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Opinión · Dominio público

Son sus costumbres y hay que respetarlas

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Lo sobrinos del rey, Froilán y Victoria Federica, en una foto de archivo de septiembre de 2020. E.P./José Ramón Hernando

Hemos sido siempre unos buenistas. No estaba bien visto criticarlos, y mucho menos cuestionarlos. Los medios sabían que no podían hablar mal de ellos, que eran intocables. No solo ocultaban todas sus fechorías, sino que se las permitían e incluso se las arreglaban para que fueran lo más discretas posible. Cuando eso resultaba más complicado, porque era difícil de ocultar, nos decían que traían riqueza y empleo, que hacían mejor a nuestro país, más demócrata y más abierto, y que casi lo habían construido ellos con su esfuerzo.

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Han vivido siempre de paguitas. Trabajar, poco. Y eso lo sabe todo el mundo. Mientras tu abuela cobra una pensión de 400€, ellos viven de las ayudas del Estado. Son unos privilegiados, siempre los primeros en el médico, con alfombra roja allá donde van, y nunca les falta “trabajo”. Para ellos, todo más y mucho mejor que para el resto. Y con nuestro dinero. Nuestro buenismo no tiene límites. Para ellos, para sus hijos, sus primos, sus cuñados… Lo que haga falta. Los que tanto los defienden, ya podrían dar ejemplo y meterlos en su casa. Pero no, a pagarlo siempre el pueblo. Los poderes públicos siempre les beneficiaron, y el Estado puso a su disposición todos sus recursos y todo su empeño para que estuviesen bien, mucho mejor que la gente corriente, y que, encima, siempre salieran impunes.

Ya sea por una cuestión sanguínea o cultural, no somos iguales. Tampoco ante la ley, que de donde ellos vienen, todo se resuelve a su manera. Tienen otros valores, muy diferentes a los nuestros, y están muy poco acostumbrados a la democracia y al Estado de derecho. Solo hay que repasar la historia para darse cuenta. Históricamente se ha demostrado que su cultura es incompatible con la democracia. No se adaptan ni se integran, e intentan imponernos sus costumbres. Y decir esto, que es lo que todo el mundo piensa y nadie se atreve a decir, te puede costar caro, pues existe una dictadura de lo políticamente correcto que, si osas cruzar estas líneas, lo puedes pagar hasta con la cárcel. La dictadura de lo políticamente correcto. La cultura de la cancelación, tan de moda en estos tiempos.

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Ellos son los miembros de la Casa Real española, cuyo máximo representante, el rey Felipe VI, volvió a colarse en nuestros hogares la pasada Nochebuena, sin permiso, como un okupa, pero sin patada en la puerta. El texto que le dieron a leer al monarca alertaba sobre el "deterioro de la convivencia", la "división" y la "erosión" de las instituciones, y añadió que “todos deberíamos realizar un ejercicio de responsabilidad y reflexionar de manera constructiva sobre las consecuencias que ignorar estos riesgos puede tener para nuestra unión, nuestra convivencia y nuestras instituciones”. Ayer justo se conoció que, un mes antes, su sobrino Froilán se vería envuelto en una reyerta, esta vez con navajas de por medio.

El sobrino del rey ya había tenido varios episodios singulares anteriormente, como se recordaba ayer cuando salió la noticia de esta nueva trifulca. En 2017 participó en una pelea a las puertas de una discoteca en Madrid, y también tuvo una acalorada discusión tras intentar colarse en la montaña rusa de un parque de atracciones. El chaval, con solo trece años, ya se dio un tiro en el pie, haciendo caso omiso a la maldición familiar que tienen los borbones con las armas. El pasado mes de julio, el sobrino real tuvo que salir pitando de una discoteca en Ibiza cuando un hombre se lio a tiros contra los miembros de un reservado. Y entre tantas fiestas, tanta chulería, tiritos por aquí y tiritos por allá, al final le partieron la cara (una vez que se sepa), y fue al intentar colarse en el baño de un bar con la clásica excusa de ‘tú no sabes quién soy yo’.

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Su hermana, Victoria Federica, tampoco se queda atrás. Tras conocerse ayer el episodio de la pelea, varios medios informaron que, días antes, la sobrina del rey estrelló su coche contra varios vehículos en el barrio madrileño de Salamanca. Fue de madrugada, y, tras personarse la Policía, aparecieron agentes de seguridad de la Zarzuela. Se desconoce si se le realizó prueba de alcoholemia o de drogas, como corresponde a los agentes de la ley cuando te la pegas con el coche, y más a altas horas de la madrugada. Su hermano Froilán iba de copiloto.

Pero no vamos a ponernos ahora a generalizar. Sería injusto que todo el clan pagara los pecados de algunos de sus miembros. El patriarca no ha sido ningún buen ejemplo, y eso lo han admitido incluso quienes siempre lo defendieron y ocultaron sus deslices para evitar el escarnio público, pero eso no quiere decir que toda la saga, toda esta gente, sea igual que el abuelo o que su nieto, ni que deban pagar justos por pecadores. El patriarca quedó desterrado, como mandan sus leyes propias, sus tradiciones, pero sus herederos trabajan día a día por ganarse el pan como pueden, sorteando los obstáculos con su BMW aunque a veces se estrellen, picando piedra hasta en los baños de los bares, haciendo honor a lo que una vez fue su buen nombre. No seamos ahora exquisitos, que nadie es perfecto. Al fin y al cabo, son sus costumbres. Y hay que respetarlas.

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