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Opinión · Artículo del director

El Partido Popular se pasa a la resistencia

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Podr? el PP resistir el espect?culo de Francisco Camps sentado en el banquillo ante un jurado popular??, se preguntan estos d?as algunos dirigentes del partido con despacho en la sede de la madrile?a calle G?nova. El comentario se hace en privado porque la l?nea oficial es la de resistencia cerrada. Para que se llegue a esa temida situaci?n s?lo falta uno de los dos ?escaloncitos? que el propio inculpado, el presidente de la Generalitat valenciana, dice que le faltan por subir para dejar de estar envuelto en esta ?situaci?n absurda?.

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La estrategia del PP, ordenada por el l?der, Mariano Rajoy, para hacer frente a las acusaciones de corrupci?n que afectan a 21 cargos del partido tiene puntos d?biles y alguna fortaleza. El gran error es confrontar con uno de los pilares del Estado de derecho ?la Justicia? a un partido que aspira a gobernar de nuevo. El triunfo es que, a trav?s de esa oposici?n al inicial juez instructor de la causa, que se vio obligado a inhibirse, los conservadores han logrado trocear la causa con la pretensi?n de minimizar costes futuros.

Resulta as? que la instrucci?n de un sumario contra una supuesta red de corrupci?n, que se dedicaba a conseguir contratos financiados con el dinero de todos a cambio de favores a cargos p?blicos, se ver? sustanciada, por partes, en tres instancias: en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en su hom?logo de Valencia y en el Supremo. La raz?n es que varios de los implicados son aforados, y uno, el senador Luis B?rcenas, es el tesorero, el epicentro financiero del partido. La unidad de la causa queda de momento reducida al menudeo, y la investigaci?n del mal uso del dinero de los contribuyentes, postergada al inter?s defensivo de los pol?ticos inculpados.

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El fort?n levantado frente a los jueces choca con la tradicional influencia del PP en el ?mbito judicial. Por eso no parece muy inteligente que los l?deres populares salgan a una para anteponer la palabra de Camps al auto dictado para llevarlo a juicio. Sobre todo cuando parece demostrado que Camps minti?, primero, ante la opini?n p?blica y, luego, ante el juez, al afirmar que hab?a abonado los trajes. Como acusado tiene derecho a mentir en su defensa, pero, al hacerlo, pierde, como pol?tico, el t?tulo de Honorable que le otorga ser presidente.

No deber?a ser esto raz?n para que responsables del PP, en un desbocado intento de salvar la imagen del partido, vengan a decirnos que, si los trajes y otros presentes recibidos por Camps fueron regalos, tambi?n lo son todos los detalles que se obsequian entre amigos. Para no condenar sobornos y perdonar una lata de anchoas, argumentan, es mejor suprimir el delito de cohecho que figura desde hace m?s de 200 a?os en el C?digo Penal. Ya estamos al pie de la teor?a de que hay que aceptar algunos delitos como cosas normales. ?En qu? caj?n est? guardado el c?digo ?tico del partido?

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Para evitar ir a juicio, a Camps y a los otros tres encausados s?lo le queda la vistilla del d?a 15 y el previsible recurso. Llevamos meses de trama G?rtel pero la sorpresa salt? ayer cuando la Fiscal?a solicit? al juez incluir a Francisco Correa y a El Bigotes en la misma causa. De tanto preocuparse por los posibles corruptos nos hab?amos olvidado de los corruptores.

La t?ctica del PP de que todo era un invento le permiti? ganar tiempo para superar dos campa?as electorales. Ahora, seg?n un dirigente, ?ya no hay tanto coste porque no hay urnas a la vista?. Se olvida de que, tras la causa de Valencia, vendr?n la de Madrid, donde se acumula el grueso de imputados, y la del Supremo. Puede que Rajoy a la postre se arrepienta de tantos desfiles de inculpados. Tambi?n corre el riesgo el l?der conservador de que los empresarios que apoyan al PP se cansen de arriesgar el ansiado triunfo electoral ahora que, borrados por la crisis los a?os de esplendor, necesitan mejorar beneficios.

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Espa?a ?ah? est? el PSOE? tiene experiencia sobrada de c?mo la defensiva ante la corrupci?n es una t?ctica dilatoria que lleva sin remedio a la derrota. Pero lo peor de la trinchera cavada contra las corruptelas es que mueve a los ciudadanos a dar la espalda a los pol?ticos. Y esa desconfianza ha convertido a los partidos en c?pulas que se suceden a s? mismas. Se olvidan los dirigentes de que, en una democracia, la pol?tica es patrimonio de la ciudadan?a y, ellos, s?lo unos simples elegidos con fecha de vencimiento.

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