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Opinión · Dominio público

Una oportunidad para el cambio

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FANDER FALCONÍ

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La crisis mundial es nuestra oportunidad para profundizar los cambios que requiere Latinoamérica, fortaleciendo los estados nacionales, dinamizando los mercados internos, consolidando y armonizando los novedosos esquemas de integración regional que están naciendo en la región. Un proceso que es posible si se integran nuevos actores a los sistemas económicos, consagrando la soberanía alimentaria, perseverando en nuestros proyectos energéticos, marcando distancias con el dólar y sus crisis recurrentes. En suma, cambiando el paradigma de la dependencia por uno nuevo

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de auténtico desarrollo humano basado en la justicia, en la sostenibilidad ambiental y, sobre todo, en la democracia radical que inspiran el Socialismo del Siglo XXI.

En Ecuador conocemos este objetivo como buen vivir, o sumak kawsay en quechua, una de nuestras lenguas originarias. La contemplación pasiva de esta crisis podría, en el Sur, agudizar la pobreza, agravar la exclusión social, incrementar la degradación ambiental y detener el desarrollo. Y en el Norte, promover la involución de los derechos humanos, exacerbar el racismo y detener el progreso. Todo esto afectaría a la democracia.

A esto nos conduce la cosmética respuesta dada por el G-20 cuando propone entregar 850 mil millones de dólares al FMI, a una institución probadamente deficiente, sin antes intervenir en sus caducos procedimientos, sin eliminar las cláusulas de condicionalidad que atentan impunemente contra la soberanía de los países del Sur. O la de los voceros del statu quo en el Norte, que pretenden que el sesgo de la Organización Mundial de Comercio a favor de las transnacionales siga siendo el pan diario en las negociaciones comerciales.

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El presidente de Ecuador, Rafael Correa, propuso hace escasos meses en San Salvador una nueva arquitectura financiera regional que entonces sonó imprudente y desproporcionada. Resulta que sus mismas ideas ya han sido replicadas por la Comisión Stiglitz y secundadas por China y, de alguna manera, por Rusia. Incluso el G-20 las recogió en el show mediático montado en Londres.

Nuestra propuesta se basa en tres elementos. El primero, una gestión transparente y democrática, con responsabilidad proporcional y equitativa. El segundo, la construcción simultánea de un nuevo proceso de integración basado en la creación del Banco del Sur como núcleo de una red alternativa de banca de desarrollo; el fortalecimiento de un sistema de banca central regional articulado a un sistema continental de pagos y a un fondo común de reservas, y un sistema monetario común vinculado a un sistema de derechos regionales de giro y a una moneda electrónica regional, para dotar de coherencia a los dos procesos previos. El tercer elemento es la operabilidad técnica y eficiente, orientada hacia un nuevo tipo de desarrollo y de relaciones entre estados, empresas capitalistas y el heterogéneo conjunto de economías populares que forman la base de la economía social y solidaria.

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América debe negociar tratados comerciales para el desarrollo que garanticen nuestras soberanías alimentarias y energéticas, nuestras industrias, el comercio justo, la inserción de nuevos actores sociales, el control de las transnacionales y el derecho a la salud de nuestros pueblos para no condenarlos a la exportación primaria, como ocurre con los TLC.

Debemos redefinir un nuevo escenario para conducir armónicamente las relaciones financieras y comerciales. Un escenario explícito que garantice nuestras soberanías alimentarias, no esa ambigua seguridad alimentaria en la que medran impunes los especuladores de Wall Street sin que les importe si nuestros pueblos padecen hambre o se esquilman sus ecologías.

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Los países del Sur –América, Asia y África– no somos los principales causantes de la acumulación de gases de efecto invernadero. El Gobierno de Ecuador ha asumido decididamente la lucha contra el cambio climático. Para reducir la tasa de deforestación impulsamos un programa que involucra a los propietarios y comunidades en la protección de sus bosques. Esperamos contribuir a evitar la emisión a la atmósfera de 25 millones de toneladas de CO2 anuales.

Y lo más importante, hemos presentado a la comunidad internacional el Proyecto Yasuní-ITT para impedir la extinción de dos comunidades no contactadas y evitar el riesgo de destrucción de una de las zonas de mayor biodiversidad de la Tierra. Esta iniciativa anticipa los esquemas ambientales postKioto, por medio de la cual el Ecuador renuncia voluntariamente a su derecho a explotar casi 900 millones de barriles de crudo pesado, con lo cual se evitará emitir a la atmósfera unos 410 millones de toneladas de carbono.

En diciembre pasado, la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo resolvió demandar el fin del bloqueo a Cuba iniciado hace 47 años. La Asamblea General de la ONU ha pedido lo mismo en 17 resoluciones. Cuba no está aislada, pese al bloqueo económico, comercial, financiero, migratorio e informático con el que se ha pretendido castigarla. Con la inminente reanudación de las relaciones diplomáticas de Costa Rica y El Salvador sólo quedará un país sin relaciones: EEUU. Podemos preguntarnos quién está realmente aislado.

Si realmente América va a iniciar un nuevo período de relaciones, cimentadas en la confianza y en el respeto mutuo, es imprescindible terminar con los anacronismos heredados de la Guerra Fría. Es lo mínimo que requerirán nuestros inminentes diálogos sobre derechos humanos y los problemas de libre movilidad humana que aquejan a nuestros emigrantes, por quienes estamos trabajando decididamente dentro y fuera del Ecuador.

Falder Falconí es  Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Ecuador

Ilustración de Álvaro Valiño 

 

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