Opinión · Dominio público
Lo normal, lo común y la Virgen de la Paloma
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Este jueves fueron noticia las declaraciones de un cura de San Pedro, en la provincia de Albacete, que vino a decir lo que todos y todas sabemos que piensan ellos, según la doctrina católica, pero que sorprendió mucho a los fieles congregados en la misa donde el párroco Óscar Díaz cargó contra los homosexuales. Nada nuevo en la Casa del Señor: "Estamos siendo adoctrinados. Hay muchas cosas que sabemos que, desde la ética cristiana, no pueden ser aceptadas. Y nosotros poco a poco las vamos asumiendo como algo normal, como algo querido por Dios. Por ejemplo, la situación de parejas del mismo seso [sic] Hoy por hoy, se ha vuelto común, pero una cosa es que sea común, otra que sea normal y otra cosa es que sea querido por Dios".
¿Alguna novedad en las declaraciones del cura Díaz? ¿Acaso el Papa Francisco ha anunciado ya que hombres y hombres, mujeres y mujeres, pueden recibir el sacramento católico del matrimonio? ¿Entonces, a qué tanta escandalera? Si no quieres escuchar lo que un cura católico piensa del matrimonio entre personas del mismo sexo, no vayas a misa. Es terrible, efectivamente, escuchar que hay seres humanos de primera y seres humanos de segunda en función de su sexo; incluso, de tercera o cuarta si nos atenemos al papel de las religiosas en la jerarquía católica, pero también en la concepción machista de sociedad ideal que tiene el Vaticano y lo que de él emana.
Hice la EGB en un colegio femenino y católico que compartía edificio con una iglesia en el centro de Lugo. No tengo ningún recuerdo traumático, solo la concepción de un cierto surrealismo mágico en el que transcurrió mi vida escolar. Además de las costumbres propias de un colegio católico (rezar el ángelus al mediodía, por ejemplo), tenía catecismo todos los sábados y confesión ese mismo día para ir limpia a la misa dominical. En una ocasión, le conté al confesor que había hecho espiritismo en mi casa con unas amigas. Salió como una hidra del confesionario y me sacudió como si el diablo se hubiera encarnado en mí: "¡¿Cómo se te ocurre?!". Me obligó a rezar un rosario entero, con todos sus misterios juntos, sentada en el banco al lado del confesionario, por si me escapaba, supongo, aunque yo estaba horrorizada, sin saber aún qué demonios (sic) había hecho. Tenía diez años.
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Para congraciarme con el cura del confesionario, fui todos los días a la capilla principal de la iglesia a rezar a la virgen correspondiente, y que el hombre me viera. Miraba tan fijamente a la estatua, sin parpadear, que me lagrimeaban los ojos y un día le dije a una compañera que parecía que la virgen se movía. Al día siguiente, éramos tres rezando a la virgen; y al siguiente, un par de madres y tres abuelas se unieron al rezo. Pasados unos días, aquello era una peregrinación y nadie entendía nada. "La virgen se mueve", susurraban, "mírala fijamente, sin parpadear, y verás". Cada una ponía de su cosecha para sazonar el disparate, pero ni las monjas ni los curas sacaron a nadie de su error. Yo, menos, aunque sor Celia, la superiora, no me quitaba de encima su ojo enfadado.
El cura de San Pedro forma parte de estas historias fuera de toda lógica, triste en su caso, porque toca un derecho humano cuya discriminación hiere e incluso mata. Como el machismo, que este verano se ha ensañado particularmente contra la vida de las mujeres. La cultura de la religión católica en España es más dolorosa que cómica y se mezcla inevitablemente en nuestros libros y en nuestra Historia. El poder de las sotanas lustrosas, su influencia en la política, en la educación y en nuestras vidas se hace aún hoy insoportable y no tiene nada que ver con las creencias y la fe de cada una en su vida privada; ni siquiera tiene nada que ver con los valores del cristianismo, difícilmente inasumibles para quienes apostamos por la justicia social y la igualdad como base ideológica. Pregunten en los comedores de Cáritas, en la parroquia de San Carlos Borromeo en Entrevías (Madrid), si les preocupa con quién se acuesta cada uno.
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Las anécdotas que he contado de mi infancia son eso, pero son también la ilustración de un tiempo que no acaba de morir hacia otra época laica. Seguro que contarles que las monjas nos indicaban con qué niñas debía juntarse cada una en función de su clase social ya no les parece tan gracioso como el episodio de la virgen fluctuante. Por eso me resulta desconcertante otra anécdota que viene a ahondar o bien en los complejos de la izquierda ante el desparpajo y éxito electoral de la derecha madrileña, o bien en una categoría ideológica que se me escapa y debería ser aclarada. En todo caso, será Más Madrid quien tenga que explicar el porqué de "la ofrenda floral a la Virgen de La Paloma para que siga protegiendo Madrid, cuide de todos los niños y niñas, y pronto lleguen mejoras para nuestra ciudad que la hagan más verde y saludable", al más puro estilo Fátima Báñez agradeciendo la ayuda de la Virgen del Rocío en las cifras económicas del Gobierno del PP. O a Jorge Fernández Díaz, el ministro de las cloacas, encomendando su día a día al ángel Marcelo. No son los únicos.
Celebrar el Rocío y festejar la Paloma no obliga a entregarse a las vírgenes y mandarnos mensajes como si nuestro destino dependiera de ellas, aunque si Más Madrid/Más País se han convertido en partidos católicos, como el PP y Vox, deberían dejarlo claro antes de las elecciones. La religión católica en España, quienes manejan sus hilos, no constituyen una tradición, como sí lo es la fiesta laica que surgió en torno a algunos de sus ritos. Es algo mucho más tenebroso y manipulador, por muy divertida y disparatada que nos parezca al mirarla con distancia. Parece mentira que a la izquierda haya que recordárselo a estas alturas, pero no hay más que leer las respuestas al tuit de la formación verde el 15 de agosto.
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