Opinión · Dominio público
Ayuso, Almeida y el 'tsunami' que viene
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La batalla por el poder de la derecha en Madrid, con permiso de un Vox convertido en muleta venenosa y un Ciudadanos cuya sede a todos los efectos es Begoña Villacís, ha comenzado a supurar en los últimos días, a unas semanas de que se convoque el congreso regional del PP madrileño, previsto para 2022, pero que, visto lo visto, podría retrasarse si los deseos de Pablo Casado no se cumplen. ¿Y cuáles son esos deseos? Públicamente, el presidente del PP dice mantenerse neutral; en privado, sus colaboradores admiten que Casado no quiere a Isabel Díaz Ayuso también con el control absoluto del partido, esto es, el dominio de las listas electorales en toda la Comunidad, en todos sus municipios, fuente de poder aparentemente inagotable para el Partido Popular, en Madrid y toda España. Bien lo sabía, por ejemplo, Esperanza Aguirre, que mientras tuvo el poder omnímodo en la región, quitaba y ponía alcaldes, alcadesas y concejales a su antojo y en función de unos intereses ampliamente contrastados en la nómina judicial del PP madrileño.
Cuando las elecciones del pasado 4 de mayo en la Comunidad de Madrid dieron a Ayuso la contundente victoria que ni ella esperaba, todas las miradas se dirigieron a la calle Génova, todavía ocupada por el PP pese a la autoamenaza de desalojo. "¿Era consciente Casado, en su aparente euforia de ganador (sí, sí: él reivindicó su parte de responsabilidad en la victoria de Ayuso; y sin sonrojarse), de lo que se le venía encima?", nos preguntábamos en voz alta. Y mientras en todas las tertulias periodísticas y de bar, España diseccionaba con bisturí romo el éxito de Ayuso (¿Los líderes nacen o se hacen? ¿Ha sido Ayuso o Miguel Ángel Rodríguez? ¿Es un pájaro o un avión?...), la nueva lideresa de la derecha y más allá diseñaba con su equipo el futuro del partido... en España.
"Cuanto antes admita Casado la evidencia, mejor; esto no es la época de Esperanza, donde todo iba rápido, pero aún existía un estrecho margen de maniobra para el presidente [Mariano Rajoy], que éste supo aprovechar muy bien. Ahora los tiempos vuelan y hay que trabajar desde el minuto uno en el tsunami que asoma por el horizonte", razonan en la sede del PP. Al principio, no obstante, todo son buenas palabras. Después, las frases empiezan a salir entre dientes, pero continúan pareciendo amables; o eso pretenden. Esto ya lo hemos vivido: con Aguirre, con Alberto Ruiz-Gallardón y con Rajoy, al que las puñaladas entre los dos primeros sacaban de quicio... y se los llevó por delante sin contemplaciones en cuanto tuvo ocasión.
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Pero Casado no es Rajoy ni tiene siquiera la mitad del poder que éste tuvo, al menos en escaños, territorios y dimensión orgánica bien regada con una financiación ilegal constatada por los jueces. Tampoco tiene la experiencia del expresidente del Gobierno, curtido en mil intrigas ya desde su etapa en Galicia, ni mucho menos su equipo. El PP, pese a la merma considerable, sigue siendo un partido razonablemente engrasado, que sobrevive a sus líderes, pero el núcleo de Casado está a años luz de los juristas y altos funcionarios del Estado que escoltaron siempre a Rajoy; también a José María Aznar, aunque hubo un tiempo en que éste prefirió la caricia del lujo de Berlusconi y Briatore y el embrujo atlántico, la seducción del intelecto de George Bush Jr. y su proyecto reparador para el mundo. Ahí se perdió nuestro Aznar, que vuelve este viernes, por cierto, para redimirnos de nuestra ignorancia sobre el 11-S. Poco le agradecemos.
Desde que la presidenta de Madrid admitió en público-privado (conversación con periodistas) que aspiraba a liderar el PP de Madrid, las alarmas se han encendido en el despacho de Casado y alrededores: la fina línea del tsunami en el horizonte empieza a ser una ola. "Pepito [así llama Aguirre a José Luis Martínez-Almeida], tienes que ayudarme", vino a decir Casado, y Pepito entró, más como portavoz nacional del PP que como alcalde de la capital. Tal vez Almeida también quiera presidir la formación regional o tal vez prefiera que haya una "tercera vía", como ahora, que el PP madrileño está en manos de Pío García-Escudero, el expresidente del Senado y un clásico sin más aspiración que estar. Y está siempre, no cabe duda.
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Dicen los más finos que Ayuso ha quedado "descolocada" con el anuncio de Almeida y la aparente neutralidad de Casado y Teodoro García-Egea, otrora un entusiasta de Ayuso pese a las cuentas pendientes por el rechazo electoral a Toni Cantó, cuya intensa actividad en la Oficina del Español amenaza con quemar las naves de la maquinaria administrativa madrileña. La "aparente neutralidad" del líder del PP es un no-apoyo a la presidenta en toda regla, como saben ya en primer curso de partidismo español. El término "descolocada", sin embargo y apreciando el simulacro de elegancia, es una virguería inútil, teniendo en cuenta cómo se las gastan en la Puerta del Sol. Decía Esperanza Aguirre en sus buenos y poderosos tiempos que "para poder descartarte, tienen que darse las cartas; y las cartas no se dan". De momento, Cayetana Álvarez de Toledo ha hablado. El tsunami en su expresión más contundente.
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