Opinión · Dominio público
Cristianos y musulmanes
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Vivir con miedo o el exilio. No parece haber más opción para los cristianos de algunos países de Oriente, especialmente para los asirios iraquíes y los coptos egipcios. La cadena de atentados perpetrados en las postrimerías del año pasado parece dejarles sin buenas perspectivas de futuro.
Después del atentado de final de año en Alejandría, Egipto, con 21 víctimas mortales, el presidente Hosni Mubarak señaló de inmediato a las organizaciones salafistas de fuera del país como las causantes de esta sangría, pero ahora parece ser que las pesquisas se centran en un grupo fanático local inspirado por las ideas de Al Qaeda.
Cualesquiera que sean los autores materiales de este terrible atentado, lo que pone en evidencia son dos cosas: la presencia de fanáticos dispuestos a dificultar al máximo la convivencia y conseguir que los cristianos dejen su casa, y la discriminación histórica de una parte importante de la población –la minoría cristiana– en Egipto y en prácticamente todos los países musulmanes. En el mejor de los casos, esta minoría ha sido tolerada pero no integrada como parte esencial de la identidad de estos países.
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Hasni Abidi, politólogo y director del Centre d’études et de recherche sur le Monde arabe et méditerranéen (CERMAN) en Ginebra, escribía en un reciente artículo publicado en Le Monde que decir que la presencia de cristianos debe ser tolerada en el mundo árabe es, en el fondo, profundamente injusto. Los cristianos han pertenecido siempre a la tierra que los ha visto nacer y crecer, la tierra de sus antepasados. No son, pues, una minoría religiosa venida de fuera y con la que hay que mostrarse compasivos. Están en sus países y allí deben de quedarse. En este mismo artículo, el autor afirma que un diálogo de culturas a nivel internacional no tiene ninguna oportunidad de éxito si no se aplica el mismo paradigma en el plan nacional.
Pero, y he aquí la cuestión, ¿cómo promover la conciencia de la propia complejidad –diversidad– en países donde el sistema político es mayoritariamente de partido único? Este es otro de los retos ciclópeos a los que se deben enfrentar estos países que, por otra parte, no parecen estar por la labor. Más bien lo contrario. El ejemplo egipcio es paradigmático. Todo parece indicar que el poder pasará a manos del hijo del actual presidente, estrangulando una vez más las ansias de libertad de buena parte de la población.
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Moncef Marzouki, en su libro Le Mal arabe distingue de forma esquemática cuatro estrategias de supervivencia de los países árabes: 1. Las monarquías más o menos abiertas a la modernidad, como sucede en Marruecos o en Jordania, introducen, según el autor, reformas superficiales y no cambian nada en lo esencial. 2. Los estados del Golfo que tratan de sobrevivir comprando la sumisión del pueblo con el dinero del petróleo y se ponen bajo la protección militar de EEUU (ejemplo de democracia donde los haya). 3. Los regímenes que utilizan las viejas técnicas de represión (cita como ejemplo a Siria y Libia) Y 4. El régimen tunecino que , según Marzouki (tunecino exiliado en Francia), es un caso a parte. Es la única dictadura del mundo cuya ideología es la democracia y los derechos del hombre. Su lema parece ser: no pudiendo evitar la democracia, falsifiquémosla.
No sé dónde situaría Marzouki los casos de Egipto, Algeria y otros países musulmanes no árabes, pero seguramente todos ellos podrían caber en alguna de estas cuatro estrategias.
Mientras esto no cambie, pocas posibilidades hay de reconocer la propia complejidad. Por tanto, el primer responsable de esta discriminación y de tantas otras que se producen (mujeres, minorías étnicas, homosexuales, etc.) es esta estructura dictatorial del poder, más incluso que los fanáticos que se inmolan esperando profundizar en la división entre comunidades.
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Y si me lo permiten, nosotros, es decir, nuestros países, tampoco estamos exentos de responsabilidad. Vendemos buenos valores pero vamos a buscar el dinero (o petróleo, gas, etc.) allá donde esté. Lo de menos es saber de dónde procede. Lo más importante es que nos permita continuar con nuestro ritmo de vida. Es decir, contribuimos activamente a que todo permanezca igual o empeore.
Tras publicar mi artículo Los nacionalismos defensivos, aparecido en esta misma sección el 1 de junio de 2010, un conocido con el que algunas veces he compartido inquietudes por el presente y futuro de Catalunya, me escribió diciéndome lo siguiente: “Dices que hay que acabar con los oratorios indignos que abundan en todos los rincones de nuestro país y construir las mezquitas necesarias. Me gustaría saber tu opinión sobre la expulsión de Marruecos de un empresario que genera riqueza con la excusa de hacer proselitismo cristiano. Me gustaría saber tu opinión sobre tantos países musulmanes en que los cristianos son humillados, denigrados y/o perseguidos”. Espero haberle respondido bien con este artículo y le pediría a él (una persona docta, por cierto) y a todos los ciudadanos europeos que no confundan las cosas. En mi caso escribo más sobre los retos que tenemos aquí en Europa por una sencilla razón: vivo aquí. Esta es la realidad que más conozco. Este es mi país y mi continente, pero ni mucho menos apruebo todo lo que sucede al otro lado.
Aún así, considero importante su interpelación. Las dictaduras y los fanáticos nos lo ponen difícil también a los que defendemos la dignificación del islam en Europa. La lucha por la igualdad de derechos de todas las personas es, como prácticamente todo hoy en día, global.
Saïd el Kadaoiu es psicólgo y escritor
Ilustración de José Luis Merino
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