Opinión · Dominio público
Estar soltera no está de moda
Estudiante de Filosofía y Ciencias Políticas y cofundadora de Filosofía en Los Bares
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“No hombre eso pasó hace más tiempo si estaba yo todavía con Pablo”, escuché hace poco en una conversación de amigas. Sonreí. Yo también mido el tiempo así, no me había dado cuenta. Como cuando en el instituto aprendíamos historia y dividíamos una línea del tiempo en diferentes períodos: Prehistoria, Edad Antigua, Edad Media… yo he configurado la línea de mi vida organizando los años en base a qué pareja los vivió conmigo. No recuerdo en qué año viajé a Italia; pero sí que fue en ese verano cuando empecé a hablar con mi primer novio y, dado que él y yo comenzamos a salir en 2017, puedo ubicar que ese viaje tuvo que ser antes, en los años previos a A, en la era PreA de mi existencia. Me quedé pensando. Esta forma de ordenar mi vida que me había parecido al principio tierna, pasó a parecerme problemática y política. ¿Cómo es posible que estructure mis recuerdos en base a qué cachito se superpone con una relación amorosa? ¿Por qué también lo hacen mis amigas?
El tiempo de mi vida que he estado soltera lo he vivido como un tiempo de barbecho. El barbecho es una técnica de agricultura mediante la cual la tierra se deja sin sembrar durante un tiempo para que descanse y recupere nutrientes y, así, sea posteriormente más fértil y productiva. De este modo, como un campo de trigo que se asume más rico tras un tiempo sin ser cosechado, yo he sentido mis períodos de soltería como un momento donde aprovechar. Una ocasión para recargar pilas y recopilar experiencias y conocimientos para ser Aún Mejor para el o la siguiente que me diera unos besos. No es algo que hiciera de forma consciente, ni de lo que me sienta orgullosa; pero sí creo que es una experiencia compartida.
La literatura, el cine e internet están repletos de tramas y memes donde la protagonista sufre un cambio y en muchos casos una evolución propia del Ave Fénix al dejarlo con su pareja. En ese momento de soltería llegan los cortes de pelo que siempre quisimos hacernos, la vuelta a los hobbies que olvidamos, las llamadas a las amigas que descuidamos, hasta las reflexiones sobre si queremos seguir viviendo la vida que llevábamos hasta entonces. Durante la relación no nos habíamos planteado tanta mutación o no, por lo menos, con tanta rapidez o en tantos aspectos como lo hacemos ahora que estamos solteras… ¡Es lógico! No hay mayor cambio en la vida -exceptuando la enfermedad o la muerte- que el cambio en nuestro estado civil. No se espera que ningún otro volantazo vital determine en tanta medida nuestra rutina, más aún, nuestra identidad, que el hecho de si estamos o no en pareja. ¡Incluso se espera que midamos si podemos o no permitirnos “descuidarnos” -sea lo que sea eso- en base a si pretendemos tener pareja y/o conservarla! Parece que si somos inteligentes, cabezotas, divertidas, si hablamos con las amigas de la infancia o si los amigos nos duran un año, no son rasgos suficientes para definirnos; sino atributos que caen sobre una mujer que es todas esas cosas como complemento de lo que verdaderamente es: soltera o no. No son pocos los que tras conocer a una persona consideran esa información la más urgente a averiguar. Por supuesto junto a la pregunta por el trabajo de la recién conocida, que resulta el otro gran elemento totalizador de la identidad. Sin embargo, somos muchas cosas antes y más importantes que nuestra situación conyugal y nuestro empleo.
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Pero volvamos a la espiral de la mejora fruto de una reciente ruptura. Ahora tenemos tiempo para explorar y, además, no tenemos que negociar ningún cambio vital con una pareja. Tema aparte es por qué hemos asumido condicionar nuestra vida en base a la opinión y necesidades de la pareja, pues es con ella con quien compartimos un Proyecto Vital; pero no hemos considerado hacer eso con las amigas. Elegir el lugar donde buscar trabajo, el barrio donde vivir, las fechas en las que pedir vacaciones… en base a un plan de vida conjunta con nuestras amigas. Me desvío de nuevo: volvamos al tema. Nos habíamos quedado en que, como de la pandemia, saldremos de esta ruptura mejores. Mucho mejores que antes, pero además, mucho mejores para cuando volvamos a ponernos románticas. De hecho, esto es lo que pone el broche final a esta maratón por la optimización: encontrar una nueva pareja que cierra el ciclo del perfeccionamiento y que es recibida como la mayor muestra de que en efecto ese progreso merecía la pena. Con esta nueva pareja llega el testigo y al mismo tiempo la prueba de nuestra mejora. Porque al final, cuando vivimos verdaderamente la vida, cuando dejamos de estar en el banquillo, es cuando nos escoge de nuevo una pareja. Y, cuando vivimos la vida Al Completo, con todos sus elementos, es cuando la vivimos junto a una pareja. Como acabo escribiendo en todos mis artículos, una vez más, esto responde a un sistema monógamo y patriarcal.
La soltería es asumida como un lugar de tránsito de donde todos, en algún momento, nos moveremos. Incluso el arquetipo de solterx, el o la rompecorazones a quien es imposible “echar el lazo”, está construido bajo la presunción de que aún no ha llegado “quien rompa sus esquemas” y le haga abandonar ese estilo de vida que en el fondo desea dejar atrás. Además, sobre los solteros se cierne una atmósfera de sospecha ¿por qué alguien en su sano juicio lo estaría? Debe haber un porqué, ya que la soltería es algo que te toca atravesar, pero no un estado que se decida. ¿Sigue solterx porque es un desastre? ¿Por egoísta? ¿Por priorizar su trabajo? ¿Por narcisista? ¿Por aburrir al cabo del tiempo? Sea el motivo que sea, siempre se supone uno, una tara desconocida que explica por qué alguien no vive en pareja. Lo que tampoco es comprensible es que encima esa persona esté feliz ¡pobre inocente! ¡quiere autoconvencerse de que su vida no es tan dura! Aún recuerdo cómo durante aquellos dos años que estuve soltera, mi mayor plazo de tiempo sin pareja, aclaraba en las conversaciones sobre mí que estaba feliz. Como si debiera calmar a mi entorno: “tranquilos, no tenéis que preocuparos por mí aunque continúe sin pareja”. A medida que crecemos los interrogatorios sobre la soltería afloran: “¿Aún no has tenido pareja?”, “¿por qué nunca has tenido novix?”. Y, conforme envejecemos, quiénes continúan sin pareja son asumidos como un caso perdido. El claro ejemplo es el asqueroso apodo de solterona. A esto se suma que, llegado un momento, sin saber por qué, y de forma más temprana para mujeres que para hombres, una ruptura es una posibilidad que deja de poder ser contemplada:“A tu edad ya no será tan fácil volver a encontrar pareja, ten cuidado, no vaya a ser que te salga cara esta ruptura y te quedes ya soltera para siempre”, pareciera advertirnos una vocecita.
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Además de por la idea que se tiene de la soltería y por huir del cuestionamiento que supone, existe otro motivo por el que podríamos querer abandonar este estado: la creencia de que la pareja es un salvoconducto hacia un mejor trato en una relación sexoafectiva. En algo tan incierto y potencialmente doloroso como es el terreno de lo sexual y lo romántico, ¡qué mayor garantía de que serás tomada en consideración que lograr convertirte en la pareja de ese chico o chica con el que llevas un tiempo quedando! La seguridad de poder decir ante el malestar: “Ey, tú no puedes tratarme a mí así ¡Porque Yo Soy tu Pareja!” Antes, cuando éramos un rollo, un casi-algo, follamigos o a saber qué término, quizás sí podías permitirte ciertas licencias: priorizar otros planes, hacerme algún plantón, no llamarme después de un mal día… pero ahora.. ¡Ahora que somos pareja me debes, nos debemos, un trato mejor!
Quizás a todos nos iría mejor si tratáramos a la gente, y defendiéramos ser tratados, con independencia del título que ostentan y ostentamos en una relación. Si ajustáramos y negociáramos la atención que supone el vínculo en base al criterio personal de cada una, no a partir de una gradación de menos a más, donde de forma automática una pareja merece ciertos ítems. Ser pareja no es el aval necesario para poder demandar el trato que deseas. Del mismo modo, denegar ese trato debería tener más que ver con el tiempo, la energía y las prioridades de una, que con el deseo de librarnos de soportar el pack de tareas que supone tener una pareja. Entender así la pareja redunda en la idea de que quien ocupa este puesto tiene reservada una versión VIP de nosotras y, por otro lado, hace que todos aquellos otros encuentros románticos y/o sexuales dejen de verse como algo valioso en sí mismo; sino como intentos, proyectos, sucedáneos, de algo que no llegó a culminar. Como si hubiera relaciones que brotan y echan raíces y otras que solo germinan, lo cual es triste y supone eliminar todos los hermosos grises que ofrece el hecho de relacionarse.
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En definitiva, yo no soy mis relaciones y los vínculos que establezco no me definen, me conforman. Me niego a que exista una versión de mí soltera y una en pareja, no quiero ese desdoblamiento, ni quiero que esa sea la información más importante que tenga sobre mí misma. Porque además, esto no dice nada sobre el amor, ni tampoco sobre el enamoramiento, que es algo que ni siquiera hace falta mencionar para hablar acerca de cómo la soltería configura nuestra identidad y la visión que se tiene de nosotras. Para finalizar, una última idea: puedo estar soltera, pero eso jamás y bajo ningún concepto significará que esté sola. Basta ya de equiparar los términos, un poquito de decencia.
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