Opinión · Dominio público
La inflación subyacente no es tan preocupante como nos quieren hacer creer
Profesor de Economía en la Universidad Autónoma de Madrid
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La tasa de inflación en España, medida por el Indicador de Precios al Consumo (IPC), lleva cayendo cinco meses seguidos y se ha situado por segunda vez en el nivel más bajo de toda la Unión Europea, lo que ha dejado a la derecha con menos argumentos para atacar la gestión económica del Gobierno de coalición con respecto al aumento de los precios. Así que no les ha quedado más remedio que reorientar sus miradas hacia la tasa de inflación subyacente, que, lejos de reducirse, continúa aumentando ligeramente, lo que les ha dado nuevos argumentos para alamar a la gente y decir que el Gobierno lo está haciendo muy mal.
Recordemos que la tasa de inflación subyacente pretende eliminar de su cálculo los productos cuyo precio es más volátil para ofrecer así una imagen más estable y estructural del aumento de precios. Puesto que el precio de las materias primas como los hidrocarburos o los alimentos frescos oscila muchísimo y en poco tiempo (debido a fenómenos meteorológicos, cuestiones geopolíticas y especulación financiera), tenerlos en cuenta para el indicador de la inflación puede arrojar una imagen poco realista de la evolución de los precios de todos los productos. A esto se están acogiendo muchos para decir que la inflación en España es muy preocupante a pesar de que el IPC general esté cayendo: según ellos este indicador confluirá hacia la tasa de inflación subyacente porque es la más estable y estructural; de ahí que señalen que la reciente caída del IPC se debe simplemente a un espejismo que no durará.
Pero están profundamente equivocados porque lo están entendiendo al revés. Es verdad que en un incremento puntual y esporádico de los precios de la energía dispararía la inflación subyacente para luego hacerla confluir con la inflación general una vez el shock hubiese finalizado. Pero es que no estamos en esa situación: llevamos más de un año experimentando un aumento importante de los precios internacionales de la energía y de los alimentos básicos, y eso ha provocado un efecto contagio en la tasa de inflación subyacente. No es que el IPC general vaya a confluir donde está el IPC subyacente, sino que este último está aumentando como consecuencia de que el primero haya crecido, pero lo hace con cierto retardo. Es fácil de entender: el precio de la energía se utiliza en la producción de cualquier cosa; cuando ese precio aumenta (lo que eleva el IPC general), al principio las empresas prefieren mantener los precios estables para no perder clientela (de forma que el IPC subyacente no se ve afectado), pero cuando la situación se prolonga en el tiempo no les queda más remedio que extrapolar el nuevo coste de producción al precio de los productos (elevándose así también el IPC subyacente). En consecuencia, la tasa de inflación subyacente continúa la senda de la inflación general, pero con unos meses de retraso. Es decir, el hecho de que la inflación subyacente esté creciendo actualmente no revela que estemos en una peor situación, sino que muestra que esa peor situación se dio hace unos meses.
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Afortunadamente los precios de las materias primas internacionales están dando un fuerte respiro a la inflación en todos los países del mundo, por lo que cabe esperar que en el año 2023 la inflación siga moderándose de forma que no volvamos a vivir las elevadas tasas de 2022. Y eso es lo que de verdad importa de cara al futuro; no la tasa de inflación subyacente, que no es sino simplemente un reflejo de lo que ocurrió hace unos meses.
Además, también es importante tener en cuenta que el IPC subyacente que elabora el Instituto Nacional de Estadística incluye en su cálculo ciertos productos cuyo precio también es muy volátil y dependiente de los fenómenos meteorológicos (no ocurre así con la tasa de inflación subyacente que elabora la Oficina de Estadística Europea), como por ejemplo el aceite, la leche o la mantequilla, que no son alimentos frescos sino alimentos elaborados. Pero este verano hemos sufrido una sequía que afectó a la producción de aceite, y también muchos ganaderos decidieron vender la carne de sus vacas porque era más rentable que la leche; y todo ello, conjuntamente con otros factores, ha elevado mucho sus precios, lo que ha impactado en el IPC subyacente. Si quitásemos esos productos (alimentos y bebidas elaboradas y tabaco) del cálculo, entonces veríamos que la tasa de inflación subyacente no estaría aumentando, sino reduciéndose también lentamente (desde el 4,7% en agosto hasta el 4,4% en diciembre de 2022).
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Por último, aunque quieran dar la sensación de que España está muy mal en términos de tasa de inflación subyacente, lo cierto es que hay 18 países europeos que sufren cotas todavía más elevadas, y que no estamos muy lejos de la media europea.
Y, sobre todo, estamos muy lejos de los niveles que experimentó la economía española hace 30 años y 40 años, cuando la tasa de inflación subyacente superó ampliamente el 10% e incluso el 20%.
En conclusión, aunque la derecha pretenda crear miedo y criticar la gestión económica del Gobierno apuntando hacia la elevada y creciente tasa de inflación subyacente, lo cierto es que eso nos habla más del pasado que del presente o del futuro. Además, si nos centramos en los productos cuyo precio es verdaderamente estable y no volátil (como pretende -sin éxito- hacer el IPC subyacente) entonces vemos que la inflación continúa cayendo. Por no hablar de que la posición de España en cuanto a este indicador no se distancia mucho de la media europea, y de que tampoco está históricamente muy alta. En otras palabras: la inflación subyacente no es tan preocupante como nos quieren hacer creer.
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