Opinión · Del consejo editorial
El plan que no es de Obama
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JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO
La inercia es muy grande y los intereses, numerosos. Es por eso que el plan Obama se está quedando a mitad de camino o, peor aún, se está transformando en un conglomerado de medidas, unas adecuadas y otras que incluso pueden ser
contraproducentes.
De los dos planes que Obama propone en su operación de salvamento de la economía, el conocido como de estímulo y el rebautizado últimamente como de estabilidad financiera, es el primero el que está teniendo más dificultades para salir adelante, hasta el punto de que el recién elegido presidente de EEUU ha dejado de momento aparcada su pretensión de reclamar más fondos para el segundo, centrándose en la aprobación del primero. Todo ello suponiendo que los conservadores se mostrarán al fin proclives a conceder dinero para la salvación de los bancos, mientras que son renuentes a otorgar créditos para que el Estado intervenga en la economía.
Obama contraataca con un discurso impecable, del más puro corte keynesiano: “Es cierto que no podemos depender sólo del Estado para crear empleos o hacer crecer la economía. Ese tiene que ser un papel del sector privado. Pero en este momento particular, con el sector privado debilitado por la recesión, el Estado es la única entidad con los recursos necesarios para devolver la vida a la economía”. Ahora bien, el keynesianismo ha quedado olvidado en estos 30 últimos años y los principios del neoliberalismo causante de la crisis dominan aún el discurso de la mayoría de los políticos. Parece que sólo una catástrofe económica como jamás se ha conocido será capaz de sacarles del error.
Los conservadores están dando muestras de una gran irresponsabilidad y de no haber comprendido la dimensión de la crisis, y por eso continúan anclados en las medidas de siempre, que son las que en gran parte han sido causantes de la recensión; medidas, eso sí, que juegan a favor de los intereses que defienden. Obama, para lograr que su plan fuese aprobado en el Congreso, ha tenido que introducir importantes recortes en el gasto social y dedicar un 35% de los recursos a disminuir los impuestos. Es decir, se da la paradoja de pretender solucionar el
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desaguisado ocasionado por Bush con sus rebajas fiscales con más rebajas fiscales.
Uno de los factores que se encuentran en el origen de esta crisis económica es la creciente
desigualdad introducida en los últimos 30 años en la distribución de la renta tanto en EEUU como en Europa y en buena medida han sido las reformas fiscales las responsables de este fenómeno. Se han trasladado fondos de las personas con mayor propensión a consumir a aquellas que ahorran una parte considerable de su renta. A las primeras se las ha obligado a endeudarse por encima de sus posibilidades y nadie ha garantizado que el ahorro se haya orientado en la dirección correcta. Lo que menos se necesita en estos momentos son rebajas fiscales, que con toda seguridad se encaminarán en mayor proporción a las rentas altas.
El plan Obama ha chocado con los conservadores y, para ser aprobado, ha sido necesario pagar peaje a los ricos. ¿Qué ocurrirá cuando, como es probable, se demuestre insuficiente y haya que tomar medidas mucho más duras en contra de los intereses dominantes? ¿Hasta qué nivel de deterioro económico estarán dispuestos a resistir?
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Juan Francisco Martín Seco es Economista
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