Opinión · Dentro del laberinto
Veinte
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Margareth Atwood ha conseguido el premio Príncipe de Asturias de las Letras, y nuevamente siento que, tras años de indiferencia, han leído de nuevo mi mente. La Atwood llegó como una bendita lectura universitaria obligada, en la que su voz y la de una pionera canadiense, Susana Moodie, se entremezclaba y actualizaba. Ha sido siempre maestra en leer en lo que no se dijo, y en convertirlo en una pirueta poética. Fue, desde hace años, mi autora internacional preferida, y en el momento presente, una guía acerca de por dónde continuará la ficción. En sus páginas se asoma el lector al futuro, como un augurio del trenzado de las palabras.
La Atwood ha hablado de mitos, y de las pobres doncellas asesinadas por la furia de Odiseo, cuando descubre que se acostaban con los pretendientes de su esposa. Ha inventado el futuro, en el que las mujeres de dividen entre las productivas, las placenteras, las estériles. Ha saltado al pasado, cuando una asesina, Alias Grace, explica con lenta parsimonia su paseo entre el bien y el mal, el asesinato y la vida. Ah, veinte libros leídos y amados de la Atwood convierten su premio en el triunfo que se jalea por unanimidad.
La encuentran joven, un premio amortizado pronto, porque su discurso será maravilloso, y las tesis proliferarán. Si sus editores, que no son tontos, saben aprovechar este momento, Atwood podrá convertirse en la autora mayoritaria que siempre debió ser.
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Recuerdo la lectura de su Asesino ciego, en Noruega, en el lento verano que pasé en Oslo, y cómo en el inglés original las imágenes cobraban una consistencia casi pastosa. Me unían a la lectura de su primer libro, que había conseguido en fotocopias, y que leía en el mes de mayo de Bilbao, en el laberinto de piedra de la Universidad de Deusto, al tiempo que el bocadillo de media mañana. Amamos a los autores que han constituido nuestra madurez, que han conservado una gota de misterio en su carrera. A Atwood la amo, y encuentro mil razones para sonreír en un día que había comenzado siniestro.
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