Opinión · Dominio público
El falso espantapájaros del proteccionismo
Le Monde Diplomatique
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El falso espantapájaros del proteccionismo
En la imposición y la legitimación de las normas de todo sistema dominante, el control del léxico desempeña una función estratégica. Así, en su novela 1984, publicada en 1949, George Orwell describe magistralmente los cimientos lingüísticos de un régimen totalitario cuyo Ministerio de la Verdad, respaldado por la Policía del Pensamiento, produce eslóganes como “La guerra es la paz” o “La libertad es la esclavitud”. Incluso aunque hoy en día se violan las libertades democráticas en un número creciente de Estados, sería absurdo ver el mundo de 2018 como una extrapolación del de los años 1930 y de la posguerra europea. Sin embargo, al mismo tiempo, de una época a otra existe una indiscutible permanencia de los mecanismos para “secuestrar” o tomar como rehén este o aquel elemento del lenguaje con el fin de hacer de ellos un arma de la lucha política.
Entre las herramientas procedentes de esta iniciativa, hay una que es particularmente eficaz para condicionar la opinión pública: la utilización de lo que se puede denominar como “palabras espantapájaros”. Se trata de encerrar un término en un significado deliberadamente negativo y esgrimirlo de forma preventiva para intimidar a todos aquellos que querrían desarrollar un pensamiento crítico o alternativo. Así es como, desencadenando una guerra comercial contra el resto del mundo, Donald Trump ha proporcionado a los defensores del neoliberalismo, en primer lugar los medios de comunicación, la oportunidad de dedicarse a uno de sus ejercicios favoritos: el bombardeo del “proteccionismo” y, con ello, de forma implícita o explícita, la apología del libre comercio.
Donald Trump no está completamente aislado en el ámbito internacional. Recibe el apoyo de los partidos de extrema derecha europeos y de los Gobiernos en los que participan. No obstante, algunas de las cuestiones que plantea sobre el comercio coinciden con las críticas al libre comercio realizadas desde hace un cuarto de siglo por los movimientos progresistas del mundo entero, sobre todo en los foros sociales mundiales o regionales. Para esos movimientos, el presidente estadounidense es, al menos objetivamente, un compañero de viaje, pero uno muy molesto, puesto que, para la mayoría de las opiniones públicas, este personaje es considerado un peligro público mundial, desacreditando de antemano a todos aquellos que defienden posiciones aparentemente parecidas a las suyas.
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Los neoliberales han aprovechado la ocasión con argumentaciones del tipo: Trump es proteccionista y hostil a los tratados de libre comercio; usted es proteccionista y hostil a los tratados de libre comercio; por lo tanto, usted está a favor de Trump. Este falso silogismo alimenta el trillado discurso sobre las supuestas convergencias entre los “extremos” o los “populismos” de derechas y de izquierdas. Semejante bombardeo permite evitar cualquier debate sobre cuestiones de fondo, incluidas las planteadas por Trump: por ejemplo, sobre la legitimidad de la búsqueda del equilibrio en los intercambios comerciales o sobre la preservación de los empleos industriales amenazados por las deslocalizaciones.
Al erigir la palabra “proteccionismo” al estatus de enemigo público número uno y al limitarla a las medidas unilaterales de tasación del acero y del aluminio implementadas por Trump, que más tarde se extendieron a otros frentes, los neoliberales tienen un objetivo adicional: disimular la posibilidad de formas de protección muy diversas, pero que subordinan todas ellas los intercambios comerciales al respeto de normas sociales y medioambientales. No faltan propuestas de formas de proteccionismo solidario o altruista, ya sea a nivel mundial, regional o nacional. Son estas las que deberían movilizar las mentes, y no solo la crítica –demasiado reductora para ser intelectualmente honesta– del America First.
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