, se van deteriorando.
Tal como se ha construido, la Unión Monetaria lleva de forma indefectible a que los ajustes en las crisis recaigan forzosamente sobre los trabajadores y sobre las clases más desfavorecidas. Con una moneda única, los desequilibrios en las balanzas de pagos originados en los países miembros no pueden ajustarse por un realineamiento de los tipos de cambio. El único ajuste posible, en ausencia de los mecanismos de compensación adecuados, se sitúa en el campo de la economía real mediante la recesión y el paro. Los países deficitarios se encuentran inermes ante los movimientos especulativos del capital, ya que se les ha privado de cualquier mecanismo de control de cambios, de moneda propia con la que poder componer la relación real de intercambio y sin un banco central que les respalde. Será difícil que consigan librarse de las presiones de los llamados mercados, cuyas pretensiones son bien conocidas. Estos polvos derivan de aquellos lodos. Y todos los que no queramos el retorno al capitalismo salvaje del siglo XIX haremos bien en empezar a oponernos a los presupuestos que lo causaron.
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