Opinión · Dominio público
Solo ante el peligro
Actor, payaso y humorista
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Zelenski es Gary Cooper en Solo ante el peligro, y los asesinos, encabezados por el perverso Van Cleef-Putin, llevan ya semanas pegando tiros a las puertas de Hadleyville, el pueblo de todos.
A estas horas sus disparos han alcanzado viviendas, el dispensario médico, el polvorín, las oficinas del periódico, a miles de inocentes y hasta cabría decir que han impactado en el corazón de cada uno de los ciudadanos del planeta, que asiste en el cine global a un despliegue de crueldad sin límites y que amenaza los cuatro puntos cardinales de la sala.
Los disparos amenazan con atravesar la pantalla y acertarnos también a los que asistimos a la proyección con cara de póquer. Realidad y ficción se han hecho uno y lo que sí está llegando ya son millones de personas que temen por sus vidas, y nos ruegan que les hagamos sitio en el patio de butacas.
Todo hubiera sido más fácil para Zelenski-Cooper si cuando empezaron los disparos se hubiera decidido a escapar y ponerse a salvo. Pero entonces la película sería otra. Y las buenas historias, y sobre todo los seres humanos, requieren de referentes que den pulso a la esperanza y animen a pensar que esto no puede terminar con el triunfo de los malos.
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Desde que se apagó la luz en el cine planetario, los espectadores sabemos o queremos saber que, aunque el héroe pague con la vida su decisión de quedarse en su pueblo, acabará resultando, por lo menos, el triunfador moral de esta guerra, porque ha sido capaz de enfrentarse a su propio miedo y de mirar directamente a los ojos a la bestia que se cierne y amenaza la polis.
Putin-Van Cleef pretendía ser el protagonista y erigirse en el gran héroe. Pero el protagonismo y, sobre todo, el relato ya lo ha ganado Zelenski, que se está llevando también todos los premios de interpretación.
Putin no ha debido de ir mucho al cine ni tampoco ha debido leer muchas tragedias, por lo visto le basta con escribirlas, porque no ha sido consciente de lo que supone enfrentarse a un verdadero actor, a un ser capaz de dominar la escena y la cámara mucho más eficazmente que quien solo estudió interpretación en el KGB, donde solo pudo aprender papeles de malo burdo y sin cintura. Zelenski domina la escena, Putin solo ha aprendido a bombardearla.
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Cuando Zelenski-Cooper, salga victorioso de este duelo, -cosa que todos los que estamos sentados a este lado de la pantalla, devorando palomitas, deseamos- el cine al completo se pondrá en pie y aplaudirá su hazaña de forma enfervorecida; del mismo modo que el público caería en la más profunda de las depresiones, si el villano fuera quien se alzara con el triunfo. El gesto se nos congela y nos tapamos los ojos para no ver lo que podría estar a punto de ocurrir.
Pero hay que buscar esperanzas y, si es necesario, inventarlas para seguir adelante con la película, y entonces, aún con los ojos cerrados, pensamos que alguien que se dedica a asesinar de forma cobarde nunca puede ser un héroe ni resultar vencedor; y que un verdadero héroe, incluso después de muerto (los dioses no lo quieran), puede perseguir al villano hasta hacerle pagar sus fechorías en el mismísimo infierno.
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Pero entonces nos asalta la idea de que el infierno es seguramente el lugar preferido de Putin y que por eso está intentando convertir al mundo en uno muy grande envuelto en llamas nucleares. Menudo lío de película.
En cualquier caso, los espectadores, cogidos todos de la mano del de al lado y conteniendo el aliento, esperamos que al final Putin salga esposado y que sea juzgado o que sean los propios miembros de su banda de oligarcas los que acaben haciéndole morder el polvo.
Con estas cosas soñamos mientras la película avanza y de la pantalla no dejan se salir niños con peluches en las manos y hombres y mujeres con el rostro desfigurado por las lágrimas y el miedo, pidiendo asilo y algo más que palomitas.
El antagonista de la tragedia ha cometido hibris, y con su soberbia desmedida se ha convertido en enemigo de los dioses, que aunque no hayan aparecido aún en escena, según dictan las normas de la tragedia, tarde o temprano han de acabar con él.
Párense ahora a pensar en los secundarios y en cuál está siendo el papel de una Europa (que intenta interpretar el papel del juez del pueblo), de EEUU (el potente ranchero que vive en las afueras) y de China (pariente cercano del malote y que tampoco deja ver sus cartas).
Todos parecen desconcertados y no saben muy bien qué hacer, a todos se les atraganta la idea de un conflicto que acabe por incendiar el cine entero y que Solo ante el peligro se convierta en Apocalypse Now o en El planeta de los simios.
Continuará… O no.
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