Opinión · Dominio público
Padres de la patria: autoritarios e irresponsables
Blanco
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En su discurso, tras el referéndum catalán, el rey vestía de civil. Pero avivó la guerra que el PP despliega contra sus adversarios políticos, que concibe como enemigos a batir. Les aplica medios anti-democráticos (servicios policiales incluidos, según dice el resto de partidos parlamentarios en pleno) desde que la supervivencia como partido depende del control del Estado.
Los padres de la patria han unido sus voces autoritarias y se cargan la casa común. Su irresponsabilidad rompe lazos incluso con los miembros de la comunidad que se veían reconocidos en ese hogar, se sentían fraternos y reclamaban su paternidad. Ahora, en lugar de cohesionar, la Corona divide, enfrenta y aviva entre sus hijos díscolos el deseo de “hacerse independientes”.
El discurso real rezuma paternalismo: considera “inaceptables” el comportamiento de la ciudadanía y las autoridades catalanas. El padre mandón dicta lo que los súbditos - incautos, abducidos y echados a perder por los amigotes mayores (el Govern) o enloquecidos (CUP) -, pueden desear.
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“Mientras vivas en mi casa, eso ni pensarlo”. Un evidente brindis al sol, cuando se lo dices a hijos que ya han salido por la puerta sin permiso paterno. Una manera absurda de recobrar su estima y aspirar a que vuelvan. Un aliciente irresistible para montar una república independiente en casa propia.
Felipe VI mostró una actitud autoritaria, que revelaba el dedo que esgrimía al invocar la Constitución o el Estado de Derecho. En lugar de tender la mano, apuntaba con el índice. Calificó de “inaceptables” la movilización ciudadana y las medidas adoptadas por la Generalitat. Nada tienen de encomiable las muestras de valor cívico. Ningún flanco es aprovechable para abrir brechas en el bando independentista. Ninguna demanda, negociable, por apoyo social que demuestre tener.
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El discurso del monarca fue propio de un irresponsable que, tras callar 48 horas, exigía el “firme compromiso de todos con los intereses generales". Un discurso firme, pero aplazado. Cuando (le) convino, demandó a políticos y ciudadanos compromiso. Compromiso que adopta fórmula de amenaza. La advertencia propia del maltratador doméstico que avisa a su víctima (mujer e hijos) con el cinturón en la mano: “Me vais a obligar a hacer lo que no quiero”. Palabras que Rajoy había formulado casi literalmente unos días antes.
Ese “compromiso con el Estado de Derecho” puede consumarse con la suspensión (ya efectiva) de la Autonomía Catalana. Y/o con la persecución jurídico-legal de gobernantes y gobernados sediciosos. “Veremos… ¿No querías esto? Pues toma ración doble.” No de diálogo, sino de coacción y represión.
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La Constitución Española en el art. 56.3 califica al rey de “irresponsable”. Dicha irresponsabilidad es parte del ADN borbónico, manifiesto en lo que respecta a dineros y alcobas. Pero la irresponsabilidad ha cobrado dimensión política revelando la crisis (palmaria) del Régimen del 78. Su padre se hizo a un lado cuando se tambaleaba el tablero político tras irrumpir el 15M y Podemos. Veremos lo lejos que le lleva esta huida adelante al hijo. Su irresponsabilidad ha resquebrajado aún más el tablero político sobre el que corre.
El rey ha sido irresponsable con la institución que representa. Ha vinculado la monarquía al futuro de un partido político, que transgrede el Estado de Derecho en sus vías de financiación, la política de austericidio y el recorte de libertades civiles que practica.
Ayer, Génova, la Moncloa y la Zarzuela unieron su destino. Manifestaron el propósito conjunto de humillar, además de dejar “cautivo y desarmado” al Govern. Quieren atarlo todo, bien atado. Tanto que a uno se le pone un nudo en la garganta. Y a ellos, si la cosa se pone fea, una soga al cuello. Pero no (nos) alarmemos. Las referencias gerracivilistas apelan al miedo y desmovilizan. En todo caso, ya veremos si quienes declaran la guerra al pueblo acaban en la guillotina (simbólica, claro está) que instaló (en plan paródico) el 15M en la Puerta del Sol.
Por si fuera poco, Felipe VI ha mostrado también irresponsabilidad manifiesta ante la ciudadanía catalana que fue represaliada por realizar un gesto democrático. Los catalanes hicieron un gesto y no cometieron un delito. Ni siquiera ejercieron el derecho a voto a autodeterminarse. Nunca se les reconoció. Ni (dicen Zarzuela, Moncloa y Génova) se les reconocerá.
La Corona ha mostrado total insensibilidad democrática ante la desobediencia civil desplegada el domingo en Catalunya. Nada tiene para él de rescatable la noviolencia. Ni de notable, su carácter masivo. La cabeza del Estado que les reprimió no da acuse de recibo. No tiene cuentas pendientes que saldar. Ni una excusa o razón que dar… ni que atender. Le basta con dictar un juicio sumarísimo y maniqueo del momento histórico; que, por supuesto, le exime de responsabilidad alguna.
Pero además, Felipe VI se muestra irresponsable con la ciudadanía que se siente española, dentro y fuera de Catalunya, por partida doble. Alineándose con el Gobierno, pierde la condición de única institución-símbolo que (mal que bien, antes más y ahora menos) representaba España. Y, en añadidura, el paternalismo autoritario resta, además de legitimidad democrática en el exterior, apoyo ciudadano al Estado al que representa. La Corona pierde legitimidad entre los sectores más democráticos, jóvenes y dinámicos de la sociedad española. En la catalana, ni digamos.
La irresponsabilidad jurídica del Rey no conlleva irresponsabilidad política. El rey callado ha sido parte del problema. Al hablar ha decretado la guerra que el PP despliega desde que su supervivencia depende del control institucional. La Jefatura y el Gobierno del Estado, uniendo voces, empeoran la salida de esta crisis de régimen con el único resultado deseable: una democracia real, en minúsculas, menos grandilocuente y prepotente, de alta intensidad. El sujeto llamado a construirla es el que está desbordando el referéndum: la ciudadanía que se reivindica actor político y comunicativo de pleno derecho. Nadie lo vio venir en 2011, pero quizás acecha a la vuelta de la esquina. Se merece un próximo artículo.
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