Opinión · Dominio público
Demasiados retrocesos
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Josep Fontana
Historiador
Ilustración de Iker Ayestaran
En una ocasión un periodista preguntó a don Ramón Carande, maestro de historiadores: “Don Ramón, resúmame usted la Historia de España en dos palabras”. La respuesta de Carande no se hizo esperar: “Demasiados retrocesos”.
Es verdad que la historia contemporánea de España parece caracterizarse por el hecho de que cada paso por el camino de la libertad viene seguido por un duro y generalmente prolongado retroceso. A la promulgación de la Constitución en 1812 –cuyo bicentenario va a celebrarse en tiempos nada favorables a la libertad– le siguieron desde 1814 seis años de feroz represión; al trienio de 1820 a 1823, en que el texto constitucional volvió a estar vigente, le correspondió una “década ominosa”, y así hasta los ocho años de progreso de la Segunda República, que nos valieron cerca de 40 de barbarie franquista. Ahora, según parece, vamos a tener que pagar las magras concesiones de la Transición con un “cuatrienio ominoso” en manos del PP.
Está claro que nos encontramos de nuevo en pleno retroceso, en especial por lo que se refiere a las libertades y derechos de los ciudadanos: la reforma laboral, la pretensión de limitar el derecho de huelga, los ataques a los sindicatos, los recortes en los servicios públicos de sanidad y educación, la voluntad de interferir en los contenidos de la enseñanza… Las consecuencias están comenzando a sufrirse: el recorte de 5.000 millones en el gasto de sanidad conduce ya al colapso de los hospitales y a la falta de atención a los pacientes. Las consecuencias en el terreno de la educación, por las que se están movilizando los estudiantes, tardarán tal vez más en dejarse sentir; pero sus efectos sobre la formación de las nuevas generaciones van a ser de larga duración y difícilmente recuperables.
Y eso es tan sólo el comienzo. Cuatro años de poder indiscutido, apenas iniciados, dan juego para un retroceso que nos va a dejar en muchos aspectos como en los tiempos de ese franquismo que la derecha española parece añorar.
Mientras los medios de comunicación que responden a los intereses de la derecha (no hay más que averiguar quiénes son sus propietarios para entender lo que defienden) jalean los productos más deleznables de un revisionismo histórico escasamente documentado que ha vuelto a descubrir el “terror rojo”, y silencian la mucha y buena investigación que se ha realizado en estos años acerca de la represión franquista, se ha podido llegar a la aberración de condenar a un juez por atreverse a llevar a cabo unas investigaciones que los gobiernos del PSOE, que debieron haberlas patrocinado, se limitaron a tolerar de mala gana. En Estados Unidos se ha publicado una estampa en que se ve el fantasma de Franco bailando sobre la condena de Garzón, con un texto que dice: “España demuestra la falsedad de la versión whig de la historia”, esto es, de la versión establecida en que, según la definición de la Wikipedia, “se representa el pasado como una progresión inevitable hacia cada vez más libertad y más ilustración”. En Catalunya, el actual Gobierno de derechas ha cerrado el local que el Memorial Democràtic tenía en el centro de la ciudad y lo ha trasladado a lo alto de la montaña de Montjuïc, a la vez que ha anunciado su intención de que la institución se encargue también de conmemorar a los “caídos por Dios y por España”, como si estos no hubiesen sido ya suficientemente conmemorados durante cerca de 40 años.
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Ante el asalto sistemático a nuestros derechos y nuestras libertades hay que proclamar, en primer lugar, que no es verdad que el conjunto de estas medidas restrictivas conduzcan a mejorar la situación económica y a favorecer un aumento de la ocupación. Lejos de ello, se trata de un mecanismo por el que cada restricción crea más paro, disminuye la producción y el consumo, reduce con ello los ingresos por los impuestos con los que los gobiernos aspiran a pagar deudas y les fuerza a nuevos recortes, paro y déficit de ingresos, en un círculo mortal que conduce al suicidio colectivo. La experiencia de Grecia puede mostrarlo: la cuarta parte de las empresas ha cesado en su actividad desde 2009, la mitad de los pequeños negocios no puede pagar los sueldos, la tasa de suicidios ha aumentado en un 40% y cerca de la mitad de la población por debajo de los 25 años está en el paro.
Pero es que además, como dice Michael Hudson, profesor de Economía de la Universidad de Missouri, en un artículo titulado “La transición de Europa de la socialdemocracia a la oligarquía”, lo que está en juego en estos momentos va más allá de los resultados económicos inmediatos; se trata de “un golpe de Estado oligárquico por el que los impuestos y la planificación de la economía y el control de los presupuestos están pasando a manos de unos ejecutivos nombrados por el cártel internacional de los banqueros”.
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En los tiempos más duros del franquismo, Jaime Gil de Biedma publicó en un folleto clandestino unos versos memorables: “De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal”. Pero incluso entonces expresaba su esperanza de que pudieran un día cambiar las cosas para hacer del hombre “el dueño de su historia”. Sólo luchando contra los retrocesos y defendiendo unos derechos que se ganaron con dos siglos de luchas sociales podremos enderezar el rumbo y recobrar el control de nuestra historia.
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