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Opinión · Desde lejos

Personas como perros

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Durante siglos, los utilizamos como mano de obra gratuita: el tráfico de esclavos hizo que muchos millones de personas

–hasta 60, según algunos historiadores– fueran cazadas como animales en las tierras de África y conducidas a los dominios españoles, franceses, portugueses o británicos en América. Durante muchas décadas, las metrópolis europeas los explotaron además en las colonias que instalaron en sus propios territorios, y esquilmaron sus riquezas.

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Ahora mismo, los países ricos seguimos sacando todo el provecho que podemos del continente africano, marcando unilateralmente el precio de sus cosechas, maltratándolos en las minas de coltán o de diamantes, apoyando a sus gobernantes corruptos, mirando hacia otro lado cuando las luchas por el poder –a menudo instigadas por nosotros– generan baños de sangre y tratándolos como apestosos sin papeles cuando llegan heroicamente hasta nuestro mundo de ricos en busca de una vida mejor.

Mauritania o Marruecos reciben dinero europeo para contenerlos lejos de nuestras fronteras. Pero nuestros gobernantes cierran los ojos ante la realidad: la Policía y los funcionarios de esos países negocian con las mafias que los trasladan como ganado, y cuando los detienen, les roban lo poco que poseen y los conducen al desierto, sin agua ni comida. Y ahora sabemos además que también somos capaces de abandonarlos en el mar y dejar que mueran de hambre y sed. No vemos nada, no oímos nada. En algún lugar secreto de nuestras prestigiosas y humanitarias instituciones sigue estando escrito aquello que defendieron tantos teólogos para justificar la esclavitud: los negros no tienen alma.

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