Opinión · Dominio público
Información y Propaganda
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No es tanto lo que se dice sino lo que se oculta, lo que resulta más eficaz a la hora de manipular la información y quizás esto último, lo que no se dice, lo que se tapa y escamotea, sea lo determinante para conseguir que una buena campaña propagandística resulte verosímil. Todo gabinete de comunicación en tiempos de guerra lo sabe. Y lo utiliza. Durante la invasión de Afganistán, y después también en Irak, grandes medios televisivos como la CNN se ajustaron a un “decálogo” elaborado supuestamente por el Departamento de Defensa de EEUU que entre otras cosas recomendaba “no mostrar imágenes de víctimas civiles de los ataques estadounidenses” y, si era imprescindible mostrarlas, acompañarlas siempre de una frase o comentario que recordase los atentados de las Torres Gemelas; durante la campaña de bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia algunos colegas de televisiones europeas con los que compartí muchas veces cabina de edición, se quejaban de que no podían incluir imágenes de cadáveres en sus crónicas porque habían recibido instrucciones de la dirección de su medio, para no hacerlo. Aquella prohibición se limitaba a los cadáveres causados por bombas de la OTAN.
Que “la verdad es la primera víctima de una guerra” es un tópico pero es bastante cierto. Tanto como para que aceptemos como algo natural la manipulación informativa de un país en guerra porque todos sabemos que la información es un arma y las armas son las que hablan en tiempo de guerra.
Así que podemos dar por sentado que el ministerio de Defensa de la Federación Rusa oculta a su población el auténtico número de bajas de su ejército y las víctimas civiles que la supuesta “operación especial” es decir la invasión de Ucrania, está causando en el país vecino, porque la realidad es decir la verdad es lo último que importa en una guerra.
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Pero ¿y en el otro lado? ¿Qué pasa con la información que se da desde Ucrania? El hecho de ser la parte agredida y la excelente campaña de comunicación de su presidente no solo han conseguido el apoyo armamentístico de los países de la OTAN con EEUU a la cabeza y un movimiento de solidaridad sin precedentes en Europa sino también un plus de credibilidad por el que las noticias de fuente ucraniana se trasmiten como hechos incluso cuando resultan un tanto “ilógicas” como las afirmaciones del Presidente Zelensky denunciando ataques rusos a la central nuclear de Zaporiya en poder del ejército ruso desde el primer día de la invasión, lo que supondría que los rusos se están bombardeando a sí mismos y actuando en contra de sus intereses ya que si algo le interesa al Kremlin en este momento es afianzar la imagen de que su ejército es garantía de seguridad para la mayor central nuclear de Europa.
Lo grave de esta laxitud a la hora de valorar la fiabilidad de toda noticia proporcionada por autoridades, ejército y casi a diario por el presidente ucraniano es que normaliza la “información de parte” y convierte en aceptable lo que no debe ser aceptado en sociedades que consideran que la información contrastada y veraz es un derecho fundamental de la ciudadanía y la libertad de prensa un pilar de la democracia. Pero cuando en Europa podemos normalizar la prohibición de difusión de medios rusos y hasta andamos debatiendo seriamente la posibilidad de negar visado a todo ciudadano ruso, es que algo va muy mal en nuestro mundo supuestamente defensor de las libertades, incluida la libertad de prensa.
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Hace semanas, el 20 de agosto, un atentado con coche bomba mató a Daria Dugina hija del conocido filósofo ruso Aleksander Dugin uno de los ideólogos del “euroasianismo”, teoría que defiende la creación de un gran espacio común de Europa y Rusia. Esta idea de la Unión Euroasiática, con Rusia como eje central, se enfrenta directamente con la realidad atlantista de la UE cuyos países miembros son en su mayoría miembros también de la OTAN.
El atentado que probablemente tenía como objetivo al filósofo no a su hija y probablemente también fue perpetrado por los servicios secretos ucranianos, ocupó un discreto espacio en los medios de información occidentales y ninguna reacción de condena de ningún mandatario europeo.
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Apenas una semana después, el ciudadano ucraniano Aleksei Kovaliov fue asesinado en su casa de Jersón región límítrofe con Crimea. Kovaliov había sido miembro del partido de Zelenski en Kiev pero, tras regresar a su ciudad natal, colaboraba con la Administración pro-rusa de la zona. Son ya cinco los funcionarios de la Administración pro-rusa de Jersón asesinados por fuerzas especiales del ejército ucraniano. No son casos aislados sino una larga serie que comenzó con el asesinato de Denis Kireev, uno de los miembros del equipo negociador ucraniano que se reunió con la parte rusa en los primeros días de la invasión. Kireev, claro partidario de negociar cuanto antes, murió de un disparo en la cabeza cuando estaba bajo custodia de los servicios secretos ucranianos acusado de espiar para Rusia.
Nada de esto debe escandalizarnos demasiado, las guerras no solo se libran en el frente de batalla sino en la retaguardia y en territorio enemigo, con misiles o con un disparo a sangre fría. Lo que escandaliza es el silencio, el ocultamiento consciente de una parte importante de la información en países donde no hay guerra que sirva de excusa para la suspensión de derechos y libertades. Porque Europa, por mucho ardor guerrero que desplieguen los discursos de sus políticos, no está en guerra. Ucrania está en guerra, no Alemania, ni Francia, ni España ni siquiera el Reino Unido. Ucrania está en guerra y es lícito ayudarla a resistir la invasión pero no a prolongar la guerra “hasta derrotar a Rusia” tal como pretende desde el otro lado del Atlántico el presidente de EEUU tan dócilmente seguido por sus homólogos europeos.
La guerra de Ucrania no justifica el deterioro informativo y la insensata deriva de Europa.
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