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Opinión · Dominio público

Siria: un ejercicio de memoria histórica

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Naomí Ramírez Diaz

Doctora en Estudios Árabes e Islámicos Contemporáneos, especializada en Siria

Fervientes defensores del respeto a la verdad, Carlos Fernández Liria y Silvia Casado Arenas han publicado recientemente el libro ¿Qué fue la guerra civil? Nuestra historia explicada a los jóvenes (Akal). En él, hacen una sencilla y fresca crítica a las lecturas “revisionistas” de uno de los episodios más cruentos de la historia de España y cuyas heridas, como todos sabemos, siguen abiertas en muchos casos. En un ejercicio de honra a la verdad y a los hechos, y -¿por qué no decirlo?- a la memoria histórica, los autores se afanan en evitar que los jóvenes de esta y sucesivas generaciones reciban o se conformen una imagen deformada de la realidad bajo una pretendida objetividad. No valoran, sino que precisamente al más puro estilo de El Objetivo sentencian: estos son los datos; suyas son las conclusiones.

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“Ser equidistante, cuando se trata de víctimas y de verdugos, consiste en identificar a las víctimas y señalar a los verdugos”. Este fragmento me trajo a la memoria una larga conversación que tuve con el activista sirio Rami Jarrah, fundador de una agencia de noticias sobre Siria (ANA Press) con decenas de reporteros sobre el terreno, en el que él mismo ha estado en repetidas ocasiones. “¿Por qué sigues insistiendo en recopilar testimonio tras testimonio?” “Porque nosotros iniciamos esta revolución contra el régimen y la represión que sufre la población civil a día de hoy es en parte derivada de las movilizaciones que enfurecieron al régimen: no puedo cambiar eso, pero sí puedo dejar constancia de lo que sucede para que la historia se escriba como merece”.

Cuando Jarrah insistía tanto en esa lucha por contar lo que sucede, a fin de que en el futuro la lucha siria sea reconocida como merece y los verdugos –todos- señalados, no podía evitar pensar en nuestra funesta historia, y en cómo corrientes reaccionarias buscan negar los hechos y pretenden equiparar a dos bandos que “no estuvieron en pie de igualdad en ningún momento”, como bien dicen Fernández Liria y Casado Arenas. En Siria, por desgracia, pasa exactamente lo mismo, pero no años después, en un ejercicio de revisionismo, sino en la actualidad, mientras la población civil es exterminada ante los ojos de un mundo absolutamente conectado.

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Por comparar: si el fascismo español recibía apoyo de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, el despotismo sirio lo recibe de la Rusia de Putin, el Irán de los ayatolás, el Iraq post-invasión y el Hezbollah libanés. Frente a eso, la revolución siria ha estado huérfana de apoyos en todo momento (o ha tenido apoyos insignificantes en gran medida nacidos de la solidaridad popular, pero no de los gobiernos), como lo estuvo durante bastante tiempo el bando republicano español, en cuya ayuda llegó la URSS cuando los golpistas ya dominaban la situación. Aquellos Estados que han “apoyado” la revolución en Siria lo han hecho para satisfacer sus propios intereses, de tipo ideológico, económico y geoestratégico, como muchos y muchas estamos cansados de repetir. Aunque suene a perogrullada, las brigadas internacionales de hoy son esos individuos que se han visto movidos por el sufrimiento de sus “hermanos” de religión o cultura, y se han marchado allí para unirse a diversas brigadas y, en el peor de los casos, a Daesh. Sí, así de terrible ha sido la calidad del apoyo recibido por la insurrección siria.

Pero volviendo a la equidistancia, que a estas alturas del texto ya habrá despertado comentarios del tipo “acabas de decir que terroristas internacionales les apoyan”, “los rebeldes también matan y comen corazones” o “todos los rebeldes en realidad son terroristas yihadistas” (lo que lleva a uno a cuestionarse cómo Siria sobrevivía ante tal sobrepoblación de elementos violentos, y cómo servidora salvó la vida en sus visitas al país antes de 2011), efectivamente se trata de señalar a víctimas e identificar a verdugos. Por eso, no se puede negar que del mismo modo que “en el lado republicano (español) se produjo un vacío de poder, lo que provocó que las organizaciones obreras y los sindicatos que habían detenido el golpe de Estado, en muchas ocasiones, se tomaran la justicia por su mano”, diversos integrantes de milicias del Ejército Sirio Libre han hecho lo propio (en más de una ocasión, por cierto, han sido juzgados por sus propios compañeros o por tribunales establecidos para tal fin); como también han hecho miembros de milicias salafistas que poco tienen que ver con los valores que inspiraron la revolución y que han venido “a subirse al carro” en su pugna personal con el régimen (que, por cierto, liberó a sus líderes en los primeros meses de revolución en una amnistía general, mientras mantenía a presos políticos de signo izquierdista en la cárcel). No seré yo quien niegue esas situaciones.

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Si a ello le sumamos la aparición del Daesh, como fuerza contrarrevolucionaria que se ha dedicado a dinamitar los logros de la revolución y atemorizar a la población en vez de a combatir a su supuesto enemigo, Bashar al-Asad, difícil resulta afirmar que, tras más de seis años de conflicto y unos cinco de enfrentamiento armado, el pacifismo inicial sigue siendo la seña de identidad de la oposición al régimen. Sin embargo, a pesar de las atrocidades, y siempre excluyendo al elemento daeshiano que nada tiene que ver con la revolución popular siria, no debemos olvidar que, al igual que “en el lado golpista (español) la represión fue durísima y […] planificada y promovida por las autoridades”, en Siria, la maquinaria represora del régimen, unida a la aviación rusa –orgullosa de su papel en la “liberación” (más bien destrucción y asedio) de Alepo- y los apoyos del resto de aliados, es la responsable de la inmensa mayoría de las muertes en Siria, los bombardeos de hospitales y la destrucción de refugios. No solo eso, sino que la tortura sistemática en las cárceles y la “desaparición” de prisioneros ha quedado de sobra documentada gracias a los esfuerzos de organizaciones internacionales. Ojalá en el franquismo se hubiera contado con semejante ayuda.

Y sin embargo, parece que cada cierto tiempo (o cada día) se hace necesario recordar quién comenzó la guerra. Tanto en Siria como en España, quien dio rienda suelta a la espiral de violencia no fue otro que el autoritarismo, el régimen personalista y el golpismo militar… Curiosamente, la llegada de Asad padre al poder (sí, esto no comenzó en 2011, sino que la represión asadiana viene de 1970) puso en marcha el denominado “Movimiento Correctivo”, que poco tuvo que envidiar al “Movimiento Nacional” iniciado por Franco, de consecuencias por todos conocidas.

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Siguiendo con los paralelismos, frente a la unidad de filas en el régimen, cuya supervivencia depende de dicha lealtad (y de los apoyos externos) en España y en Siria, el bando opositor al autoritarismo se encuentra profundamente dividido. Negociar con Franco era prácticamente imposible y el dictador, además, rechazó la única condición que se le ponía: buscar una solución sin represalias. Negociar con Asad se ha demostrado absolutamente inútil y también se opone a una condición muy similar: su salida del poder, así como la de todos los responsables de la represión, para garantizar que no habrá represalias y los exiliados puedan regresar. Peor aún, las treguas acordadas en diferentes puntos del país han sido en su mayoría rotas por el propio régimen alegando que elementos de Daesh y Al-Qaeda se esconden en dichas regiones. Por último, las evacuaciones forzosas en diversos barrios han culminado con la “desaparición” de activistas y milicianos, muchos de los cuales se han negado a ir a zonas bajo dominio del régimen.

Ciertamente, y en aras de esa equidistancia y objetividad a la que venimos apelando, el orden de los factores es diferente en ambos casos, o quizá no tanto: juzguen ustedes. En España, un gobierno democrático, con sus errores y aciertos, fue derrocado por un golpe militar contra el que se levantó gran parte de la población. La derrota de los republicanos derivó en cuarenta años de dictadura. En Siria, cuarenta años de dictadura, impuesta tras un golpe militar (¡qué casualidad!), dieron pie a una revolución cuyo lema era la dignidad. Sin embargo, no son pocos los defensores del levantamiento republicano español que niegan el derecho de los sirios a levantarse contra un régimen que en poco difiere del franquismo, pero al que ellos alaban como baluarte del progresismo. En ello, se acercan peligrosamente a posicionamientos de extrema derecha, que defienden la legitimidad de Asad como baluarte de la estabilidad y la defensa contra el terrorismo. ¿Tan complicado resulta ver que el infierno que vive Siria tiene su origen en el afán de poder de una dinastía cuyo lema es “Asad o quemamos el país”? ¿No obedecía la negativa de Franco a negociar a sus ínfulas de poder y deseo de instaurar un régimen unipersonal? ¿Es necesario un libro sencillo y claro, a la par que contundente, como el de Carlos Fernández Liria y Silvia Casado Arenas para que la historia de la revolución siria no sea sepultada y futuras (o presentes) generaciones no la distorsionen con su “revisionismo”? No debería: haciendo uso de la lógica, no parece complicado establecer los paralelismos. Sin embargo, para quienes se mueven por el planteamiento de bloques, toda similitud es pura coincidencia que no debe llevar al error de confundir el terrorismo con levantamientos legítimos como el español.

Ojalá que en algún momento, esos “revisionistas” del presente se sienten a recapacitar, examinen su conciencia y entonen un mea culpa por haber abandonado al pueblo sirio a su suerte, o peor aún, por haber apoyado la máquina de represión y negado el derecho de un pueblo a la dignidad. Quizá la razón de tal posicionamiento haya de buscarse en su exaltación de la figura de Stalin, pero eso ya es otro cantar.

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