Opinión · Dominio público
Hombre bonito es el que lucha
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Viste un traje azul y una corbata gris de nudo desganado. Se ha afeitado con prisas —leves restos de sangre en la mandíbula—, y sus espaldas anchas y bíceps bien torneados delatan largas sesiones de gimnasio. No sabría decir su edad. Cuarenta años, quizás, pero bien podrían ser treinta mal llevados o cincuenta si usa Just for Men.
Tampoco sé en qué piensa, a qué aspira, cuánto tiene por decir, por qué de pronto ha acelerado el paso al bajar la acera, como si temiese ser atropellado en esa calle desierta. Es imposible saber nada de ese hombre que continúa su trayecto rambla arriba, excepto que hoy, 19 de noviembre, es su día.
Es probable que ese hombre sea víctima de la sinrazón que representa no poder asumir en igualdad las tareas de cuidados. Y puede que, como a tantos otros, esa tara del sistema le lleve a ganar de media cinco mil euros anuales más que a las mujeres de su entorno. Quién sabe si la preocupación que denuncian las arrugas de su frente se debe a que esa mayor presencia en el mundo del trabajo remunerado le obliga a delegar en su pareja el cuidado altruista de los hijos o de familiares enfermos o dependientes.
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Me pregunto cómo actuará en un día como hoy si coincide con una compañera en el portal de la oficina. ¿Se atreverá a sujetarle la puerta y cederle el paso, con el riesgo que ello conlleva de que le tilden de machista? O, peor aún, ¿cuál será su reacción si le presentan a una mujer y se ve obligado a saludarla con dos besos?
Como cualquiera sabe, desde que las feministas andan sueltas, ese sencillo gesto podría llevarle ante el juez. Tal vez sea precavido y guarde en el bolsillo de su mochila urbana el contrato de consentimiento follatorio que todo hombre debe llevar encima para cubrirse las espaldas.
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Ya es mala suerte, y a buen seguro que no es su caso, ni el del chico que me lee, formar parte del colectivo que comete la práctica totalidad de los delitos sexuales. Ojalá las mujeres, en lugar de tanto grito desbocado de “sola y borracha quiero llegar a casa”, se parasen a pensar en la injusticia que eso supone: ser una persona íntegra y salir con miedo a que una chica, al oír sus zancadas, tome la precaución de cambiar de acera solo porque él es un hombre.
Hasta es posible que el pobre tenga que sufrir a ese amigo sobón y bocachancla que se pasa tanto con las tías cada vez que salen por ahí, que no le queda más remedio que mirar hacia otro lado o largarse a dormir antes de que le ponga en un compromiso.
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Ojalá este 19 de noviembre los hombres llenen nuestras plazas de sonrisas, de cánticos alegres de igualdad y de esperanza, de pancartas de colores, reclamo y exigencia de un mundo mejor, como ya sucedió cuando se movilizaron, en aquellos años oscuros en los que solo disponían de quince días por el nacimiento de un hijo, para pedir el aumento del permiso de paternidad. ¿Lo recuerdan? Yo tampoco. Nunca sucedió. Pero bueno, da igual.
Lo importante es que por fin tienen sus meses de permiso. Miremos hacia adelante. Más que nada porque si nos da por mirar atrás nos encontraremos de nuevo con la pataleta que pillaron algunos al saber que durante unas semanas les tocaría cuidar de sus hijos a tiempo completo.
El hombre que cruza la calle ha sonreído con levedad, ensimismado. Qué bella curva se dibuja con la sonrisa de un hombre. Puede que esté pensando en esa hora y pico más de tiempo libre al día que disfrutan los hombres respecto a las mujeres. Esta noche le tocará la play o el gym, o simplemente, y en justa recompensa a su jornada atroz, despanzurrarse frente a la tele con una cerveza fresquita.
Alguien comentará, como de pasada, que hoy es el día del hombre, y de repente se sentirá ofendido, furioso. ¿Por qué no me han avisado? Es más, ¿por qué nadie ha organizado una manifestación para exigir más tiempo para el cuidado, menos puestos de poder, la mitad y solo la mitad de los premios literarios, el fin de la brecha salarial?
¿Por qué cuando es el día de la mujer se anuncia a bombo y platillo y en cambio el día del hombre pasa desapercibido? Igual en ese punto consulta la prensa con aire distraído y da con esta columna, que se ha escrito el 19 de noviembre, pero se podría haber escrito cualquier otro día y mes del año. Mejor sería, pues hoy —y conste que me parece un horror y no es mi culpa—, se celebra también el día del retrete.
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