Opinión · Dominio público
Referéndum o desconexión
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Jorge Moruno
Sociólogo y escritor
Como madrileño no tengo nada que decidir sobre aquello que quieran ser o no ser en Catalunya, y por ese motivo considero que la mejor solución a un problema político complejo como este es la más simple: que vote la gente. La cuestión pasa entonces por ver cómo se hace efectivo y real ese derecho a decidir de Catalunya, que en mi opinión no se reduce a elegir, sino a producir un escenario subjetivo nuevo. El propio ejercicio de la democracia en Catalunya es también una oportunidad para construir una España plurinacional. El problema lo encontramos cuando nos percatamos de una aparente paradoja. La autodeterminación es necesariamente relacional y necesita del reconocimiento de un otro, ya sea el propio Estado en cuestión o, en su defecto, la comunidad internacional. De lo contrario, lo que se da es un oxímoron que tiene como resultado una consulta cuyo resultado no se imagina como válido.
De lo que se deduce que para votar en referéndum hay que abrir el candado del régimen político donde habitan proyectos distintos, pero que coinciden en la solución democrática; en el método. Si para que sea considerado referéndum es fundamental el reconocimiento del Estado, para desconectar no sucede así, puesto que ya hay una decisión previa de un desborde constituyente que no reconoce la legalidad del Estado sobre un territorio. No lo digo con tono cínico o negando la posibilidad política de alcanzar lo que parecía imposible, solo considero que debe elegirse una de las dos vías, o referéndum o desconexión. No niego que se pueda, solo me ocupo de los distintos modos de poder. Es cierto que nadie debe esperar, pero para que el derecho decidir - no sólo declarativo sino jurídico e institucional- sea efectivo hay que cambiar la correlación de fuerzas en todo el Estado.
Tras las últimas elecciones plebiscitarias la hoja de ruta de Junts pel Sí, aseguró que en 18 meses Catalunya iba a construir estructuras de Estado y materializar la desconexión. Recordemos que por aquel entonces, la defensa del referéndum era considerada una solución a la que se le había pasado el arroz y una pantalla superada, antes incluso de las elecciones generales del 20-D. Hoy, el laberinto del procés obliga a quienes ayer rechazaban el referéndum por desfasado, a ponerlo de nuevo en el centro de la agenda política ante la comprobación de que no había ninguna hoja de ruta ni se estaba construyendo ninguna estructura de Estado. Esta vuelta a la casilla de salida del referéndum deja sin resolver las razones del incumplimiento de la hoja de ruta, y precisamente eso es lo que obliga a buscar un tercero sobre el que proyectar la culpa. La culpa de lo que yo no cumplí es de los que ahora no apoyan mi nueva hoja de ruta. A quienes se debe convencer de la nueva hoja de ruta es a la ciudadanía catalana, no a los partidos que tienen otra postura. Dicho esto, creo que es saludable que vaya a votar quien quiera ir a votar el 1-0, que se pongan urnas nunca es malo, como tampoco lo eran las que colocó el multireferéndum cuando la Generalitat envió a los Mossos d’ Esquadra, donde por cierto, también se preguntaba acerca del proyecto Barcelona World, ahora bautizado y celebrado, como Hard Rock Entertainment World.
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Pero alguien puede responder que nos hemos cansado de esperar y queremos decidir ya. Es legítimo, pero entonces la apuesta no es el referéndum sino la desconexión, y para eso al independentismo le hace falta mucha más fuerza social y electoral y la clara convicción de contar con una mayoría abrumadora que antes de desconectar oficialmente ya lo ha hecho realmente. El derecho se sustenta sobre la fuerza que permite su ejercicio. La única mayoría abrumadora en Catalunya que existe a día de hoy es la que quiere votar de forma vinculante. En mi opinión, el 1-O debería convocarse como una masiva movilización por el derecho a decidir, una movilización plural no reducida al independentismo, donde los diferentes coinciden en la democracia. No creo que la polarización deba fijarse entre quienes apoyan o no el 1-O, sino entre quienes creen que el pueblo catalán tiene derecho a decidir, o no lo tiene. Lo contrario puede llevar a un progresivo cierre identitario que se desplaza del foco sobre el cual el referéndum deviene central. Incluso me plantearía animar al Estado a preguntar por Catalunya a todos los españoles, a ver si al día siguiente la bola se hace más grande y más evidente de que solo se soluciona con los catalanes votando.
Entonces, o esperamos a ver si conseguimos una mayoría independentista abrumadora que me permita imaginar desconectar o tenemos que esperar a que España, la irreformable, abra el marco que permite que yo vote de forma efectiva. Exactamente, la guerra de movimientos se ha acabado, al menos por ahora, para todos. Y sin embargo, como sabemos, se mueve. Era consenso en la politología estándar que con el sistema electoral actual no había posibilidad de que una fuerza irrumpiera con más de 25 diputados. Lo que no se tenía en cuenta en esa ecuación era la dimensión del conflicto, la crisis y la producción de subjetividad. Hoy hay 71 diputados de un partido español que defiende el derecho a decidir en Catalunya. ¿Es suficiente? no, pero la sociedad avanza más rápido que sus representantes; Alrededor del 40% de la ciudadanía que vive fuera de Catalunya se posiciona a favor de que se convoque un referéndum, cifra que asciende al 50% en los jóvenes de entre 18 y 29 años.
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Sin embargo, la falta de garantías se debe al PP y a la negativa del Congreso. La función del gobierno es solucionar conflictos como este, no fomentarlos. El PP no quiere un referéndum, no tiene ideas ni proyecto ni para España ni para Catalunya; su postura centrada en la bunkerización jurídica que le pasa la patata al TC es una negligencia política. Derrotando al PP podemos empezar a imaginar la España del siglo XXI donde prime la democracia. Más que un desafío independentista, es la incompetencia del gobierno del PP lo que nos ha traído a una situación. No cabe ninguna forma de represión ante la convocatoria del 1-O. Cuando se trata de momentos fundamentales para comprender la convivencia, no hablamos de cumplir la ley, sino de política, aquello que funda toda ley. En democracia cuando el problema es político, también lo es la solución. Independientemente del caso, quienes rechazan cualquier modalidad de cambio siempre aplican la misma plantilla discursiva: “la ley es la base de la democracia”, cuando sucede al contrario, la democracia es la base de la ley. Las constituciones son normas fundamentales que regulan el antagonismo en la sociedad, es decir, tal y como recuerda Maquiavelo, es el conflicto el que produce la norma. Abramos juntos ese proceso constituyente para que pueda ejercerse el derecho a decidir y construir democráticamente nuevas normas.
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