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Opinión · Dominio público

Apuntes sobre el PP para la izquierda

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Aglutinar el voto para que no se pierda ni uno en el cómputo final es el objetivo de la izquierda a la izquierda del PSOE, sin contar a los nacionalistas e independentistas de Bildu, ERC y BNG, que si bien son muy conscientes de la necesidad de que se reedite la coalición progresista tras las elecciones generales del 23 de julio, y la apoyarán, andan ahora inmersos en sus propias estrategias en sus territorios, con elecciones en Galicia y Euskadi en 2024 y con una gobernabilidad compleja en Catalunya que podría, asimismo, adelantar sus comicios.

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El peso de la derrota a PP y Vox está sobre el PSOE, primero, y Sumar, después, no necesariamente en este orden, porque cada uno puede ser imprescindible para el otro: de poco servirán los buenos resultados del uno sin los ídem del otro, que se lo digan a Ximo Puig en País Valencià o a Guillermo Fernández Vara en Extremadura.

Poco se puede decir ya sobre la sorpresiva reacción de Pedro Sánchez a la pérdida de poder territorial de los socialistas el 28-M: del susto a la sorpresa y de ésta, a la asunción de que ha sido una jugada brillante dentro de la opacidad del riesgo a perderlo todo, el cual, por otro lado, existía en diciembre y en peores condiciones. Asumido a regañadientes este acontecimiento como mal menor en plena agenda veraniega -ojo con los ciudadanos/as cabreados con la fecha, también los propios- y apagadas ya las bengalas de la traca del 29-M en Moncloa, la pregunta obligada es ahora qué estrategia van a seguir el PSOE y Sumar para esta campaña, primero, que la diferencie de la del 28-M basada en la gestión y los anuncios de Consejo de Ministros y, segundo, que supere a la ola épica que, olvidada definitivamente la crisis tras la moción de censura a Mariano Rajoy, inunda al PP, sobre todo, pero también a Vox.

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La socialdemocracia y su izquierda carecen de épica en estos momentos -la gestión, por favorable que haya sido a los intereses de crisis inédita del país, es lo menos épico que existe para el votante- y sus grandes resultados han venido siempre de ella. Desde el PSOE de Felipe González frente a una UCD despedazada y una derecha postfranquista (franquista, más bien, con Manuel Fraga en cabeza) a la moción de censura que dio el primer gobierno a Sánchez o el 15-M que impulsó a Podemos, pasando por las mentiras del Gobierno de José María Aznar con la sangre aún caliente de las víctimas de los atentados de Atocha o el reventón durante el Ejecutivo de Rajoy de las décadas de corrupción interna del PP, los cambios de ciclo que han propiciado las grandes victorias de la izquierda han estado empapados de épica, de motivación. Da igual las campañas que hicieran los partidos, las medidas que prometieran (¿alguien se acuerda?); el votante estaba movilizado, expectante, ansioso por ir a la urna ... El trabajo estaba hecho en la calle, que hervía. La calle.

Hoy, la épica la tiene la derecha. ¿Con el discurso de siempre? Con el discurso de siempre: la campaña contra Sánchez de PP y Vox (o de PP, Isabel Díaz Ayuso y Vox) es calcada a la que hicieron con los presidentes José Luis Rodríguez Zapatero o González en sus últimos años: tres luciferes antidemocráticos, ilegítimos, delincuentes, aliados de ETA, del separatismo catalán, dispuestos a romper España, a derrochar nuestro dinero y freírnos a impuestos, a cargarse a las empresas, etc. etc. Ninguna novedad por el bando de la (ultra)derecha, Trump residía en España antes que en EE.UU.; lo sorprendente es que, a la hora de abordar la estrategia de campaña para el 28-M, el PSOE no lo tuviera previsto, y mira que son años de experiencia.

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La campaña de PP y Vox, auxiliada por unas potentísimas terminales mediáticas, las cuales, por otro lado, ha tenido siempre (recuerden la conspiración que denunció Luis María Anson ya en 1998), cuenta, no obstante, con dos novedades importantes: la renovación de sus líderes y el hastío del votante de izquierdas con los suyos a palo limpio, desde el PSOE hasta Podemos, en un momento de crisis social, climática, económica, de guerra, energética y de desigualdad rampante. Un despropósito cuyas últimas consecuencias, seguramente, aún estén por verse.

Efectivamente, Alberto Núñez Feijóo no es nuevo, pero es la novedad en la calle Génova y para el votante del PP. Además, viene de gobernar más de una década cómodamente en Galicia, esto es, avalado por un currículo de poder y presunta buena gestión que aplicar en España. De todas formas, lo de menos es el líder nacional del PP -cuyo gurú incuestionable sigue siendo Aznar, reencarnado en Ayuso: solo hay que seguir mínimamente los pasos de FAES, el laboratorio ideológico por excelencia de la derecha trumpista-; lo de más es la maquinaria de la (ultra)derecha unida y envalentonada contra el PSOE y sus socios.

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Los candidatos y candidatas territoriales del PP han sido renovados y, aunque a muchas nos resulte difícil olvidar tan pronto la corrupción brutal en País Valencià, no digamos en la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre, Francisco Granados o Ignacio González; los viajes a Canarias del presidente extremeño José Antonio Monago o la aun palpipante trama Kitchen, las cloacas de Interior o del PP de María Dolores de Cospedal en complicidad con el comisario Villarejo, la derecha se mueve por intereses de poder, no por ideales ni principios, y eso le hace ser mucho más pragmática y de memoria liviana: "Hemos matado al traidor interno [Pablo Casado], hemos renovado, nos hemos vuelto a unir y vamos a gobernar porque, además, hemos desmovilizado a una izquierda pejiguera que, por otro lado, se basta sola", comentaba un dirigente del PP en una charla informal este lunes. Sánchez no había convocado las generales durante ese breve intercambio de palabras, pero un mensaje suyo me ha confirmado el martes que sigue pensando exactamente lo mismo.

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