Opinión · Dominio público
Las dos muertes de Shangay Lily
Dramaturgo
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Leo Bassi
Dramaturgo
No es tarea fácil escribir la necrología de una persona amiga muerta hace pocas horas. El impacto de la noticia entorpece la propia reflexión cuando la amistad y la cercanía intelectual me piden, al contrario, la máxima agudeza mental para honrarla.
Hasta la noticia misma de su muerte me produce una sensación profundamente contradictoria: a la vez normal y esperada porque sabía de la gravedad de su enfermedad, pero terriblemente chocante por su brutalidad e improcedencia. Shangay era una persona valiente, extraordinariamente valiente, y nunca en mi presencia buscó consuelo o conmiseración frente al mal que le atacaba desde dentro. Era una persona fuerte.
Escribiendo estas líneas veo que utilizo la palabra "persona" y no "hombre" o "mujer"; y me doy cuenta que esa ha sido mi manera de ubicar a Shangay en mi mente desde siempre.
Éramos muy parecidos en muchos aspectos y su manera de pensar era tan cercana que su apariencia física, hombre o mujer, era un factor anecdótico para mí. Estoy convencido de que, por su parte, Shangay era perfectamente consciente de mi actitud y quizás por eso fuimos amigos, y no por la obligación de mantener una cercanía entre nosotros, entre los personajes públicos que los dos hemos ido construyendo a lo largo de nuestras carreras.
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Cuando hablo de las dos muertes de Shangay Lily me refiero precisamente a este aspecto de nuestras vidas.
Para la mayoría de la gente, Shangay era un provocador, un dragqueen en un país donde el ministro del Interior condecora a las vírgenes. Esta imagen de la Diva de Hollywood, una Marlene Dietrich en su apoteosis a bordo del Shangay Expresss, la Femme Fatale fetiche de la lucha LGTB era a la vez auténtica, esencial, una emanación directa de la “persona” Shangay, pero también una construcción artística, una mascara, un títere creado por alguien llamado Enrique Hinojosa Vázquez. Los dos han muerto en paralelo, en dos mundos diferentes.
Para confirmar el hecho de que dos personas cohabitaban en el mismo cuerpo, tengo a admitir que para escribir estas líneas he tenido a buscar su nombre verdadero en Internet.
Hacía 15 años desde que nos conocíamos. Hemos compartido luchas, escenarios, camerinos, plazas, cenas... Hemos tenido miedo juntos por ser diana de la ira de los mismos obtusos violentos... ¡Y no conocía su nombre!
Para mí, Shangay era Shangay. Era evidente que albergaba otra realidad pero no necesitaba conocerla. La persona inteligente, irreverente, divertida, humanista, el Bufón llamado Shangay me bastaba. Y, por pudor o por placer, nunca he querido poner en duda su álter ego.
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Esta Shangay Lily ha muerto e iré al tanatorio a llorarla.
Sin embargo, y a pesar de lo que acabo de decir, sabía que en ese cuerpo rechoncho de 50 años, hogar sensual de una persona libre, había un niño atormentado.
Quizás por haber vivido yo también a la sombra de un personaje público creado a medida como caricatura de uno mismo, tengo esta capacidad involuntaria de percibir detalles en el carácter de la gente. Y con Shangay, involuntariamente, notaba dolor.
No quería sentir eso y, seguramente, Shangay en ningún momento ha querido comunicarlo, pero estaba presente.
Pienso que es la clave para entender cómo este icono del “glamour” y de la frivolidad podía ser al mismo tiempo un activista convencido y un comentarista político tan contendiente. Nunca me ha hablado de su infancia pero me imagino que ser una niña en un cuerpo de niño en Málaga en los años 60 y 70 no fue una experiencia fácil.
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Vivir en primera persona las injusticias y las violencias, tocar el lado obscuro de una sociedad hipócrita, ser víctima de unas convenciones obsoletas cuando uno está creciendo y descubriendo el mundo deja huellas profundísimas.
Sospecho que la pequeña Enrique Hinojosa Vázquez tendió a buscar en los más profundo de su ser la fuerza para resistir. Y, años más tarde, es esta energía que la ha llevado a ser tan transgresora. Pero hay más.
Cuando has conocido en tu carne el dolor de verdad y consigues sobrevivir, hay ciertas personas que son capaces de transformar ese dolor en compasión y de utilizarlo para ayudar a los demás. Shangay fue uno de estas personas.
En sus luchas políticas por la libertad y la dignidad sexual, en su cruzada atea en contra de las mentiras de las religiones, en su defensa de los pueblos oprimidos y en su rechazo frontal de las miserias burguesas y de la falsa progresía. En todos estos aspectos reside su grandeza.
Sólo las grandes almas consiguen trascender su proprio sufrimiento para abrirse a los demás.
Así pues, adiós a la otra Shangay Lily, adiós a la Enrique Hinojosa Vázquez.
Echaré de menos tus artículos y comentarios implacables por la coherencia de tu visión y la valentía de tus posiciones.
Echaré de menos tu generosidad en la batalla por la justicia.
Echaré de menos tu sentido del humor y tu locura.
Tu amigo,
Leo Bassi
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