Opinión · Dominio público
El fantasma del separatismo
Le Monde Diplomatique
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Bernard Cassen
Le Monde Diplomatique
Un fantasma recorre Europa: ya no es el fantasma del comunismo –que Marx y Engels evocan desde la primera línea del Manifiesto– sino el del separatismo. Ni la palabra ni la realidad que expresa –a saber, la voluntad de separar un territorio o un Estado del conjunto más amplio al que pertenecen– son novedad. A veces, es el conjunto en su totalidad lo que se fragmenta y se reconfigura. Así, en 1990 y 1991, el desmoronamiento de la Unión Soviética desemboca en la creación de quince nuevos Estados. En 1992, de la disolución pacífica de Checoslovaquia nacen la República Checa y Eslovaquia. Ese “divorcio de terciopelo” no sentó precedentes en los Balcanes donde, entre 1991 (independencia de Croacia y de Eslovenia) y 2006 (separación de Montenegro de Serbia), Yugoslavia estallará en siete Estados, pero a costa de la sangre en Bosnia-Herzegovina y en Kosovo.
Hoy, la Unión Europea (UE) se ve directamente afectada por el recrudecimiento de ese fenómeno separatista que, en el lapso reciente, se ha exacerbado en dos de sus Estados miembros: el Reino Unido y España. La victoria del brexit, en ocasión del referéndum de junio de 2016, no solamente conllevó la salida –aún en curso de negociación– de los británicos de la UE; tuvo como efecto colateral la amenaza de un retiro de Escocia del propio Reino Unido. En Cataluña, la Generalitat mantiene un feroz pulso con el Gobierno español, que, en nombre de la Constitución de 1978, recusa la legalidad de sus veleidades independentistas.
Ante esas fuerzas centrífugas (1), ¿es posible todavía hablar de “construcción” europea? Y, en vista de la virulencia de las proclamaciones nacionalistas contra vecinos de varios siglos –antiespañolas entre algunos sectores catalanes y contra valones en Flandes–, el preámbulo del Tratado de Funcionamiento de la UE (parte integrante del Tratado de Lisboa) ¿no se limita simplemente a buenas intenciones cuando sus signatarios se declaran “determinados a establecer las bases de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos”?
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Cabe observar que este párrafo del tratado habla de “pueblos” –y no de Estados o de naciones–, y puede prestarse a lecturas distintas según la definición que se le dé a esa palabra. En el abanico de las arquitecturas institucionales posibles, aquella generalmente invocada por los movimientos regionalistas es la de una Europa federal de las regiones que prescinda de los Estados existentes. Sin temor a la paradoja, algunos de estos movimientos, erigiéndose en portavoces de los “pueblos”, en realidad solo aspiran a convertirse en nuevos Estados, pero en tamaño reducido…
Hay una convergencia objetiva de intereses entre los partidarios de una Europa de las regiones, presentada como más democrática que una Europa de los Estados, y los poderes económicos y financieros que, ellos sí, ignoran las fronteras, así sean nacionales o regionales. En el seno de la UE, los lobbies siempre preferirán tener ante ellos un poder político atomizado y, por ende, debilitado: unos 270 interlocutores regionales antes que 28 (o 27 en breve) Gobiernos nacionales.
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Sin decirlo abiertamente, la Comisión Europea, con sus relevos en el Parlamento Europeo, solo encontraría ventajas en soslayar de tal forma los Estados. Y esto en nombre de su lucha contra los “egoísmos nacionales”, ya que se considera la única habilitada a decir cuál es el “interés europeo”. No es de sorprender que todos los separatistas de buen grado vuelvan la vista hacia Bruselas…
© LMD EN ESPAÑOL
NOTAS
(1) Dichas fuerzas son igualmente poderosas en Bélgica (con el nacionalismo flamenco), en Italia del Norte y, en menor grado, en Francia, donde los independentistas corsos están presentes en el Ejecutivo regional.
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