Opinión · Dominio público
Por tercer año: día de homenaje a las víctimas del nazismo de España
Historiadora. Amical de Mauthausen y otros campos
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El Consejo de Ministros del Gobierno de España, celebrado el 26 de abril de 2019, acordó instaurar el 5 de mayo como el Día de Homenaje a los españoles deportados y fallecidos en Mauthausen y en otros campos y a todas las víctimas del nazismo de España, loable medida que contribuye a ir dejando huella en pueblos y ciudades y que va multiplicando homenajes, que visibilizan las ausencias de sus vecinos, engullidos por la maquinaria nacionalsocialista.
La escritora Lisa Apignaresi (nacida El?bieta Borensztejn) de origen polaco y de formación y trabajo en el mundo anglosajón, en su obra Los muertos perdidos indaga en las historias escuchadas en su niñez para revivir el pasado que no conoció en la castigada Varsovia, y recuerda “Los muertos están perdidos. Pero, quizás, sin embargo, algo cambie si, recordándolos, los perdemos como es debido”. En efecto, los muertos no han muerto en vano ni los supervivientes han de ver sepultado su pasado, en caso contrario, triunfarían los verdugos, aquellos que pretendían no dejar rastro de sus crímenes, pero que huyeron despavoridos ante la cercanía de su derrota.
Si bien los vestigios de la criminalidad existen y las palabras permanecen, asistimos a una aterradora deseducación, en aras a un engañoso presentismo y a una pereza mental, que revierten en falsedades, medias verdades y en actitudes acomodaticias, aumentadas a medida que se alejan los acontecimientos. Una Europa desmemoriada y frágil puede acabar convirtiéndose en un nuevo escenario del horror, pésimas noticias para la convivencia y alimento de resentimientos. ¿Qué queda hoy de los juramentos pronunciados por los supervivientes a los pocos días de la liberación de los campos? El colofón del ¡Nunca Más! ha sido y sigue siendo transgredido en un mundo en que no impera la libertad, la solidaridad entre los pueblos y la justicia social deseada por aquellos que sufrieron en propia carne los ataques más ignominiosos a la condición humana.
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Ante oídos sordos y ojos ciegos, cabe un trabajo de descubrimiento y de conocimiento, en la medida que quien no sabe, no puede conmemorar, ni puede otorgar a la memoria una dimensión colectiva, que se imponga a los ruidos y a los gritos de los que no saben ni escuchan. El 5 de mayo, fecha de la liberación de Mauthausen, forma parte de la historia de España del siglo XX, y el 16 de mayo en la ceremonia celebrada en la appellplatz con motivo de la repatriación de los supervivientes soviéticos, se pronunció el juramento aludido en distintas lenguas, prueba de la internacionalización de la persecución y el dolor.
De todos los campos establecidos en los territorios del Reich salieron con vida unos 3.700 de los algo más de 9.000 deportados republicanos. Joaquim Amat-Piniella en el prefacio de su magistral obra K.L. Reich creada en 1946 en Andorra escribió: “Millones de hombres fueron asesinados porque amaban la libertad y contribuyeron con su muerte a la posibilidad que la libertad sobreviviera”, palabras que basculan entre el horror y la esperanza. Amat-Piniella dejó en el cielo austríaco las cenizas de compañeros de infortunio y él mismo combatió por la libertad perdida hasta el final de su vida.
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Los deportados republicanos eran hombres y mujeres de su tiempo, libres, de todas las condiciones y de los más diversos lugares que vivieron con entusiasmo los nuevos tiempos que anunciaba la proclamación de la II República. Su dignidad se vio atacada desde el momento en que se vieron obligados a cruzar los Pirineos, a hacinarse en las embarcaciones que les arrojarían al norte de África, o a atravesar mares y océanos, en busca de refugio, para acabar dejando su capital humano, político, cultural y científico en tierras lejanas. Combatientes contra los generales traidores al régimen republicano, luchadores en las filas del ejército francés, pioneros en la Resistencia contra el ocupante nazi, esclavos de Hitler, en las costas atlánticas, en las islas anglonormandas o en la propia Alemania, su catalogación de “rojos” y enemigos de Franco y de Hitler les condujo a los campos de la muerte.
En suma, protagonistas de la historia del siglo XX de España y de Europa, que dejaron sus vidas en una larga guerra que para ellos había durado nueve años, pero aún hubo más, ya que aquel 5 de mayo no les restituyó la libertad deseada, el regreso a su país, libre y republicano. Los victimarios habían trasmutado sus caras y fueron los vencedores de la guerra de España los que prosiguieron la persecución de los antiguos deportados republicanos en sus tierras, proscritos, huérfanos de ciudadanía y condenados a transitar por un periplo, físico y emocional. Mientras que en Occidente los que consiguieron sobrevivir a la experiencia concentracionaria eran cuidados y homenajeados en sus países de origen, y podían recordar y honrar a los compañeros engullidos por la barbarie, en España las víctimas eran invisibles, y los honores quedaban reservados a los fascistas, los perdedores de la guerra. Diluidas las esperanzas de un retorno a la patria libre, ni tan sólo el paso de los años les permitió vislumbrar el fin del régimen que a fin de cuentas les había condenado por su complicidad con el nazifascismo. Y fueron perseguidos en su tierra u obligados a acomodarse a un exilio que no acababa nunca, fuese en el exterior o en el interior.
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Hoy, a los 77 años de aquel lejano 5 de mayo de 1945, ningún paso atrás. Nada puede ser borrado, ni negado. Pueblos y ciudades, al recordar sus nombres y al repetir sus voces, pueden reparar la injusticia hacia las víctimas que no pudieron hablar e incorporar su legado de primeros luchadores antifascistas de Europa a la Historia. Flores, silencios y palabras, pero también estado de alerta continuado para identificar signos que anuncian malos tiempos para las libertades.
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