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Opinión · Dominio público

De qué comercio justo hablamos

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 CARLOS BALLESTEROS

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Según el Observatorio Cetelem 2007 de la Distribución, el consumidor de hoy día es mucho más exigente sobre los productos que compra y se preocupa cada vez más por la calidad y la seguridad de los productos que adquiere. Con el desarrollo de las nuevas tecnologías está cada día más y mejor informado sobre los productos que adquiere. Las principales inquietudes de los españoles serían la preservación del medio ambiente, las desigualdades sociales, la financiación de las pensiones y el coste de los servicios sanitarios. Una afirmación impactante –por lo que de revolucionaria tiene para los no iniciados en el mundo del comercio justo– es que para algunos consumidores “la calidad estaría también relacionada con la procedencia del producto”.

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Sin embargo, a la hora de la compra real (no de las intenciones) tan sólo el 13% de los ciudadanos se interesan por averiguar en qué país y en qué condiciones se ha fabricado el producto que va adquirir, mientras que cerca del 29% no se lo ha cuestionado nunca. Para casi la mitad de los entrevistados el comercio justo pasará a ser “un comportamiento más del consumidor” entre la gran oferta que le brinda el mercado. La mayoría de los españoles no conocen el comercio justo o tienen una definición errónea del tema. Sólo una minoría sabe que se trata de algo relacionado con la mejora de las condiciones de vida de los habitantes del sur, mientras que es curioso observar cómo está arraigada la identificación de “precio justo” en relación a “ajustado” y no tanto al de justicia.

El comercio justo en España, superada ya la década de existencia en nuestro país, con un cierto desarrollo por lo que se refiere a la creación de iniciativas locales y de importadoras de productos, tiene un incierto futuro en lo que respecta a sus objetivos y a la línea a seguir para su implantación social. En este sentido, es muy impactante el incremento de ventas a través de la comercialización en grandes superficies, pero para algunos –entre los que me encuentro– este crecimiento es puramente comercial y va en menoscabo de los verdaderos postulados del comercio justo como alternativa real a un sistema económico injusto.

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Según las estimaciones de las organizaciones de Comercio Justo (Anuario SETEM 2008), entre 2000 y 2007 las ventas de este sector han crecido, irregularmente, un 14,2% con picos anuales importantes (frente a 2001, en 2002 crecieron un 24,3%), habiendo obtenido en 2007 una facturación cercana a los 17,3 millones de euros. La mayoría de los clientes de este tipo de comercio sabía a lo que iba, aunque algunos entraron simplemente porque el escaparate era atractivo, los productos bonitos o les gusta el sabor del chocolate que se vende en esa tienda.

Ambos comportamientos, si bien reportan ingresos a estas organizaciones, no son igual de responsables y lo que se pretende es convertir a este segundo tipo de comprador en un comprador informado y consciente de lo que compra. Si no fuera así, mañana podría gustarle más el escaparate de enfrente, los productos de la competencia o el chocolate de una gran multinacional, que no ofrecerá a priori garantías sociales.

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Para muchos de los que hacemos del comercio justo una de nuestras principales banderas bajo las que militar, el papel de una organización de comercio justo es el de demostrar la viabilidad propia, así como la posibilidad de un marco de economía social internacional, en el que los productores aseguren la sostenibilidad de su actividad económica sin hacer renuncias sociales y los consumidores conscientes desarrollen un papel activo. No se trataría, pues, de la mera venta de productos solidarios en que tiene el peligro de convertirse, sino de realizar una práctica global justa, asumiendo que toda la actividad comercial responda a los criterios de comercio justo y/o de economía social.

En este sentido quería compartir con ustedes, lectores de un periódico abierto y crítico, mis reflexiones y mi toma de postura acerca de un comercio justo en el que el componente sensibilizador, educador y transformador esté muy por encima de lo puramente comercial. Cierto es que, como dicen los defensores de la venta del producto en cualquier canal, las ventas aumentan y se favorecen más familias de este pago justo, pero ¿no estaremos también favoreciendo y potenciando el modelo económico que decimos combatir? ¿No estaremos actuando como acallaconciencias indoloros?

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Los esfuerzos de las organizaciones de comercio justo por importar, distribuir y comercializar productos de organizaciones populares del sur son sólo una parte de la lucha por cambiar las injustas estructuras del comercio internacional. Pero el tema va más allá: el movimiento de comercio justo debe denunciar también a las grandes multinacionales transformadoras, a las grandes empresas distribuidoras y a las grandes cadenas de comida, que están llevando a la ruina a los pequeños agricultores de todo el mundo. Por eso no comparto el planteamiento de sellos de comercio justo que, como FLO-Internacional, que está implantándose en España a pasos agigantados, sólo se centran en las condiciones de los productores del sur pero aceptan que su café se venda en establecimientos de comida rápida/basura o que sea distribuido por grandes multinacionales.

A lo largo de esta semana, en la que hemos estado celebrando el Día Mundial del Comercio Justo y en la que el Parlamento Europeo acaba de adoptar la comunicación Contribuciones al desarrollo sostenible: el papel del comercio justo y el comercio no gubernamental en el afianzamiento de relaciones sostenibles, considero que es necesario que nos sentemos a reflexionar y debatir hacia dónde debe ir el comercio justo.

Carlos Ballesteros es  Profesor de Comportamiento

del Consumidor de la Universidad Pontificia Comillas (ICADE)

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