Opinión · Dominio público
Política y publicidad en Francia
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TONI RAMONEDA
Las recientes elecciones regionales francesas se pueden resumir (si dejamos de lado el resultado de la extrema derecha, siempre desagradable pero corriente en este tipo de elección) del siguiente modo: una victoria del Partido Socialista (PS), una derrota de la UMP (partido presidencial) un buen resultado de Europe Écologie (la llamada ecología política de la que forma parte Daniel Cohn-Bendit) y una abstención (49%) que es la más alta registrada en Francia en unos comicios de este tipo (34% en 2004).
El presidente Nicolas Sarkozy ya había anunciado que las consecuencias serían mínimas en su Gobierno: a elección regional, consecuencia regional, afirmó durante la campaña electoral ante lo que ya se perfilaba como una derrota de su partido. Así pues, no es en el Gobierno, salvando algunos retoques estéticos, sino en los ámbitos de la oposición donde las consecuencias son más relevantes. Dos personalidades han saltado a la palestra: por un lado, Daniel Cohn-Bendit, y por el otro, el antiguo primer ministro Dominique de Villepin.
El primero lanzó, el lunes siguiente a la elección, el llamado manifiesto del 22 de marzo.
Cohn-Bendit se dirige tanto al movimiento ecologista al que pertenece como a los distintos simpatizantes de las diferentes izquierdas que existen en Francia (desde el movimiento anticapitalista de Olivier Besancenot y el frente de izquierdas de Jean-Luc Mélenchon hasta el propio partido socialista) y lo hace, mediante una página web (europeecologie22mars.org) y una tribuna en el periódico Libération, para proponer una estrategia a la vez electoral y política. Por un lado sugiere que la izquierda empiece desde ahora a unificarse, adoptando como núcleo el movimiento verde, para que las distintas corrientes que la encarnan puedan reconocerse en ella cuando lleguen las elecciones presidenciales dentro de dos años. Por el otro, y es la vertiente política de su manifiesto, sugiere que esta unión se haga en dos etapas. En una primera etapa habría que debatir, hacer propuestas y determinar puntos de unión y de discordia, delimitar también aquellos aspectos a los que cada una de las tendencias no está dispuesta a renunciar. Por ello, afirma Cohn-Bendit, la participación en el debate no requiere dejar de lado su propia identidad política sino que, al contrario, se trata precisamente de construir un discurso común a partir de cada una de estas identidades. En una segunda etapa se podrá, asegura el líder ecologista, presentar este discurso común y comprobar si alguno de los líderes políticos que deseen presentarse a la elección presidencial es capaz de asumirlo.
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La propuesta de Cohn-Bendit articula, en efecto, los dos pilares de la izquierda política: la identidad y la participación. Se trata de utilizar la fuerte dosis identitaria de los partidos políticos minoritarios y el discurso participativo en el que también se reconoce una parte de la socialdemocracia (Ségolène Royal, por ejemplo) para crear un movimiento colectivo en el que cada cual se sienta un pilar importante del conjunto.
El segundo líder político, Dominique de Villepin, ha anunciado que lanzará un movimiento de derechas como alternativa al llamado sarkozysmo. Lo que desde la derecha se le reprocha a Sarkozy, además de su insistencia en integrar en el gobierno a personalidades de otras sensibilidades políticas, es su discurso vacío de contenido ideológico. Y es que el discurso de Sarkozy, a la vez liberal y proteccionista, pretende articular el liberalismo neo-conservador con la tradición social del republicanismo francés. Lo que ocurre es que entonces, en vez de buscar en la religión su sustento moral, Sarkozy lo hace en la tradición laica francesa, y ello conlleva la sacralización del laicismo y, por lo tanto, su perversión. La derecha tradicional francesa, conservadora y laica a la vez, se siente, de este modo, engañada. Hasta ahora, Nicolas Sarkozy se escudaba en la ideología de la eficacia para mantener unido al partido presidencial, pero la crisis económica, la derrota electoral y la dificultad para llevar a cabo las reformas que había prometido han minado este crédito político. Dominique de Villepin se aprovecha de ello para anunciar el lanzamiento de su movimiento político el 19 de junio de 2010, es decir, al día siguiente del 70 aniversario del “appel du 18 juin” (la alocución del general de-Gaulle desde Londres llamando a los franceses a la resistencia). A Villepin, gaullista notorio, le basta con retomar sus símbolos para afianzar su identidad política.
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Pero a estas dos consecuencias habría que añadir, de hecho, una tercera: Ségolène Royal se apresuró, desde la misma noche electoral y amparada en su resultado arrollador (61% de votos) en retomar el protagonismo político. Primero en una rueda de prensa previa a la de la secretaria general de su propio partido (Martine Aubry), luego ausentándose de la reunión mantenida por todos los futuros presidentes regionales socialistas y al fin en una entrevista exclusiva para la cadena TF1, y todo ello en apenas cuatro días.
Así, parece como si estas elecciones regionales y con fuerte abstención hubieran tenido el mérito de plantear una cuestión delicada: ¿quiénes somos políticamente? Tenemos que construir nuestra propia identidad de izquierdas, nos dice Cohn-Bendit. Sarkozy ha pervertido la identidad política de la derecha, exclama De Villepin. Y Ségolène Royal expresa, a fin de cuentas, lo que caracteriza a la socialdemocracia europea: da igual lo que seamos mientras tengamos capacidad para despertar la confianza de los electores. A esto último se le llama, sin embargo, hacer publicidad.
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Toni Ramoneda es doctor en Ciencias de la Información y de la Comunicación
Ilustración de Javier Olivares
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