Opinión · Dominio público
Hazte Oír o el ‘efecto Streissand’
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Joan Barata
Hace menos de una semana publicaba en este mismo medio un artículo con el título El día en que dejamos de ser Charlie en el que denunciaba, al hilo de la condena penal de una serie de cantantes como consecuencia de sus letras, una deriva ciertamente negativa y restrictiva con relación al derecho a la libertad de expresión en nuestro país. El núcleo de mi argumentación radicaba en la necesidad de aceptar, en una sociedad democrática, cualquier forma de discurso que no constituya una incitación a la comisión de delitos o la grave vulneración de derechos de terceros. También se alertaba acerca de la necesidad de respetar el derecho de loa ciudadanos a expresarse, aunque lo que puedan decir resulte chocante u ofensivo para los demás. No existiendo, en definitiva, el derecho a no ser ofendido.
Esta problemática ha reaparecido estos días desde el otro extremo del espectro ideológico, a propósito del autobús de la organización extremista Hazte Oír, el cual exhibe en su exterior una serie de mensajes reflejando una determinada y original visión de la diversidad (o no-diversidad) de opciones sexuales. Aparte de la respuesta, legítima, de organizaciones de defensa de los derechos de las personas transexuales y otros activistas, algunos ayuntamientos han anunciado la prohibición de la circulación del vehículo en cuestión en su término municipal, e incluso un juzgado parece haber ordenado la suspensión cautelar de la circulación del vehículo, alegando su carácter lesivo para la dignidad de las personas. Asimismo, muchos de quienes han contestado la aparición del vehículo en cuestión se han referido a la posible comisión de un delito de odio.
El debate acerca de lo que se puede decir o no arrecia de nuevo. Y lo que está de nuevo en juego es evitar la tentación de prohibir mensajes por el hecho de que nos ofenden y discrepamos con ellos profundamente. En este terreno hay que decir que el autobús en cuestión difunde un mensaje con claras connotaciones ideológicas, del mismo modo que los raperos condenados recientemente también hicieron. Es verdad también que dicho mensaje contiene una ideología extrema, que puede hacer que muchas personas se sientan atacadas y humilladas en lo más íntimo. También era el caso de las letras de Valtonyc y otros cantantes. Pero lo que en todo caso hay que tener en cuenta es que el mensaje en sí sólo puede ser visto en tanto que la expresión de un punto de vista, de una opinión, de un modo de ver la vida, tan erróneo o acertado como queramos creer desde nuestras respectivas posturas ideológicas. Si postulamos que tener una posición contraria al reconocimiento de la transexualidad ataca la dignidad de las personas transexuales y por ello debe ser prohibido, deberemos también llegar a otras conclusiones, por ejemplo, que criticar los posicionamientos de la Iglesia Católica es un ataque contra la dignidad y la libertad religiosa de sus miembros y adeptos, debiendo ser censurado también. No creo que sea el camino a recorrer.
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No hace falta que el autobús circule por ninguna calle. Ya lo hemos visto todos los españoles, creo. La polémica lo ha hecho más visible que nunca. Y no parece que la pública, masiva, difusión del mensaje haya causado ningún delito de odio o aumento de la discriminación. Al contrario, ha suscitado un debate social que siempre es saludable.
No caigamos en la tentación de prohibir lo que nos disgusta. Seamos coherentes al defender la libertad de expresión.
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