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Opinión · Dominio público

Desde Magariños con amor (y dudas)

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Estuve el domingo en Magariños y no lo hice no por curiosidad, sino porque apoyo firmemente la propuesta y la vocación de Yolanda Díaz para presidir el gobierno de España. Me gustó ir. Servidora lleva ya miles de actos a las espaldas y por eso creo poder decir, sin temor a equivocarme, que fue un acto precioso.

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No lo fue tanto por las intervenciones (no me gustaron todas, no les voy a mentir) pero sí y mucho alguna de las ideas allí expresadas, esenciales para disputar el poder desde la izquierda en España, en especial la poderosa idea de la construcción colectiva de una alternativa política que aglutine, que teja y haga real las esperanzas y necesidades para un país desde la democracia económica, la contradicción capital/trabajo, el feminismo, la ecología política y el territorio.

Pero, además, disfruté el acto porque fue una mañana con muchos abrazos. Sin pretenderlo, se convirtió en un lugar de reencuentro de muchas personas que a lo largo de esta convulsa década hemos estado más o menos cerca o más o menos divergentes y que este domingo nos volvimos a encontrar. Fue una mañana de abrazos y encuentros de personas que, lo digo con solemnidad, me parecen imprescindibles para la construcción de un país mejor.

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No me refiero solo a los líderes de la docena de partidos que allí estaban, sino a que acudieron a apoyar la propuesta de Sumar buena parte de la intelligentia de izquierdas y progresista de nuestro país (periodistas, escritores y parte de esa cultura que a veces echamos tanto de menos). Más importante aún fue la presencia de buena parte del movimiento obrero, sindicalistas con mucha tralla en las espaldas a los que admiro y respeto, había científicos, activistas y gente corriente que quiere pelear por una España mejor. Muchas cabezas y muchas manos con la que construir y, siendo muchas, faltaron más.

Eché de menos cosas. Me hubiera gustado ver más manos tendidas, oír alguna referencia a las elecciones municipales y autonómicas que tanto importan, y desde luego, eché de menos que Podemos no asistiera, aunque respeto su decisión y lo hago, precisamente, porque los valoro. El acto del domingo cuenta, sustancia, ilusiona y propone un camino en el que espero, nos encontremos pronto muchos más. Magariños fue un paso que importa y lo fue, lo es, porque lo que nos jugamos no es quien manda en la izquierda, sino quien manda en el país.

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Las elecciones generales de este año no se van a evaluar en el número de diputados o candidaturas que la izquierda presente, sino es si es posible o no reeditar un gobierno de coalición progresista que haga avanzar derechos y justicia social. El éxito o el fracaso de una propuesta de izquierdas se evaluará, como es lógico, en si es capaz  de evitar que la derecha y el fascismo vuelvan a gobernar España. Esa es la tarea común, no es menor, y nos apela.

El difícil camino de la unidad

Sumar es ser un proyecto ilusionante, pero lo será más si aterriza. Mis simpatías por el proyecto no vienen tanto por las palabras bonitas en eventos públicos como por la práctica de Yolanda Díaz en el Ministerio de Trabajo y por las garantías que me ofrece que lo lidere una persona extraordinaria como ella, pero no es suficiente. Servidora no es de las que cree que los liderazgos fuertes sean especialmente relevantes para la tarea común, llámenme antigua, naif o loca, pero creo poder demostrarlo. Los liderazgos se construyen, no surgen de manera espontánea y, en muchos casos, son excusas tras la que se esconde cierto despotismo ilustrado, que no es, por decirlo de manera elegante, mi forma favorita de ejercicio del poder.

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La construcción de un Frente Popular (a la “años 30”), Frente Amplio (a la uruguaya), NUPES (a la francesa), Frente Amplio (a la chilena), son ejemplos de construcciones electorales unitarias de las que deberíamos aprehender, así, con hache: prender bien algo (especialmente si es de contrabando, puntualiza la RAE, para mi regocijo). Lo que quiero decir es que no es una idea nueva, por lo que no me parece particularmente inteligente partir de cero. El adanismo en política, como en casi todo, muestra ciertos signos de narcisismo que, al rechazar lo anterior a sí mismo para justificar su nueva existencia, puede cometer errores completamente innecesarios. Creo que los cometió Podemos cuando nació y espero y trabajaré para que Sumar no los cometa. Entiendan mi crítica como lo hacía Marta Harnecker, quien defendía la crítica a la izquierda desde la izquierda siempre que esté impregnada del deseo de resolver problemas, no de agravarlos. Es mi caso.

Los partidos políticos son actores esenciales. La separación, muy de principios de siglo, entre partidos y movimientos como si fueran dos esferas antagónicas, se ha visto sintética y afortunadamente superada por la necesidad de la acción común. Fragmentar a los de abajo es especialidad de la casa de la clase dominante; ergo, reconstruir esos fragmentos debería ser la de las clases populares y ahí radica la fuerza y la apelación a una candidatura de unidad. Pondré mi granito de arena para que todas estemos en ese proyecto y para que lo construyamos también con las y los compañeros de Podemos y no lo hago por ingenuidad o buenismo o por el respeto y cariño que a muchos de ellos tengo, sino porque sé, desde que la leí, que la última frase del Manifiesto Comunista no era una metáfora, sino una necesidad.

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