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Opinión · Dominio público

El difícil equilibrio de Ruiz-Gallardón

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ENRIQUE GONZÁLEZ DURO

Por su ideología, trayectoria política e imagen pública, no cabe duda de que Alberto Ruiz-Gallardón es un político de derechas, pero de una derecha civilizada, democrática y liberada del legado franquista, olvidado pero no extinto. Lo contradictorio es que siempre haya militado en un partido que, quiéralo o no, heredó ese legado, que nunca lo ha condenado, que abomina de la memoria histórica, que se resiste a eliminar la aún numerosa simbología que homenajea a la feroz dictadura padecida, con el pretexto de no reabrir viejas heridas del pasado: esas heridas aún no han cicatrizado en millones de españoles, herederos biológicos o ideológicos de los que defendieron la legalidad republicana y que fueron por ello severamente represaliados, sin que aún hayan sido desagraviados. Un partido que teme desviarse de la línea marcada diariamente por el terrible ‘converso’ Jiménez Losantos, que considera el laicismo como el conjunto de todos los males, que está en contra de la educación ciudadana de los jóvenes cuyos padres no desean que sus hijos sean adoctrinados por el nacionalcatolicismo que ha vuelto, que se envuelve en la bandera borbónica, ignorando que en este país existe muchísima gente que siente como propios los valores que representaba la bandera republicana. Es la herencia del pesado fardo del franquismo residual, que ningún demócrata verdadero podrá asumir.

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Aun en los peores tiempos de la dictadura hubo una minoría monárquica que tuvo que ser antifranquista por ser partidaria del pretendiente Don Juan de Borbón, una de las bestias negras del Caudillo de España, porque en sus manifiestos se mostraba contrario a sus designios y a favor de la democracia. Esa minoría actuaba a veces en la semiclandestinidad o se expresaba tímidamente en el ABC, que entonces abría sus páginas a personajes tan diversos como José María Pemán o Salvador de Madariaga. En 1955, un grupo de oposición estudiantil quiso organizar un Congreso de Escritores Jóvenes, con el aval de Dionisio Ridruejo, el apoyo del rector Laín Entralgo y el consentimiento receloso de algunos dirigentes aperturistas del SEU. José María Ruiz Gallardón, un joven abogado, monárquico y liberal, ofreció un piso cómodo, céntrico y seguro donde poder reunirse y preparar manifiestos.

En febrero de 1955 hubo serios enfrentamientos entre estudiantes demócratas y falangistas uniformados y armados. Un falangista fue gravemente herido por una bala perdida disparada desde atrás por otro falangista. Franco supo su nombre desde el primer momento, pero nunca lo dijo. Se preparó una noche de cuchillos largos que fue abortada por el capitán general de Madrid. La Dirección General de Seguridad anunció la detención de siete jóvenes por considerarlos responsables e instigadores de los sucesos: Miguel Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, Ramón Tamames, José María Ruiz Gallardón, Javier Pradera, Enrique Múgica y Gabriel Elorriaga. Días después fueron detenidos y encarcelados otros más: Julián Marcos, Jesús López Pacheco, Fernando Sánchez Dragó, José Luis Abellán, etc., todos en la órbita del PCE. Poco a poco y en el período de cuatro meses, todos fueron saliendo de la cárcel, siguiendo rumbos diferentes. Ruiz Gallardón prosiguió algún tiempo en una línea liberal y antifranquista, y en 1959 defendió en consejo de guerra a un destacado miembro del Felipe (Frente de Liberación Popular). Su hijo Alberto tenía entonces un año de edad.

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Pocos dirigentes del PP podrían presentar un pedigrí democrático y antifranquista tan claro. La influencia del padre debió de ser decisiva, tal como el mismo Alberto ha reconocido con motivo del reciente fallecimiento de Jesús de Polanco, que había sido boicoteado por todos los afiliados del PP: “ No es casualidad que siendo aún muy joven heredara la amistad de Jesús, de quien antes que yo la había disfrutado mi padre, José María Ruiz Gallardón. Al fin y al cabo, fue él quien me enseñó que no vale la pena ninguna idea que exija el rechazo personal de aquellos que legítimamente discrepan de nosotros, y, más aún, quien me hizo ver que el sentido de la lucha política que entonces se libraba era precisamente definir una sociedad distinta”. Su padre nunca ocupó cargo alguno durante el régimen de Franco, aunque luego evolucionó hacia posiciones conservadoras, tal vez por amistad con Fraga, recientemente vuelto del exilio dorado como embajador en Gran Bretaña con ideas ansiosamente renovadoras. Fue uno de los fundadores de Alianza Popular. Su hijo Alberto siguió su camino, iniciando una brillante carrera política.

Sin duda que Alberto Ruiz-Gallardón siempre ha ido a contrapié en un partido en el que lleva militando 30 años, y que no goza de la simpatía del aparato. Ha encajado derrotas, ha debido hacer diversas cesiones e incluso ha tenido que pedir disculpas, pero siempre ha mantenido su coherencia política: mientras su partido recurría al Tribunal Constitucional en contra de la Ley del Matrimonio de Homosexuales, él casaba a dos homosexuales, precisamente afiliados al PP. Su última osadía ha sido la de postularse como segundo de la lista madrileña para las próximas elecciones generales, causando el escándalo entre los gerifaltes del partido. ¿ Por qué no iba a poder hacerlo? ¿Acaso Rajoy podría prescindir de la cosecha de votos que podría aportar Ruiz-Gallardón? Ciertamente está en posición de difícil equilibrio, pero él se siente seguro y sabe lo que quiere. Como ha dicho recientemente, parafraseando al poeta Luis Cernuda, “creo en mí porque algún día seré todas las cosas que amo”. Una frase narcisista –¿qué político no lo es?–, pero coherente con un pensamiento político que no engaña a nadie.

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Enrique González Duro es psiquiatra

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