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Opinión · Dominio público

¿Libertad sexual o explotación sexual?

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El corazón de la cuarta ola feminista es la crítica a la violencia sexual. La falta de respuestas por parte del poder político, pero también de la sociedad, a tantas agresiones sexuales se ha convertido en rabia colectiva. Mujeres de todas las edades han irrumpido con tal fuerza en nuestras calles que han desconcertado a toda la sociedad. Y volverá a ocurrir este 8 de marzo.

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El feminismo, a partir de los años setenta del siglo XX, ha hecho de la violencia contra las mujeres un objeto de estudio y de lucha política preferente, que ha cobrado nuevo sentido a la vista del surgimiento de nuevas y brutales formas de violencia. Todo ello ha tenido como consecuencia la ampliación del marco de lo que entendemos por violencia patriarcal.

En estos últimos 50 años se ha creado un marco interpretativo y una lógica de análisis con el objetivo de definir los lugares y las dimensiones de la violencia machista y, más concretamente, de la violencia sexual. La lógica de este proceso analítico y político ha conducido a la pornografía, la prostitución y los vientres de alquiler como formas brutales de violencia patriarcal. Este marco teórico sobre violencia patriarcal en el que la pornografía y la prostitución ocupan un lugar estratégico para la reproducción del sistema patriarcal está respaldado por la realidad, como muestra el hecho de que España sea uno de los países europeos con mayor demanda de prostitución y la industria del sexo el segundo o tercer negocio internacional en términos de beneficios en el marco de las economías ilícitas.

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Sin embargo, el sector hegemónico del 8M ha excluido estas formas específicas de violencia del marco interpretativo de la violencia. ¿Cómo se puede pretender excluir del mapa vindicativo feminista la prostitución y la pornografía como si nada tuviesen que ver con la violencia patriarcal? ¿Esas maquilas del sexo a las que acuden escuadrones de varones a acceder sexualmente a cuerpos de mujeres que no les desean pueden ser tematizadas como no violencia contra las mujeres? ¿Cómo es posible que quienes se definen como anticapitalistas no identifiquen los intereses económicos que articulan la industria de la explotación sexual? Es tan absurdo excluir la pornografía y la prostitución del marco de la violencia como negar que las maquilas son el resultado de la deslocalización que impone el capitalismo neoliberal para incrementar sus beneficios a expensas de poblaciones empobrecidas.

Esta confusión extrema que consiste en conceptualizar como libertad sexual lo que es explotación sexual hace necesario buscar el origen de semejante equívoco. Para ello hay que ir a los años setenta del siglo XX, donde se encuentran las raíces de una confusión que tiene atrapada a una parte de la izquierda y también a un pequeño sector del feminismo. En efecto, la nueva izquierda del 68 propuso introducir la liberación sexual en su agenda política. Su propuesta de debilitar los estrictos códigos que gobernaban la sexualidad de hombres y mujeres solo podía terminar en la exaltación de la libertad sexual. Pero ¿para quién era esa libertad? La nueva izquierda creía en la dimensión liberadora de la libertad sexual, mientras las feministas radicales analizaron esa reclamación como un acto de poder que fortalecía la libertad de los varones y añadía malestar a las vidas de las mujeres. Un poco más tarde, en 1982, Gail Rubin escribió un texto en el que exigía justicia para las minorías sexuales y donde no distinguía en términos de opresión entre proxenetas y prostitutas. Este análisis, aquejado de un profundo déficit normativo, ha calado con gran fuerza en sectores minoritarios del feminismo y quizá en otros no tan minoritarios de la izquierda y ha tenido como consecuencia la defensa de cualquier disidencia sexual, incluso aquellas que son opresivas para las mujeres. No tiene los mismos efectos la reclamación de libertad sexual para quien está en una posición de subordinación que para quien está en otra de dominio. No es lo mismo ser una mujer prostituida que ser un putero.

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El gran argumento político que utilizan las defensoras de la exclusión de la prostitución de la agenda feminista se apoya en la idea del consentimiento. Si las mujeres que están en prostitución lo hacen ‘libremente’, debemos defender la prostitución como un acto de libertad de las mujeres prostituidas. ¿En qué momento la izquierda que se reclama feminista ha abandonado la crítica a las estructuras de poder y la ha sustituido por el consentimiento de los oprimidos? ¿Desde cuándo el consentimiento de los oprimidos legitima la opresión? ¿Alguna izquierda puso en duda la legitimidad política del movimiento obrero porque muchos trabajadores no cuestionaban el poder de los patronos y no seguían las huelgas?  ¿Debemos renunciar a pronunciarnos políticamente sobre la energía nuclear porque los trabajadores de las centrales nucleares no quieren el fin de una energía que les proporciona un salario? ¿Qué retorcimiento ideológico ha podido llevarnos a ver la explotación sexual como libertad de elección? ¿Qué les pasa a sectores de la izquierda y a algunos grupos que se autodefinen como feministas para haber llegado al punto de excluir la explotación sexual de la agenda feminista?

Las acusaciones de algunos sectores del 8M de que el abolicionismo de la prostitución es un caballo de Troya que tiene como objetivo destruir ese movimiento no han entendido la prostitución como uno de los fenómenos patriarcales más dolorosos en la vida de las mujeres prostituidas. En mi opinión, esos sectores han cometido tres errores: el primero ha sido confundir la explotación sexual con la libertad sexual; el segundo, utilizar el funcionamiento orgánico como excusa para excluir esa violencia de la agenda feminista del 8M. La crítica al abolicionismo en nombre de un procedimiento democrático que no respetan las feministas abolicionistas es un recurso muy antiguo. La nueva izquierda norteamericana no quiso discutir en su Conferencia Nacional por la Nueva Política, en 1967, las vindicaciones feministas por cuestiones de procedimiento. Esto hizo que ellas llamaran a la secesión como ya habían hecho anteriormente los negros. Este es el origen de las Mujeres Radicales de Nueva York, corazón del primer feminismo radical. Las mujeres que militaban en las filas de la nueva izquierda comprendieron que la defensa del procedimiento era una excusa para dejar fuera sus vindicaciones. ¿Aviso para navegantes? Y el tercero es torpedear las promesas de consenso y unidad del 8M.

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El otro argumento que he visto repetidamente utilizado es el de que esto es un ataque planificado de las feministas del PSOE ‘y otros grupúsculos de izquierda’, quizá ‘tontas útiles’ de las socialistas, para romper el 8M porque a estas últimas les resulta inaceptable no tener la hegemonía de este movimiento a manos ahora de sectores feministas de Podemos. No tengo duda de que los partidos de izquierdas quieren tener influencia sobre el movimiento feminista. Tiene mucha lógica porque el feminismo es ahora mismo el movimiento social que tiene mayor capacidad de movilización en las calles y que atesora mayor legitimidad política. Sin embargo, me parece una excusa muy poco consistente para justificar la exclusión de la prostitución de la agenda del 8M.  Hoy todas las ciudades españolas tienen organizaciones abolicionistas que no hacen otra cosa que crecer y en algunas provincias el 8M se ha declarado abolicionista. ¿Por un momento se puede creer que las mujeres eligen con libertad la prostitución? ¿Sentir cuerpos llenos de sudor y mal olor, penetrándote por todos los orificios, sin preguntar qué te gusta y disponiendo de tu cuerpo con el poder que da el dinero es un acto de libertad? ¿Será por eso que en las sociedades que acceden a mayores niveles de igualdad se produce la casi desaparición de mujeres autóctonas en la prostitución? El problema no son las abolicionistas del PSOE, el problema es que las feministas de los partidos de izquierdas no comprendan que la prostitución es mercantilizar los cuerpos de las mujeres.

Este error de análisis de un sector hegemónico del 8M está teniendo consecuencias no deseadas. La primera de ellas es el enorme malestar político que están produciendo en el amplio sector abolicionista que milita en esa organización. Este empecinamiento que le impide explorar el malestar de las mujeres que están en prostitución; esta sordera que les impide oír a las mujeres supervivientes de explotación sexual; esta ceguera que no les permite ver que las mujeres que están en prostitución cada vez son más jóvenes –en muchos países son niñas- está contribuyendo a romper los puentes entre diversas posiciones feministas. Ese es el auténtico caballo de Troya y no puedo dejar de preguntarme a quién beneficia la exclusión de la prostitución del 8M.

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