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Opinión · Dominio público

Por qué quiero que gane 'Sin novedad en el frente'

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Fotograma de la película 'Sin novedad en el frente'. — Netflix

Hace pocas semanas pudimos ver desfilar la excelente producción cinematográfica reciente en España en la gala de los Premios Goya. Joyas como As Bestas, En Los Márgenes, Alcarràs, Cinco Lobitos, Modelo 77 o Black Is Beltza II: Ainhoa nos han hecho no solo disfrutar y aprender, sino recordarnos que el cine sigue siendo de lo mejor que tenemos para contar nuestras historias, a pesar de todos los peros y contras que existen en la industria y las miserias que envuelven un negocio como otro cualquiera.

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El cine sigue contándonos historias reales que suceden bien cerca, que nos hablan de nuestros vecinos y vecinas, de nosotros mismos y de lo que vivieron otras generaciones. Y además, si se lo proponen, son capaces de agitar la conciencia. Lo hemos visto este año cuando Olga Rodríguez y Juan Diego Botto nos hablan de desahucios y de redes vecinales, de cuidados y de empatías en su película En Los Márgenes. Un cine con héroes cotidianos que contrasta con los ídolos canallas y la violencia extrema que demasiadas veces coloniza la cartelera. Alberto Rodríguez nos habló de presos comunes y de sus luchas por la dignidad entre rejas y en plena Transición. De la COPEL, de torturas y de lucha de clases. Fermín Muguruza nos engancha con su banda sonora mientras nos pasea por las luchas políticas de la segunda mitad del siglo XX en medio mundo, nos explica el tráfico de drogas como arma del Estado contra las insurgencias y hasta del debate sobre la lucha armada en el Euskadi de los 80. Y Alauda Ruíz nos habló muy en serio de mujeres, de los hogares, de relaciones, de los cuidados y de todo lo que a menudo se le escapa a la gran mayoría mientras los hechos suceden cada día en su casa. Este año, nuestro cine venía cargado de mensaje, aunque a algunos les pasase desapercibido.

Esta noche llegan los Óscar, donde las películas de la mayor y más hegemónica industria cinematográfica presenta sus mejores obras. Los amantes del cine hemos vuelto a disfrutar con un auténtico Spielberg hablando de sí mismo y de su familia en Los Fabelman, un relato clásico y entrañable de su niñez, con especial mención a su madre y a las circunstancias que relata sin juicios ni prejuicios. Nos hemos reído con el ridículo altar desde donde los ricos se creen dioses en El Triángulo de la Tristeza y la venganza de la clase obrera que nos regala Ruben Östlund. Nos hemos quedado pegados a la silla con el trepidante montaje y el enorme despliegue de Babylon de Damien Chazelle, nos hemos asfixiado y hemos empatizado viendo a Brendan Fraser en La Ballena, y hemos escuchado a las mujeres de Ellas hablan debatir sobre cómo afrontar la situación de violencia sexual e impunidad que sufren, en un valiente film de Sarah Polley.

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Sin embargo, una de las obras que, más allá de su excelente manufactura, quizás sea hoy más necesaria que nunca, es Sin novedad en el frente, de Edward Berger. Coincidía con varias amistades en el análisis y la preocupación ante la situación actual, con una nueva guerra bien cerca y en la que de nuevo nos han involucrado. Nos preocupa lo difícil que está siendo hoy ser pacifista sin que te llamen cómplice o equidistante. Atrapados entre quienes pretenden contribuir al conflicto enviando más armas y omitiendo cualquier solución que no sea una victoria militar, y los que justifican la invasión porque los otros lo hicieron mal. Mantenerse firme en los valores que siempre defendimos y que nos sacaron a las calles hace veinte años con la invasión de Irak está siendo agotador. ¿Qué ha pasado 20 años después para que hoy se haya esfumado el "No a la Guerra", y pedir que actúen los organismos internacionales antes que las alianzas militares se haya convertido en motivo de desprecio?

Sin novedad en el frente te sacude de una manera tan brutal como real es lo que se cuenta de cualquier guerra. Cómo detrás de tanta épica no hay más que muerte y dolor. Cómo detrás de toda bandera y excusa hay una clase trabajadora que pone los muertos y unas élites que hacen cuentas y hablan entre ellas mientras mandan al matadero a su plebe. Detrás de toda ayuda y gesto institucional hay un doble rasero, una omisión deliberada de otros conflictos y un interés a largo plazo que va más allá de salvar vidas. Solo cabe esperar, tanto a principios del siglo XX como ahora, a que los mandatarios se cansen y decidan poner fin a esta sinrazón.

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Es posible que la película pase desapercibida y se vaya de vacío, pues sería arriesgado promocionar el pacifismo en un momento en el que las industrias armamentísticas y energéticas de la mayor potencia mundial están haciendo buena caja con la guerra. No hay que olvidar que el cine es una herramienta más de propaganda, y aunque se cuelen pequeños rayos de sol entre tanta inmundicia, la industria cinematográfica no es ajena ni a las corporaciones ni a los gobiernos. Pero es cierto que el mero hecho de haberse colado entre las nominadas ya es algo.

Es de agradecer que, en una industria donde la violencia se convierte en entretenimiento, y donde se romantiza constantemente a los mafiosos, a los corruptos y a los sinvergüenzas, aparezca de repente, en medio de una guerra, una cinta que deje en evidencia la propaganda belicista. Por eso espero que gane y nos obligue a reflexionar sobre cómo hoy defender la paz, el diálogo y la diplomacia, como hicimos en 2004, está siendo tan jodidamente difícil.

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