Opinión · Dominio público
Anticapitalistas: vamos en serio
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ESTHER VIVAS
Las elecciones del próximo 7 de junio vienen marcadas por una crisis económica, social y ecológica que ha puesto al descubierto el verdadero rostro del actual sistema económico, cuya brutalidad e incapacidad para construir una sociedad en la que todos los hombres y mujeres vivan dignamente es hoy más cierta que nunca.
Frente a esta crisis global, la urgencia de cambiar el mundo de base apremia. Anticapitalismo es el término que se ha ido imponiendo para designar este horizonte de ruptura y rechazo al actual orden de cosas. A menudo se señala críticamente el carácter negativo del concepto. Es sólo una verdad a medias, pues el anticapitalismo, tal y como lo entendemos, es la base para formular y realizar propuestas alternativas a las políticas dominantes que apuntan hacia otro modelo de sociedad.
Se empieza por el rechazo a lo existente para pasar después a la defensa de otra lógica opuesta a la del capital y la dominación, y a formular medidas de urgencia frente a la crisis, como, por ejemplo, la prohibición de los despidos y los ERE; la jornada laboral de 35 horas; la reivindicación de un salario mínimo y unas prestaciones por desempleo de 1.200 euros que permitan vivir dignamente; servicios sociales 100% públicos; el derecho al aborto libre, gratuito y en la Sanidad pública; la creación de una banca pública bajo control social; la abolición inmediata de los paraísos fiscales; la expropiación de las viviendas vacías; la creación de un parque público para alquiler social; y la apropiación pública del sector energético para hacer frente al cambio climático.
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Los límites del término anticapitalismo son, en cierta forma, los límites de la fase actual, todavía de resistencia y de (re)construcción, marcada por la dificultad para expresar una perspectiva estratégica en positivo y para afirmar tanto una perspectiva revolucionaria de transformación como un horizonte de sociedad alternativo. Hacen falta todavía nuevas experiencias fundadoras para descubrir y aprender nuevos conceptos o recuperar los que se forjaron en el pasado.
La urgencia y necesidad de transformar el mundo contrasta vivamente con la inconsistencia política y la falta de credibilidad moral de la izquierda institucional. Esta carece hoy en día de utilidad real para representar un proyecto de cambio social. Los partidos socialdemócratas europeos se han adaptado desde hace tiempo a los intereses del gran capital y han tejido fuertes lazos con sectores empresariales. Y la mayoría de las formaciones con presencia institucional situadas a su izquierda se han convertido en fuerzas desconectadas de las luchas sociales, sin cultura democrática interna, burocratizadas y subalternas al social-liberalismo.
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Lejos de resignarnos a aceptar esta situación, es necesario levantar un proyecto portador de una agenda de ruptura con las políticas actuales y que sea útil como instrumento para transformar la sociedad. Junto con el fortalecimiento de los movimientos sociales, que es nuestro compromiso permanente, y la autoorganización en los barrios, centros de trabajo, estudio..., es la hora de dar pasos adelante, aprendiendo mientras caminamos, en la construcción de una alternativa anticapitalista que dé voz a quienes no la tienen y que desafíe a quienes hoy monopolizan la representación política.
Esta debe estar basada en una perspectiva estratégica de ruptura con la lógica del capital, el compromiso con las luchas sociales y que no conciba la política como una profesión. Debe tener en el centro de sus preocupaciones la necesaria ruptura con el actual modelo de producción, distribución y consumo, que vaya más allá de los meros retoques cosméticos que nos propone el “capitalismo verde” y el combate contra cualquier forma de opresión y dominación por razones de género, opción sexual, nacionalidad o cultura. Y, hoy más que nunca, debe hacer de la lucha contra la xenofobia de Estado y del internacionalismo una tarea cotidiana.
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Ante la Europa del capital es necesario contribuir a europeizar las resistencias, coordinar las luchas a escala continental a través de iniciativas como el Foro Social Europeo o de las eurohuelgas y euromovilizaciones en algunas empresas o sectores determinados (como, por ejemplo, las de los trabajadores portuarios).
La izquierda anticapitalista tiene ahora ante sí el reto de avanzar en la formulación de una estrategia y un programa continental y en la articulación de un polo anticapitalista europeo alternativo a la izquierda social-liberal y sus subalternos. Este es el objetivo común compartido, desde realidades dispares, por fuerzas como el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia, la Sinistra Critica en Italia, el Bloco de Esquerda en Portugal, la Izquierda Anticapitalista en el Estado español y muchas otras. Mediante encuentros y conferencias se ha ido dibujando un espacio anticapitalista europeo, todavía en gestación, orientado a la ruptura con el actual modelo de integración europea.
No hay fórmulas mágicas para construir la izquierda que anhelamos, ni vías rápidas que permitan quemar etapas, ni modelos para copiar. Pero contamos con experiencias en algunos países europeos que pueden servirnos de referencia. El gran desafío es articular un referente político atractivo para sindicalistas combativos y activistas sociales, desengañados o desconfiados en cuanto a la organización política. Esta vez, el día 7, es posible romper con el dilema de votar instrumentalmente por el mal menor o quedarse en la abstención escéptica o resignada. Porque, sin duda, para que otro mundo sea posible, otra izquierda es imprescindible.
Esther Vivas es cabeza de lista de Izquierda Anticapitalista en las elecciones al Parlamento Europeo.
Ilustración de Iker Ayestarán.
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