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Opinión · Dominio público

De terrores y terrorismo

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Augusto Zamora R.

Profesor de Relaciones Internacionales

En el año 2002, el Departamento de Estado de EEUU registró oficialmente199 atentados terroristas, con un total de 725 muertos. En 2014, el registro oficial dio cuenta de 13.463 atentados con 32.727 muertos. El número de atentados se había multiplicado por 70 en doce años y el número de víctimas mortales por 45. ¿Qué había pasado en esos doce años que van de 2002 a 2014? Lo que es de conocimiento público. Las invasiones y destrucción de Afganistán e Iraq, la agresión criminal y destrucción de Libia y la guerra abierta contra el gobierno de Siria y la destrucción del país. En medio, intervenciones armadas francesas en Chad y Costa de Marfil y, las últimas, en la República Centroafricana y Mali, en 2013. Más lejanas, la fallida operación de EEUU en Somalia (1992) y el bombardeo gratuito de Sudán por EEUU en 1998, so pretexto de destruir bases terroristas y lo que destruyó fue la única fábrica de medicamentos de Sudán. De fondo, más de 60 años de sufrimiento, humillación y muerte del pueblo palestino a manos de Israel, país gendarme de Occidente, con licencia para todo, desde ocupar territorios hasta asesinar niños, torturar y bombardear con total impunidad.

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Pero hay más, no por olvidado aquí, menos importante. Entre noviembre y diciembre de 2004, el Ejército estadounidense lanzó una ofensiva brutal para ocupar Faluya, en manos de la resistencia iraquí. El resultado final fue la casi total destrucción de la ciudad y más de 5.000 muertos, la mayoría mujeres y niños. Antes del asalto a Faluya, un sargento de la Marina declaró a Channel 4 News: “Vamos a dar rienda suelta a todas las atrocidades del Infierno, a todas ellas… Ni siquiera saben lo que les espera. ¡El Infierno se acerca! Si allí viven civiles se encuentran en el lugar equivocado en el momento equivocado”. El caso de Faluya hizo recordar otro similar, la aldea de Ben Tre, en Vietnam, en 1968. Tras su aniquilación, el oficial estadounidense al mando afirmó: “Tuvimos que destruir la aldea para salvarla”. En marzo de 1968 fue la matanza en la aldea de My Lai. 504 civiles fueron asesinados por soldados de EEUU. “No era difícil encontrar gente para matar, estaban por todos lados. Les corté la garganta, las manos, la lengua y el cuero cabelludo. Muchos soldados lo hacían y yo lo hice también”, declaró después uno de los participantes de la masacre de My Lai.

Viene esto a propósito de uno de los episodios más atroces de la invasión de Afganistán: en noviembre de 2001, unos 5.000 talibanes se rindieron a tropas de EEUU y de sus aliados uzbekos en la ciudad de Kunduz. La suerte de los prisioneros fue terrible. Unos 500 fueron masacrados en la prisión de Mazar-i-Sharif. Otros 3.000 fueron torturados y asesinados en los días siguientes. Estos hechos fueron documentados por el cineasta irlandés Jamie Doran, en su documental Afghan Massacre – The convoy of Death, presentado incluso en el Parlamento Europeo, en 2002. En el documental puede verse el sitio desértico donde arrojaron los cadáveres, lleno de cráneos, ropa y huesos humanos. Un soldado afgano, testigo de la matanza, afirmó que “cortaron dedos, lenguas, cortaron su pelo y barbas. A veces lo hacían por placer; llevaban a los prisioneros afuera y los golpeaban y luego los retornaban a la prisión. Pero a veces nunca volvían y desaparecían, el prisionero desaparecía. Yo estuve ahí”. No pasó nada. No hubo investigación, ni sanciones ni, menos aún, juicios para esclarecer los crímenes. (A propósito, la costumbre de cortar el cuero cabelludo la inventaron los blancos en el siglo XIX, que cortaban la cabellera de los indios muertos para guardarla como trofeo. Los indios, en venganza, pasaron a hacerle lo mismo a los blancos que mataban).

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Deben los europeos quitarse la venda perversa que han dejado conceptos ideológicos no menos perversos como “injerencia humanitaria” o “deber de intervención” para entender lo que han sido y son políticas neo-imperialistas y neocolonialistas, con los derechos humanos y la democracia convertidos en pretextos para avasallar a países indefensos (nadie invadiría Corea del Norte, que tiene armas atómicas), guiados por intereses geopolíticos. También la idea de que las tropas invasoras occidentales actúan como hermanitas de la caridad. La impunidad que caracteriza las operaciones militares de la OTAN ha impedido –y sigue impidiendo- investigar a fondo incontables crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad perpetrados en los países invadidos o intervenidos. Si tal se hiciera, ex jefes de estado, mandos militares y miles de oficiales atlantistas habrían tenido que comparecer ante el Tribunal Penal Internacional.

El terrorismo es abominable. Nadie, con un poco de sentido moral y de justicia podría justificar tal crimen. Dicho esto, debe reconocerse, por una parte, que el terrorismo es fenómeno de geometría variable y que el que más daño causa es el terrorismo de estado. Por otra, que organizaciones indefendibles como el Estado Islámico beben de fuentes llenas de humillaciones, atropellos, matanzas e invasiones producidas por manos occidentales. No es gente que cae, sin más, en la locura y se pone a matar inocentes porque sí (ese fenómeno es casi patrimonio de EEUU). El terrorismo islamista tiene orígenes claros y también claros responsables, por más que quiera negarse lo evidente.

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El terrorismo ha pasado, en escasas dos décadas, de ser problema residual en general (salvo países concretos, como España con ETA), a ser uno de los grandes problemas mundiales, aunque este término sea excesivo. La verdad es que la práctica totalidad del problema terrorista se concentra en el área que va de Afganistán al Magreb y en un grupo de países occidentales implicados en agresiones armadas en esta extensa región. En el resto del mundo (Latinoamérica, Oceanía, sur de África, Canadá) es inexistente.

El presidente Hollande ha dicho que los atentados de París son actos de guerra. Puede que sí; pero hay que recordar que fue el presidente George Bush Jr. quien declaró esa guerra. La inició con la invasión de Afganistán, continuó con la de Iraq, siguió en Libia y ahora se encuentra en Siria. Y no puede decir la OTAN que haya ganado esas guerras. Salieron por piernas de Afganistán e Iraq, Libia es semillero de caos y terrorismo y en Siria toparon con un muro, que la acción de Rusia ha inclinado a favor del gobierno.

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Europa se siente bajo amenaza terrorista y lo está. La cuestión es cómo enfrentar el problema, olvidando de una vez las fallidas políticas belicistas, que más bien lo han potenciado a niveles extremos. Como todo problema, resulta imprescindible ir a sus raíces, porque sólo atacando sus causas pueden hallarse soluciones de largo plazo. No obstante, atacar el problema en su raíz implica un cambio drástico de políticas y una nueva conducta hacia una serie de países y situaciones. Sin nuevos enfoques políticos se estaría no sólo avocándose a nuevos fracasos, sino que podrían darse nuevos pretextos a los movimientos terroristas. De entrada, debe aceptarse el fracaso de las políticas de fuerza, como se ha demostrado en Afganistán e Iraq. Y la profundidad en el cambio de políticas sería la medida de si, efectivamente, se quiere acabar con el terrorismo.

El primer problema a resolver es el palestino, que es el origen último de los conflictos en Oriente Próximo y Medio. Debe imponerse a Israel la creación del Estado Palestino, obligándole a cumplir las resoluciones de NNUU, desocupar Cisjordania, demoler el muro ilegal y a poner fin al asesinato, la tortura y la cárcel con que castiga diariamente al pueblo palestino. ¿Cómo se hace? Imponiendo sanciones, prohibiendo el comercio, cerrando rutas aéreas… Israel sólo entiende de fuerza y sin una aplicación firme de sanciones no pondrá fin al estado de terror instaurado. Pero… ¿quién se atreverá con el todopoderoso lobby judío en EEUU? ¿Quién le va a poner el cascabel a ese gato?

Otra medida es obligar a Turquía, Arabia Saudí y Qatar, principalmente, a que pongan fin al apoyo a grupos terroristas como el Estado Islámico y Al Qaeda. Terminar con la hipocresía de decir que se combate el terrorismo, al tiempo que se mantienen amplias y generosas relaciones con los países que lo financian y fomentan, EEUU incluido. La acción rusa en Siria ha sido demoledora al desnudar el doble rasero atlantista. En menos de dos meses de operaciones, la aviación rusa ha causado más daño a grupos terroristas en Siria que dos años de falsas acciones de la coalición encabezada por EEUU. La única explicación posible a los exitosos resultados de Rusia es que la cacareada coalición no hacía nada y por eso el Estado Islámico y otros grupos campaban a sus anchas. Ahora bien, ¡qué problema para Occidente! Los países árabes del golfo, además de ser los principales surtidores de petróleo de Europa, son los principales compradores de armas y de clubes de fútbol, además de joyas, vehículos, perfumes y etc., de las más lujosas marcas europeas. Turquía, por su parte, es el muro de contención, la barrera que separa a Occidente de Oriente ¿Quién sancionará a Arabia Saudita? ¿Quién a Turquía?

Hay que promover auténticos sistemas democráticos, que permitan a los pueblos musulmanes canalizar pacíficamente sus opciones políticas. Suena muy bien, pero… ¿Qué se hace cuando ganan las elecciones partidos islamistas? En 1992, en Argelia, ganó limpiamente el Frente Islámico de Salvación. La respuesta fue un golpe de estado (aplaudido por Occidente) y una guerra brutal que dejó 250.000 muertos. En Egipto, en 2012, ganaron los Hermanos Musulmanes. El ensayo democrático terminó en 2013, con otro golpe de estado y con el presidente electo preso y condenado a muerte. ¿No eran las primaveras árabes el triunfo de la democracia? Entonces, ¿por qué los atlantistas aplaudieron el golpe militar en Egipto? ¿No huele Europa a algo sumamente podrido?

El terrorismo en un gravísimo problema, pero, dada la falta real de voluntad para combatirlo, cabría pensar que cumple una función. Da, por ejemplo, sentido a la enorme maquinaria militar occidental. Justifica la existencia de la OTAN, la invasión de países, el bombardeo de ciudades. Hagamos una penúltima pregunta: ¿Le interesa realmente a Occidente acabar con el terrorismo internacional? ¿Realmente le interesa?

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