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Opinión · Dominio público

Un buen teatro

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Hace mucho tiempo que la política es más lo que parece que lo que es, lo que cuentan, lo que se escenifica y lo que de esa escenificación queda en las retinas del público. El martes, durante la celebración institucional del 2 de mayo, la jefa de protocolo de la Comunidad de Madrid, Alejandra Blázquez, prohibía al ministro de presidencia, Félix Bolaños, acceder a la tribuna de personalidades del sarao, en la que sí estaba su compañera de gobierno Margarita Robles, que no quiso saber nada del desplante como si aquello fuese la entrada al Berghain y fuese tolerable dejar al colega fuera porque tal oportunidad solo se presenta una vez en la vida.

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La estrategia comunicativa y estética de Isabel Díaz Ayuso siempre ha consistido en este tipo de puestas en escena de reservado de club de moda, de espacios con acceso limitado y matones en la puerta en los que se hace notar enseguida quién se queda fuera. Al cabo es la etapa última de la transformación de la ciudad de Madrid tras décadas de gobiernos de derechas, un núcleo privado al que solo se accede por la cara bonita y la cartera llena y una supuesta periferia más allá de la M-30, que es el Madrid de verdad, para quienes no dan el perfil y han de ser estabulados en los barrios, pagando alquileres desmesurados entre compañeros de piso de cuarenta años que sirvan para mantener en el dolce far niente a los madrileños que le gustan a Isabel y a sus porteros.

El patetismo del ministro agachando la cabeza y marchándose al patio en lugar de hacer valer su dignidad oficial y ponerle tope a los gestos de macarra de la presidenta, porque la política institucional también es esto, una confrontación perenne de dignidades, resulta mucho más entretenida y sabrosa a los espectadores que cualquier información que se pueda dar sobre ese día y ese acto. La impresión retinal ahí queda, Ayuso, con su hombrera de traje de luces, rematando con una estocada en todo lo alto a un socialista advenedizo y temblón.

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Hoy se apela a las buenas formas, a la educación y a la cortesía, al buen Bolaños no montando el número en una supuesta fiesta popular que no le importa a ningún madrileño excepto por el hecho de los días libres. Qué se puede decir después de una humillación pública semejante, queda jugar la carta de la prudencia y esperar que cuele.

Uno de los errores comunicativos más importantes de este gobierno durante la presente legislatura fue aquella visita de Pedro Sánchez a la Comunidad de Madrid durante la crisis de la covid-19, inolvidable aquella rueda de prensa en la que Sánchez parecía un embajador presentando credenciales ante la jefa de Estado de turno, haciéndole la producción entera y elevándole la función exactamente hasta donde ella quería. En esos teatros se forjan las mayorías absolutas que no se comprenden, en esos gestos de poder incontestables.

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La cortesía parlamentaria no sirve contra los paseítos de Ortega-Smith poniéndose gallito, sin separarse de su escolta, con manteros, okupas y quien sea que pase por allí. Tampoco contra las faltas de respeto en asambleas y plenos que la derecha ha tomado como forma de estar en política. El estilo cuenta, pero hay una distancia enorme entre las macarradas y los recitales de dignidad, los votantes de izquierda necesitan una firmeza que les represente, una escenificación realista de la capacidad para defenderse, un buen teatro de formas ásperas que les levante del asiento. Las apelaciones a la ilusión y a la sonrisa, pueriles, cansinas, inmaduras, sitúan al votante de izquierda en una especie de jardín de infancia de la ciudadanía donde todo se arregla cantando canciones sobre gallinas.

No se trata de establecerse en la confrontación violenta, sí en una firmeza más allá de la respuesta de debate universitario. Dice Declan Donnellan, director de teatro, en su magnífico “El actor y la diana”, que “el miedo intenta emborronar las líneas de lo que vemos. Difumina las diferencias que hay entre las cosas. El miedo nos asusta para que no veamos lo específico”.

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Al mal teatro se le eclipsa con buen teatro. Al monstruo hay que quitarle la máscara sin permiso para revelar su patetismo. Se puede hacer ver la vacuidad de la derecha, la de Ayuso es palmaria, solo hay que conseguir llevarla al terreno de la sanidad y la vivienda para que balbucee como una principiante, sin descuidar la puesta en escena y a quienes te están viendo.

Se decía de Tomaz Pandur, maravilloso director de teatro esloveno, que escribía sobre las tablas, a través de las imágenes. Pocos creadores teatrales han dejado impresiones visuales más hondas que él. Quizá es el momento de abandonar las réplicas que se escriben con mucho cuidado en la mesa del despacho o del escaño y salir a escena a dar un espectáculo duro y de buen gusto que podamos aplaudir.

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