Opinión · Dominio público
Futuro energético y sociedad
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RICARDO MARQUÉS
La transición energética, que la lucha contra el calentamiento global hace necesaria, implica grandes retos tecnológicos y sociales. El Sol –que es el origen de casi todas las fuentes de energía renovables, incluyendo la eólica, la hidráulica y la biomasa– derrama gratuitamente sobre la Tierra un flujo de energía equivalente a 10.000 veces el consumo energético de la humanidad. Bien es verdad que no todo ese flujo energético es directamente aprovechable, pero una parte significativa de él sí lo es, por lo que las energías renovables aparecen como la alternativa más natural al calentamiento global que el consumo de combustibles fósiles conlleva.
De hecho, las energías renovables suponen actualmente en torno al 15% de la energía primaria consumida por la Humanidad, destacando la biomasa tradicional y la hidráulica. En un futuro energético renovable, sin embargo, la primacía se volcaría hacia los sistemas de captación eólicos y solares, tanto fotovoltaicos como térmicos. Así, el total de potencia eólica y fotovoltaica (para producción de electricidad) y térmica de baja temperatura (para producción de calor y frío solar) alcanza ya en la Unión Europea los 70 gigavatios, lo que, teniendo en cuenta la intermitencia del recurso, equivale aproximadamente a 16 centrales nucleares. Y crece aceleradamente: aproximadamente la cuarta parte de esa potencia fue instalada en los dos últimos años.
En un futuro cercano, la producción de electricidad en centrales termosolares de tamaño medio se sumará a ese crecimiento. La entrada en servicio de la primera central termosolar europea en Sanlúcar La Mayor, cerca de Sevilla, que alcanzará los 302 megavatios de potencia en 2013 (suficiente para abastecer de electricidad a 200.000 hogares), es un buen ejemplo de ello.
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Por supuesto que un futuro energético renovable plantea importantes retos tecnológicos, derivados sobre todo de la gestión de un sistema esencialmente diverso, distribuido e intermitente de producción de energía. Ello prefigura un modelo social en el que los consumidores son a la vez productores de energía, en el marco de un sistema cooperativo en el que la función de las grandes compañías energéticas sería más la gestión del sistema que la producción de energía en sí misma.
No cabe duda de que ello supondría cambios sociales de calado, incidiendo en un mayor poder real para los ciudadanos de a pie, y promoviendo una mayor conciencia y responsabilidad social acerca del ahorro y la eficiencia energética. En la medida en que las tecnologías y recursos energéticos renovables son de fácil acceso, comparativamente baratos y de uso puramente civil, un modelo energético renovable también posibilitaría un mayor acercamiento entre el primer y el tercer mundo.
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La energía nuclear también se ha postulado como una alternativa que, al no implicar emisión de gases de efecto invernadero, no contribuiría al calentamiento global. Subsiste sin embargo el problema no resuelto de la gestión de los residuos radioactivos. Por otra parte, las 400 centrales nucleares en servicio sólo proporcionan actualmente en torno al 5% de la energía primaria a escala mundial, por lo que, aunque las reservas conocidas de uranio darían aún para 100 años al ritmo de consumo actual, se agotarían en pocos años en un sistema “todo nuclear”. Bien es cierto que las actuales centrales nucleares sólo aprovechan una pequeña parte del material fisible contenido en el combustible nuclear, existiendo tecnologías de reprocesado que, combinadas con un nuevo tipo de reactores llamados rápidos, permitirían alargar considerablemente dicho plazo.
Sólo la aplicación masiva de estas nuevas tecnologías –que en todo caso no evitarían la generación de residuos radioactivos– posibilitaría el uso masivo de la energía nuclear a medio plazo. Como vemos, un sistema energético basado en la energía nuclear supone no sólo multiplicar por 20 el actual número de centrales nucleares, sino que también implica un cambio tecnológico de gran envergadura respecto de la tecnología nuclear actual, con numerosos problemas no resueltos.
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¿Merecería la pena afrontar ese reto? En un sistema energético basado en la energía nuclear, la seguridad es una cuestión esencial, no sólo en lo que respecta a la gestión de los residuos. La tecnología nuclear es una tecnología de doble uso: civil y militar. La preocupación con que seguimos el programa nuclear iraní es sólo un pequeño avance de los problemas políticos y sociales que se derivarían de un apuesta decidida por la energía nuclear a escala planetaria.
Un sistema energético todo nuclear obligaría a controles estrictos sobre el transporte y almacenamiento del combustible y los residuos nucleares, así como sobre el posible desvío de éstos hacia fines militares o terroristas. Todo ello configuraría un mundo más inseguro y tendría sin duda consecuencias negativas sobre las libertades y derechos humanos de los ciudadanos de a pie. Por otro lado, la tecnología nuclear es una tecnología sofisticada, al alcance sólo de unos pocos países desarrollados, lo que contribuiría a incrementar el abismo social y tecnológico que ya hoy separa al mundo desarrollado del
subdesarrollado.
No sabemos cuál será finalmente la alternativa energética por la que opte la Humanidad, si optaremos por las energías renovables, si permaneceremos fieles al petróleo, el gas y el carbón, precipitándonos en una nueva era de calentamiento global, o si optaremos por un futuro nuclear. Con las líneas que anteceden, sólo pretendo dejar claro que dicha decisión no es sólo una decisión tecnológica, sino también una decisión acerca del tipo de sociedad que queremos dejar en
herencia a nuestro hijos.
Ricardo Marqués es profesor de la Universidad de Sevilla y miembro del colectivo de opinión Naturaleza y Desarrollo
Ilustración de Enric Jardí
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