Opinión · Artículo del director
El pacto de Babel
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El debate parlamentario del pasado miércoles abrió la vía a un entendimiento de la mayoría de las fuerzas políticas para hacer frente común contra la crisis. Pero la necesidad de sumar esfuerzos y construir un consenso choca con la hostilidad irreductible del PP, el principal partido de la oposición, a cualquier acuerdo.
Al Congreso acudió el presidente del Gobierno en su peor momento de confianza y respaldo en las encuestas, y salió reforzado por su empeño en buscar una salida responsable a la situación económica que sufre el país. El líder conservador llegó afianzado en el desgaste de su rival, que le promete réditos electorales, para insistir en el discurso del desastre.
No se sabe por qué, Rajoy, que cerró el camino a cualquier pacto, impuso exigencias: más recorte del gasto, negativa a cualquier subida de impuestos y nada de nada sobre despidos o empleo para no pillarse los dedos. Fundamentó su rechazo a los acuerdos en un silogismo que más parece un galimatías: “No puedo hacerme corresponsable (...), yo sería un irresponsable”. Y expresó sus aspiraciones con una confesión de impotencia: “Si yo tuviera los votos, usted no estaría ahí”. Sabia reflexión de los peros que tiene una democracia.
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El peor momento del líder del PP fue cuando se atrevió a pedir los votos del PSOE para desalojar a Zapatero y escurrirse después cuando su rival le retó a presentar una moción de censura. Para lograr la Presidencia del Gobierno sin pasar por las urnas hay que lograr los votos de la mayoría tras defender en el Congreso un programa concreto.
Zapatero se atrajo el sentir de la mayoría con su propuesta de negociar pactos para la creación de empleo, el recorte del gasto público, la reforma financiera y cambios en el modelo de crecimiento. En paralelo a esta negociación política, se seguirá avanzando en la reforma laboral, el pacto sobre el nuevo modelo educativo y la reforma del sistema de pensiones. La Ley de Economía Sostenible sigue semivarada en los despachos.
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La disposición de la mayoría de los grupos políticos a sentarse a dialogar supone un triunfo del Gobierno y un mensaje moral, destinado a los ciudadanos, de unidad frente a los problemas. Pero, aunque el presidente admitió en el debate estar dispuesto a corregir errores, “si los hubiera”, las bases de la negociación llevan impuestos dos condicionantes de la política a la que el Gobierno no está dispuesto a renunciar: se mantendrán los incentivos públicos a la actividad económica y no se recortarán las ayudas sociales.
Los diferentes lenguajes políticos del PSOE y los nacionalistas pueden minimizar el pacto. También puede producirse el no de IU-ICV si percibe una deriva hacia la derecha. Sin embargo, la ausencia del PP de las negociaciones limitaría el alcance del consenso a la actual política de acuerdos de geometría variable que ha desplegado Zapatero en los últimos seis años.
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La política española vive en campaña permanente aunque aún no se ha alcanzado el ecuador de la legislatura. Faltan dos años para las elecciones generales, y en ese periodo pueden suceder muchas cosas. Nadie ha sido capaz de diagnosticar la profundidad de la crisis, pero tampoco hay quien dé por imposible que se inicie una recuperación y que 2011 sea un año de creación de empleo.
Este escenario es el peor para un Rajoy abonado a la teoría del desastre. Con tal política parece estar cosechando votos o, más exactamente, situándose por encima de Zapatero en las encuestas. Ese discurso catastrofista es un lema del partido, como lo demostró el portavoz económico del PP, Cristóbal Montoro, al proclamar sin rubor en la televisión pública que “los bancos españoles están en la ruina”.
Pese a esa posición destructiva, va a resultar muy difícil para Mariano Rajoy dejar la silla vacía en la comisión creada para negociar los pactos, aunque sólo sea para provocar la destrucción de la proyectada torre de los acuerdos. En el PP empiezan a surgir voces discrepantes de que la consigna del “todo se hunde” sea eficaz como exclusivo banderín de enganche electoral.
A buena parte de la sociedad no hay que pedirle sacrificios, porque ya los está realizando. Lo que los ciudadanos necesitan no es sólo conocer la verdad, sino soluciones a los problemas y un ápice de esperanza. Y en esa tarea tiene también que comprometerse el partido que aspira a gobernar, no sea que los votantes acaben por apreciar que sólo le interesa llegar al poder, al precio que sea.
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