Opinión · Dominio público
Poner a Moldavia en el mapa
Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM
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Cuando Moldavia salta a la arena informativa suele ser siempre por los mismos motivos: alertar del incremento de la inestabilidad o de la probabilidad de riesgos a la seguridad de su territorio y, de rebote, a la seguridad europea, muy especialmente debido a su ubicación. No hay que olvidar que Moldavia está situada entre Ucrania y Rumanía.
Moldavia es un país pequeño, tiene solo unos 2,5 millones de habitantes y durante años ha sido considerado como el más pobre de todo el continente. A pesar de ello, este país enfrenta regularmente dificultades para mantener una cierta estabilidad, no sólo en lo político, sino también en lo social y lo económico. De hecho, al poco de declarar su independencia de la URSS en agosto de 1991 y, como en otros casos del espacio postsoviético, varias unidades territoriales subestatales se autoproclamaron republicas independientes, la del Dniéster y la de Gagaucia, del recién creado Estado moldavo, y ambas se oponían a la independencia del país y a su potencial unión con Rumanía. Fruto de estos movimientos de secesión tuvo lugar el conocido como conflicto de Transnistria que perduraría hasta 1992 y que daría como consecuencia el primero de los conflictos congelados del espacio postsoviético al que más tarde se unirían los de Osetia y Abjasia en Georgia o el de Nagorno-Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán. Desde entonces, Transnistria se convertiría en una entidad independiente de facto que vive al margen de la sociedad moldava, tanto en lo económico, como en lo social y en lo institucional como en lo político. De hecho, en 2006 celebraría un referéndum de autonomía que arrojaría unos resultados inapelables, con un 95% voto a favor de tal hecho.
Tras unos años fuera de la escena mediática europea, Moldavia volvería a la escena internacional en 2014 coincidiendo con los acontecimientos del Maidán y la anexión de Crimea por parte de Rusia. Entonces, aprovechando la coyuntura, Transnistria solicitó su incorporación a la Federación Rusa, algo que fue denegado por la Duma y Gagauzia celebró un referéndum para pedir la autonomía de la región y su incorporación a la Unión Aduanera que promocionaba la Federación rusa. Todo esto sucedía un día después de que Moldavia firmara el preacuerdo de adhesión al Tratado de Asociación con la UE en la malhadada cumbre de Vilnius. La mayoría de las personas de Gagauzia que votaron entonces, al igual que sucedió en Transnistria y en Crimea, votaron a favor de su salida de Moldavia y se mostraron a favor de su incorporación a la Federación Rusa.
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Sin embargo, desde entonces, todo ha permanecido aparentemente en calma. Mientras Moldavia seguía el rumbo que marcaba su creciente asociación comercial con la UE, Transnistria seguía siendo el “agujero negro” de Europa, tal y cómo lo describió un informe del Parlamento Europeo en el año 2002.
La estabilidad política europeizadora de Moldavia se vio reforzada con la llegada a la presidencia de Maia Sandu tras una serie de episodios convulsos acontecidos tras las elecciones parlamentarias de febrero de 2019. La ausencia de mayorías claras provocó que la formación del gobierno rozara el límite de tiempo permitido por la constitución (3 meses, art. 85.1). Tras algún que otro episodio en el que el Tribunal Constitucional decantó la balanza, finalmente, una alianza estratégica entre los socialistas prorrusos de Igor Dodon y los proeuropeos de ACUM, liderados por Maia Sandu, consiguió desalojar del gobierno al Partido Demócrata representante del régimen oligárquico que había controlado el país hasta entonces.
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La situación política del país en la actualidad nada tiene que ver con la de entonces. Ahora, o mejor dicho, desde hace casi un año, la clase política moldava ha vivido en una constante amenaza, real o percibida. La invasión rusa de Ucrania ha situado a Moldavia en la primera línea del frente europeo y sin haber resuelto las cuestiones territoriales heredadas de la desintegración de la URSS. El gobierno proeuropeo que había llegado al poder hace ahora 18 meses se enfrentaba a una guerra en sus frontera con una elevada dependencia energética de Rusia y con una creciente movilización social como consecuencia del aumento de la inflación. Las peores pesadillas de Moldavia se han unificado y sucedido todas a la vez.
Así, lo sorprendente ha sido la capacidad de resiliencia de la primera ministra Natalia Gavrilita durante este tiempo, y, por supuesto, la habilidad política de Maia Sandu, ahora como Presidenta, para ir sorteando la situación. Así, la salida de Gavrilita se produce en un momento en el que la situación social se ha recrudecido como consecuencia de la débil economía, y coincidiendo con la alerta vertida por parte de Kyiv de que dos misiles rusos habían atravesado el espacio aéreo de Rumania y de Moldavia. Hecho que, por otra parte, ha sido desmentido hasta por la inteligencia americana.
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A partir de aquí Moldavia pasa a engrosar la guerra informativa que todo lo embarra y que es sostenida por unos y por otros. De un lado, Sandu, sobre la base de la inteligencia ucraniana acusa a Moscú de intentar infiltrar unidades para desestabilizar el país y generar un nuevo Maidan en Moldavia con el objetivo de derrocar el orden constitucional para detener el proceso de integración europea. Los rusos, por su parte, rechazan este relato.
Sandu, como Zelensky antes de febrero de 2022, tiene miedo de una intervención rusa aprovechando el enclave de Transnistria. ¿Hasta qué punto este sería un argumento con fundamento que se sostendría más allá del miedo legítimo a una intervención rusa es algo más que discutible? Más bien, y dentro de este mismo marco, Sandu quiere poner a Moldavia en el mapa y sabe que la mejor manera de hacerlo en la actual coyuntura es vinculando su aproximación a la UE y a Occidente con la guerra en Ucrania. Moldavia nunca podría resistir un ataque ruso, y si así fuera se iría a refugiar a los brazos de Rumanía, miembro de la OTAN. Esto rompería definitivamente el país. Y ese es el gran temor de Maia Sandu.
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