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Opinión · Dominio público

La plataforma de Yolanda Díaz (y sus enemigos)

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Partimos de una constatación: Yolanda Díaz es la mejor candidata posible de la izquierda para obtener un buen resultado en las próximas generales. Siempre surgen matices: las elecciones no se ganan por tener la razón moral o intelectual. Las ganan otras cosas. En su día, cuando la izquierda se ponía spinozista, se decía que a las masas las mueven los afectos. Unas elecciones no se ganan por tener como eje al mejor de los partidos-movimiento, nuevo sintagma comodín en Podemos, que surge precisamente cuando menos movimiento hay asociado al partido. El sintagma se parece más a la expresión de un deseo que a una realidad.

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Vamos a dejar que las aristas tarden un poco en llegar. Pintemos, por ahora, las caras más amables. Yolanda Díaz lleva meses insistiendo en que quiere levantar un proyecto de país. Iván Redondo declaró, en su entrevista con Jordi Évole, que Díaz mejoraría —y mucho— los resultados de Iglesias siempre y cuando se presentara con una plataforma. Dedicó toda la entrevista a exhibir su curriculum de vendehúmos profesional, pero puede que en eso sí que tenga razón. El intento de enhebrar está casi presente en la estructura misma del Ministerio de Trabajo, con estructuras como la de «la corte galaico-catalana» que han descrito Iván Gil y Fernando H. Valls

Habrá a quien no se le escape que Rodrigo Amírola, antiguo jefe de gabinete de Jéssica Albiach, se presentó al segundo Vistalegre en la lista de Íñigo Errejón y trabajó en discurso y argumentario con Jorge Moruno. Hoy trabaja codo con codo con Díaz como responsable de discurso y estrategia. El discurso de Díaz no es errejonista —etiqueta cuyo abandono tendría quizá que empezar a valorarse por parte de quienes comentamos la política; inciso: la muerte del errejonismo como facción política para ser sustituido por otra cosa, verde, que va armándose, no es ni de lejos la muerte política de Errejón—, pero a veces rima con palabras verdes, y hay sectores de Más País que lo ven con buenos ojos.

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La plataforma de Yolanda Díaz, si escoge presentarse a las elecciones con una estructura que no sea Unidas Podemos —y raro sería que su candidatura en 2023 se llamara Unidas Podemos: tiempo al tiempo—, no podría ser una repetición del modelo de las confluencias. Si lo fuera no habría debate o psicodrama interno y no estarían apareciendo los primeros puñales. Cuando se organizó —con Díaz de por medio— la Alternativa Galega de Esquerda, cuyo primer nombre prescindía —¡ojo!— de la mención explícita a la izquierda, la coalición contó con los nacionalistas gallegos de Beiras, salidos del BNG, los de Esquerda Unida y los verdes y ecosocialistas. Era 2012 y esas elecciones —resultado: un 14%, no muy lejos del objetivo para las próximas generales, viendo cómo Die Linke avisa desde Alemania de debacles posibles— prepararon el terreno para los excelentes resultados de En Marea que vendrían después. Pablo Iglesias fue asesor de campaña. Sabemos el particular Titanic gallego posterior, claro, con la desaparición absoluta de Galicia en Común —cero escaños— y su sustitución por el BNG. Pero, en estos preliminares a las elecciones, parece que el reloj retrocede: ya veremos si a 2017, a 2014 o incluso a 2012.

Los pactos estratégicos son una buena idea. Acordar dónde presentarse y dónde no, presentar listas conjuntas, contar con un despliegue territorial que no esté en exceso centralizado —con no poca influencia de los comunes—, también. Como suele pasar con las buenas ideas, su mera mención es suficiente para desatar los infiernos. Los últimos mensajes de Juan Carlos Monedero se pueden clasificar de dos maneras: o bien un sabotaje al proyecto de Yolanda Díaz de ensanchar su plataforma, o bien una amenaza. Un intento de tutela disimulado.

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¿Hay justificación posible a que alguien responda al proyecto de Díaz recordando las heridas que dejó Vistalegre II y atacando una vez más a Errejón, apropiándose incluso de las palabras de la vicepresidenta para atacar al líder de Más País con lo de «los egos en la política»? ¿Cómo interpretar sus palabras sobre cómo a Podemos le correspondería a la fuerza ser el eje que vertebre el espacio político de la izquierda, sus avisos a la maldad natural de las plataformas que trascienden los partidos, su insistencia —insistimos: advertencia velada— en que algo así puede acabar como los proyectos de la malévola Carmena?

Tenemos una buena noticia. Yolanda Díaz quiere sacar un buen resultado en las próximas elecciones y lo está preparando todo para ello. Es inteligente, así que sabe que ese buen resultado no pasa necesariamente por la marca Podemos; comprende también que ella es mejor valorada por el conjunto de la sociedad y de los votantes de izquierdas que la marca del partido; entiende que las alianzas no se tejerán ni aireando el «estalinismo cuqui» de aquellos traumáticos años de lucha interna ni amenazando con los insultos a la unidad. Pero hay quien prefiere la inquina a la victoria y no parará de poner palos en las ruedas. Que no nos sorprenda si eso va a más; y, si va a más, que no nos sorprenda si alguna formación acaba estrellándose contra la pared, y estrellando con ella las expectativas de una continuidad progresista frente a la ola reaccionaria.

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Antes de las elecciones generales de 2023 habrá elecciones autonómicas en Andalucía, lo que ya plantea toda una serie de dilemas en la relación variable y triangular entre tres agentes: Adelante Andalucía —cuya entrada en el parlamento predicen las encuestas—, capitaneado por Teresa Rodríguez; Más País en su vertiente andaluza, cuyas futuras relaciones con Adelante Andalucía son aún una incógnita; y Unidas Podemos por Andalucía, aún en cabeza entre la izquierda andaluza, pero desangrado por las dos escisiones anteriores.

Este mapa puede complicar sobremanera el intento de tejer alianzas, poniendo en práctica algunos meses antes la máxima cantidad posible de divisiones entre las izquierdas… más aún cuando uno de los rasgos más característicos de Adelante Andalucía y de Anticapitalistas ha sido el rechazo a los pactos con el PSOE, mientras que Yolanda Díaz siempre ha insistido en su posición de diálogo y pactista. Y, desde luego, las formaciones no tolerarán que desde un Ministerio en Madrid se intente tutelar sus alianzas. La concatenación de divisiones y catástrofes electorales puede ser importante si otras elecciones se adelantan. Puede producir intensos dramas si las municipales y autonómicas se juntan con generales, llevando la idea de plataforma de Díaz y su relación con los partidos directamente al terreno de una boda roja en Juego de Tronos, por permitirme el símil tan Podemos en 2015-2017. La posibilidad de alianzas en territorios como Valencia o Cataluña, con las manos de Oltra y Colau, podría no ser suficiente si en el resto de España sólo quedan derrotas y cuchillos voladores.

La plataforma de Yolanda Díaz es la mejor opción para que la izquierda sobreviva a 2023. Lo saben hasta en el PSOE, casa donde el deseo de gobernar es superior a la reticencia a poner en práctica medidas de izquierdas: no podrán volver al Gobierno solos en 2023, y si se hunde su izquierda, se hunden ellos, pues Ciudadanos está desaparecido y la alternativa socioliberal es imposible. Todavía queda tiempo para reflexionar. Que algunos se piensen si prefieren perder con su trinchera estrambótica y cada vez más pequeñita o ganar callando de vez en cuando. Si nos ponemos spinozistas, hablaríamos de las pasiones tristes: deseos que no logran cumplirse, luego provocan frustración y, en consecuencia, traen tristeza. Que los deseos frustrados del pasado no nos impidan formular nuevos deseos en el presente.

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