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Opinión · Dominio público

La ideología de género, claro que existe

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El mantra que ahora tanto se repite comenzó a difundirse desde las cavas vaticanas por su representante en la ONU en el 2016, advirtiendo de los peligros del feminismo y de la ideología que conlleva. Desde entonces, cada tanto sacan el tema de “la ideología de género” a relucir. Les ha venido preocupando sobre todo el “adoctrinamiento” en las escuelas, y este mismo año, 2019, el Papa Francisco emitió un documento titulado Varón y mujer los creó, en el que ya incide sobre los peligros del “género” en la deriva de los cambios de identidad sexual, la teoría queer, la aceptación de la homosexualidad y otras “perversiones” por el estilo. Tienen mucho miedo a que desaparezca la familia tal como la conocemos, lo cual no se explica muy bien desde una organización cuyo fundador no había formado ningún tipo de familia, pues niegan que estuviera casado, y que actualmente todos los sacerdotes tengan que ser célibes.

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No siempre fue así. Los sacerdotes, como los apóstoles, eran en su mayoría hombres casados, aunque ese estado fue siendo combatido por distintos papas. Incluso en 1095, el Papa Urbano II hizo vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y sus hijos fueron abandonados. Hasta mediados del siglo XVI en el Concilio de Trento no se establece la norma del celibato para los sacerdotes. La semilla de tal repudio ya la había sembrado el misógino de Agustín de Hipona cuando dijo: “Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer”.  Esa negación del amor erótico es lo que ha acarreado esa plaga pedófila que destroza tantas vidas. Es que no se puede ir contra la Naturaleza. También Yahvéh dijo “creced y multiplicaos”. ¿Cómo? Pero, claro, ellos poseen siempre el don de la interpretación.

Ahora, el mantra al que me refería, el de la ideología de género, no se les cae de la boca a  los de Vox, que vienen a restaurar una España que fue “martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma”, como escribiría Menéndez Pelayo; que vienen a reconquistar un territorio dominado por el Islam; que amenazan con  quemar en piras nocturnas a todas las brujas  de Zugarramurdi, de La Lanzada, del Arenal de Sevilla, lugares emblemáticos de aquellos aquelarres que les quitan el sueño. Pretenden emular a los inquisidores, batalladores y caciques de la España más negra en un “eterno retorno” que ya creíamos olvidado. Han destapado el frasco de las esencias patrias y se ha difundido por toda la atmósfera política un hedor apestoso. Odian la libertad, la inteligencia y a las feministas, pero concentran toda su aversión contra éstas como representantes de lo que puede suponer evolución, modernidad, solidaridad o libertad. Ya toda la derecha compite en patriotismo, que significa destruir lo público, prohibir conferencias y actos culturales, tomar centros ocupados, eliminar subvencione sociales, perseguir y difamar a los inmigrantes, contaminar sin responsabilidad alguna o destruir todo lo que de positivo han hecho gobiernos progresistas. Y no hay más que observar atentamente la política de los gobiernos de la Comunidad y del Ayuntamiento de Madrid. Están encantados de que su “imaginario atávico” se manifieste claramente en Vox, de modo que lo puedan asumir con alborozo como hegemónico. En realidad son los mismos, pero unos más reprimidos que otros hasta que se van reconociendo como la misma tribu.

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Pues bien, las feministas recogemos el guante de semejante desafío. No hemos luchado durante tantas décadas para ahora achantarnos ante semejantes amenazas de liquidación. La “ideología de género” existe, por supuesto, pero, como dice Alda Facio, esa ideología de género es la ideología patriarcal. Llevamos milenios sufriéndola y ahora la quieren proyectar contra el feminismo. ¡Qué dislate! La ideología de género es del género masculino, la de aquellos que han convertido todas las diferencias en desigualdades, que han creado genealogías de poder marginándonos como bastardas, los que se han dedicado a destruir y dominar la Naturaleza, han institucionalizado la guerra como modo de resolver los conflictos que ellos crean y, por supuesto, subordinado y despreciado tanto a las mujeres como a lo femenino, creando un androcentrismo que se les empieza a desmoronar. No pueden sufrirlo y se trata de la normal reacción frente a la amenaza de perder su cetro y su trono, conquistado por la fuerza más brutal, por la violencia, por la explotación y el expolio. ¿Y estos son los que quieren combatir los excesos del feminismo?

La “ideología” fue descrita por Carlos Marx en sus dos acepciones: por un lado como la conciencia que toma la clase obrera de su explotación y, la otra, como “falsa conciencia”. Nosotras, las feministas, tenemos una ideología en su primera versión. Y ellos, los patriarcas furibundos, son víctimas de esa falsa conciencia que les hace creerse superiores a las mujeres, que el poder les pertenece como destino o que son los elegidos de Dios para cumplir en el mundo sus designios. Es lo mismo que se creen las derechas en general: que si el Gobierno no está en sus manos es porque unos advenedizos de izquierda lo han secuestrado o porque unos electores totalmente indeseables (feministas, ecologistas, socialistas y desarrapados de todo tipo) han sido víctimas de un espejismo que nos llevará a todos al abismo. Es lo que llaman “el consenso progre”. Y en ese consenso parece que las feministas constituyen la pieza a batir en primer lugar. No saben que el feminismo constituye una necesidad histórica, que, por supuesto, puede cometer muchos errores, pero nunca el de creer que la ultraderecha pueda terminar ni de lejos con el movimiento. Y menos que el miedo las pueda detener. Seguiremos en las calles y en las conciencias.

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