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Opinión · Dominio público

‘Eppur si muove’

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LUIS SEPÚLVEDA

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Se sabe que los ancianos tienen regresiones mentales que los llevan de vuelta a los espacios más felices, plenos o intensos de sus vidas. Algo así le está sucediendo a Ratzinger cuando afirma que en la época de Galileo la iglesia fue más fiel a la razón que el mismo Galileo. Mas eppur si muove. Tal vez retorna a los felices años de inquisidor, durante los que se ensañó, por ejemplo, con los defensores de la Teología de la Liberación, aquel puro ejercicio de razón que aconsejaba colocarse junto a los pobres, so riesgo de perder la clientela en los países misérrimos del tercer mundo. O peor aún, es posible que sus regresiones lo conduzcan a los felices días pardos en la Juventud Hitleriana, cuando la razón del catolicismo aceptaba y daba por buena la patraña fundadora del nacionalsocialismo: “De dios al rey, del rey al volk (pueblo), y del pueblo al Führer”.

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La Universidad de Roma, en una impecable demostración de la fuerza que puede y debe tener la sociedad civil y laica, obligó al Vaticano a suspender una visita papal inexplicable, pues si existe un lugar en el mundo que debe permanecer libre de paparruchadas, dogmas y supercherías, es precisamente la universidad.

En Roma, académicos y estudiantes, investigadores y científicos, han puesto en su justo valor a la Razón, ese formidable invento europeo llamado a regir la convivencia de sociedades y naciones para que el oscurantismo de los teocon no vuelva a proponer modelos nacionalcatólicos de tan triste recuerdo como única forma de gobierno o de Estado.

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Y el ejemplo de lo ocurrido en Roma debería desencadenar una serie de respuestas a esas preguntas que están en el aire, pero que, o por cálculos electorales o por sumisión políticamente correcta, no se pronuncian en voz alta: ¿hasta cuándo vamos a permitir que hordas de supersticiosos ofendan la dignidad de la mujer atacando a las clínicas que realizan abortos, y que cumplen con escrupulosidad legal el ejercicio de un derecho? ¿Hasta cuándo vamos a tolerar que un miserable con sotana compare la homosexualidad con la pederastia, y se atreva a decir que hay menores que provocan sexualmente? ¿Hasta cuándo tenemos que soportar al clero autodesignándose paladín de los Derechos Humanos, y declarando urbi et orbi que el laicismo, esencia de la democracia, los vulnera?

Solemos aceptar al patán que presume de doctor, pero no dejamos al gato cuidando la carne que tiraremos a la barbacoa. De la misma manera no podemos conceder autoridad ni tribuna para hablar de sexo a sujetos que renunciaron a él, y que lo ven como una mera y miserable función reproductora. No podemos permitir que los Derechos Humanos sean invocados por aquellos que no solamente cerraron los ojos cuando éstos eran violados, sino que los abrieron muy bien para ver el mal que hacían los criminales y obtener de ellos un botín a cambio del silencio.

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Eso hizo la iglesia católica en la España de Franco, eso hizo Pío XII durante el auge del nazismo, así actuó la iglesia católica norteamericana bendiciendo el bombardeo con napalm en Vietnam, ése fue el comportamiento de la iglesia católica argentina que absolvía a los torturadores antes y durante la “misión purificadora” en las cárceles secretas.

Con su ejemplo, la Universidad de Roma nos dice que la defensa del Estado aconfesional y laico vuelve a ser, una vez más, una tarea urgente, porque el laicismo es lo último que nos queda para preservar esa serie de conquistas que se llaman Derechos Humanos, que se llaman Libertad.

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El constante debilitamiento del Estado como institución, que por la mundialización y consiguiente politización de la economía va cediendo funciones –por eso se hacen las privatizaciones– a empresas multinacionales que no pueden tener ni moral ni ética pues su objetivo único es el lucro, deja a la sociedad indefensa y en manos de la superchería.

No es casual el desvarío de Ratzinger al menospreciar la razón de Galileo. Tampoco lo fue su participación vía videoconferencia en el primer acto de campaña electoral de la derecha española organizado por los obispos. Nada de lo que hace la iglesia católica, esa poderosa multinacional con sede en el Vaticano, bancos incluidos, conexiones mafiosas incluidas, es casual ni obedece a súbitas inspiraciones divinas. El clero sabe que una profundización de las libertades ciudadanas, de los derechos civiles, de la educación cimentada en valores y no en tradiciones folclóricas, da como fruto sociedades inteligentes, curiosas, capaces de aceptar el futuro como un reto colectivo y no como una fatalidad.

Ratzinger y el Vaticano podrán condenar a los jóvenes de la Universidad de Roma –ya lo hizo a su manera el pusilámine Prodi–, a las mujeres que ejerciendo el derecho a ser dueñas de su cuerpo abortan, a los chicos que estudian Educación para la Ciudadanía, a los jueces que casen a personas del mismo sexo, a los científicos que investiguen con células madre, pero es evidente que eppur si muove, tal como dijo Galileo: y sin embargo se mueve.

Luis Sepúlveda es autor de 'Un viejo que leía novelas de amor'

Ilustración de José Luis Merino

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