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Opinión · Dominio público

Si Rosa Sensat levantara la cabeza: del humanismo y las artes en la educación

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Hubo una época en la historia de la educación de nuestro país en la que la cultura y el arte eran tan importantes, escúchenlo bien, tan importantes, que el Estado decidió que nadie debía quedarse sin su derecho a comprender, disfrutar y crear cultura. Un Estado que decidió que los y las artistas y educadores debían llevar exposiciones y museos itinerantes a los pueblos más recónditos de su país para que la educación estética no se concentrase en las ciudades y en los estratos burgueses de la población. Hubo una época donde los músicos hacían sesiones de coros en cada pueblo, donde escritoras y escritores organizaban lecturas y donde creadoras y creadores ponían cine comunitario y enseñaban a mirar las imágenes.

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Poco después, en plena Guerra Civil, esos maestros y maestras, que no solo habían hecho suyo el derecho de niños y niñas al arte y a la cultura, comprendieron el alcance del pensamiento simbólico y la imaginación, y se valieron del poder del dibujo para asumir lo que su mirada infantil tuvo que tragar de golpe: la violencia, la separación y la pérdida. Con unos lápices de colores, unos simples lápices de colores -no hicieron falta tablets ni lápices ópticos- unos maestros consiguieron que sus niños, con un palo con color o un carboncillo -carboncillo, un palo quemado-, pero acompañados de un docente que sostenía e impulsaba esa mirada, estabilizasen y organizasen su miedo, sus emociones y las ordenasen, perceptiva y cognitivamente, para poder, si no elaborarlas, aprender poco a poco a vivir con ellas: lo que es hacerse adulto. Y lo consiguieron no debido a la tecnología, lo consiguieron gracias a una formación artística e integral, que acompañaba empáticamente, motivaba, pero a la vez planteaba cuestiones y animaba a la crítica seria y rigurosa.

Hubo una época donde una mujer valiente y lúcida se lanzó a la aventura de pensar que la educación, además de llegar a todas las niñas y niños de nuestro país, consistía en “hacer personas”, y donde la educación estética tenía un lugar privilegiado. Una educación en contacto con la naturaleza y sensible, adelantándose a lo que Herbert Read, que fue condecorado como Sir por su trabajo en la educación, señalaba en su clásico -pero parece que olvidado- Educación por el Arte, donde retomaba las enseñanzas del otro clásico, también olvidado, Schiller, en su defensa de la educación estética del ser humano. Esa mujer, Rosa Sensat, sentó las bases de una educación de vanguardia, donde la enseñanza de las niñas tomaba especial importancia y donde el “hacer personas” pasaba por hacerlas atentas a sí, a los otros y al medio. Una educación moderna que señalaba, como podemos leer en Hacia la nueva escuela (1934) la necesidad de potenciar la educación de la sensibilidad y crear “un ambiente favorable al desarrollo del sentido artístico”.

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Por esa misma época y un poco más adelante, también en nuestro país, Ángel Ferrant apostaba por la educación artística renovada, incluyendo aspectos tan decisivos como la experimentación, el estudio de la naturaleza, entre otros aspectos. La importancia del proyecto, la planificación, la responsabilidad ante la propia obra y el ejercicio del juicio crítico ante lo propio y ajeno, serían claves en la enseñanza de los niños. Su pedagogía, la resumía en una frase: “Yo no soy profesor en la idea de enseñar, sino en la de impulsar”. Nada más actual y renovador, señoras y señores especialistas en Educación del S. XIX.

Otra maestra, Josefina Aldecoa pondría en marcha, por su parte, un valiente sistema educativo donde las artes recorrerían todas las aulas de Educación Primaria y el sistema escolar en su conjunto, donde no existían los libros de texto ya en los años cincuenta (un avance a aquello que quiso y no logró la LOGSE). En el único centro laico en pleno franquismo, sus magníficos docentes, en su mayoría depurados de la educación del régimen, potenciaban el pensamiento crítico. Y esos docentes sabían que el pensamiento crítico se ejercía a través del ejercicio de las artes y la mirada crítica.

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Como ven, hemos tenido grandes referencias en nuestro país, no hace falta que miremos al exterior para legitimar una enseñanza que se demostró efectiva y humana, pero podemos: John Dewey, Elliot Eisner, Ana Mae Barbosa, Howard Gardner, han hablado e insistido sobre la importancia del pensamiento visual, del pensamiento artístico, el pensamiento divergente, las inteligencias múltiples. Todos ellos compartían el mismo principio que Aldecoa, Ferrant, Justa Freire, Angel Llorca, Elisa López Velasco o el actual José Antonio Marina: la importancia de la creación, del arte, de la sensibilidad en la Educación Primaria, cuando los niños y las niñas están desarrollando sus capacidades, cuando podemos desarrollar las famosas “competencias”.

En la película Ni uno menos, de Zhang Yimou, Wei, una niña de 13 años se queda a cargo de una clase en ausencia del maestro. “Ni uno menos”, que no me encuentre ni uno menos, le dice el profesor como consigna, antes de irse, mientras le da una tiza para cada día. Una sola tiza. ¿Creen que es más creativo y entusiasta un curso por tener más tablets y pizarras virtuales? ¿Qué van a abandonar menos? ¿Qué una enseñanza sin educación artística, sin buenos profesores de arte, va a potenciar un pensamiento crítico y evitar el abandono?

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Si Ángel Llorca levantara la cabeza, le pediría a Isabel Celaá que le acompañara a las colonias infantiles durante la guerra, para comprobar cómo, dibujando, los niños aprendían a autorregularse, a conocer, a estructurar, a pensar con los afectos, a pensar libremente.

Si Rosa Sensat levantara la cabeza, invitaría a Isabel Celaá a comprender que solo a través de la imaginación sistematizada, la inteligencia se hace valiente y crítica. A veces, con una sola tiza los niños y las niñas consiguen imaginar un mundo y no abandonar su proyecto en ciernes. Pero se necesitan maestros y maestras de Educación Artística.

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