Opinión · Dominio público
Narcobulos
Periodista
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El 24 de abril de 2013, durante un accidentado pleno del Parlamento de Galicia, Alberto Núñez Feijóo fue despejando con pretextos y rectificaciones todas las sospechas que la oposición había arrojado sobre su Gobierno. Aquella sesión de control fue un espectáculo monográfico. Apenas un mes antes, El País había difundido unas fotografías en las que el presidente gallego compartía yate y vacaciones con Marcial Dorado, empresario, contrabandista y narcotraficante contratado en repetidas ocasiones por la Xunta. Las alianzas del Partido Popular con los barones de la droga siempre fueron un secreto a voces pero nunca habían llegado con tanta vehemencia a los círculos mediáticos y a la gresca parlamentaria.
Las redes sociales, que funcionan con pulsos impredecibles, han recuperado algunos momentos destacados de aquel pleno. Era una bronca con antecedentes. En una sesión anterior, Xosé Manuel Beiras había dejado caer algunas lágrimas al recordar a un familiar fallecido a causa de la droga. En ese momento, dos semanas más tarde, Feijóo tuvo la ocurrencia de ridiculizar los sollozos del portavoz de Alternativa Galega de Esquerda. En un arranque de indignación, Beiras se levantó de su escaño, atravesó el hemiciclo, se encaró con Feijóo y lo desconcertó con un manotazo en la mesa mientras la presidenta del Parlamento llamaba al orden a voz en grito.
Hay imágenes tan poderosas que se difunden como un fuego en un granero pero que al mismo tiempo, por culpa de su poder simbólico, pierden todos sus matices e implicaciones. La fotografía de Feijóo y Marcial Dorado, manoseada hasta el cansancio, nos lleva a veces a olvidar que la amistad entre el político y el mafioso no se limitó a un fugaz chapuzón veraniego sino que se prolongó en un intenso itinerario de viajes y llamadas telefónicas. Los negocios ilegales de Dorado, por otra parte, nos hacen olvidar otros negocios bendecidos por la ley y auspiciados por la Xunta. Y es que las empresas del narco se embolsaron al menos 157.000 euros bajo el mandato de Manuel Fraga.
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Lo mismo ocurre con el manotazo de Beiras. El vídeo es tan estridente que podríamos pasar por alto todo lo que se habló aquellos días en el Parlamento. La oposición preguntó una y otra vez por los contratos que la Xunta concedió a Dorado pero Feijóo incumplió su compromiso de facilitarlos. Ya en noviembre, la Xunta entregó un fardo de documentos que omitían las actividades de Feijóo al frente del servicio de salud durante los tiempos de camaradería con Dorado. En un pleno de mayo, el presidente juró que su Gobierno no había destruido "ningún papel, ningún documento ni ningún contrato". En otoño, la Xunta alegó que había destruido varios expedientes dañados en unas inundaciones.
La sombra de Dorado no solo persigue a Feijóo sino que atraviesa la historia entera del Partido Popular de Galicia. Gerardo Fernández Albor, primer presidente de la Xunta, se encontró con el contrabandista en el pazo A Boega de Gondarém allá por 1984. En aquel entonces, Dorado y sus compinches huían de la ley y administraban sus operaciones desde territorio portugués. Cuenta Nacho Carretero en Fariña que Albor "recomendó a los capos que regresaran a España y se entregaran a la Justicia”. Los capos siguieron el consejo y pasaron unas pocas semanas en el penal de Carabanchel. Después la Justicia aplazó la vista nueve años hasta que la Fiscalía determinó que los delitos habían prescrito.
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Feijóo puede alegar ahora que no siempre conoció el historial delictivo de sus socios veraniegos, pero el nombre de Dorado aparece en todas las hemerotecas como capitán de una de las tres grandes redes de contrabando en Galicia con acusaciones de comercio ilegal y delito monetario. El juez francés Germain Sengelein y el fiscal suizo Yord Shill lo relacionaban ya con el blanqueo de capitales en la investigación "Peseta Connection" y Baltasar Garzón lo había arrestado en la 'Operación Pontevedra' tras una incautación de 380 kilos de cocaína. Los indicios más notorios de que Dorado desempeñaba un rol dirigente en el tráfico de estupefacientes terminaron por ratificarse en 2009.
El otro día, en una entrevista con Silvia Intxaurrondo, todo el mundo pudo comprobar que Feijóo ha mentido sin recato durante la campaña. Mintió cuando dijo que el PP ha revalorizado siempre las pensiones de acuerdo al IPC y mentía cuando decía que Sánchez rehusó colaborar con los tribunales en la investigación del software Pegasus. No se trata de una inexactitud ni de un dato mal compulsado en un teletipo perdido de una agencia sin nombre, sino una estrategia política: el bulo sin sostén documental, el dato fantasioso lanzado al mar informativo a sabiendas de que apenas quedan periodistas dispuestos a toserle en la cara durante un directo.
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"¿Sabía que esa persona acabaría involucrada en el narcotráfico?", preguntaba Feijóo durante el dichoso pleno del Parlamento de Galicia. "No tengo poderes adivinatorios". La hemeroteca, sin embargo, es cruel con los embusteros y escupe las verdades a la cara con una gelidez notarial. Las fotografías más comprometidas de Feijóo se remontan a 1995. Para entonces ya habían transcurrido cinco años desde los primeros coletazos de la Operación Nécora y el nombre de Dorado ya había ocupado todas las portadas de todos los periódicos porque la Policía apuntaba con sus indagaciones hacia una red de blanqueo de capitales vinculada al tráfico de cocaína.
Este miércoles, durante una entrevista emitida en Al rojo vivo, Antonio García Ferreras sacó a relucir la cuestión y formuló la pregunta sin rodeos: “¿Sabía que era narco o no lo sabía?”. Feijóo negó la mayor con un argumento que ya ha empleado en otras ocasiones y que suena a excusa de baratillo. “Ahora es más fácil saber cosas porque hay internet, porque hay Google”. Pero Antonio García Ferreras no es Silvia Intxaurrondo y la mentira continuó su curso sin obstáculos ni rectificaciones. Cualquiera con una conexión a internet pudo haber comprobado en directo, a un par de clics, que los rodeos de Feijóo son tan grotescos como inverosímiles.
Creíamos que Vox había traído los peores vicios del nuevo populismo norteamericano, la conducta falsaria de Steve Bannon y las fake news de Breitbart News. No ha sido Vox sino el Partido Popular quien ha acogido con más entusiasmo esta táctica de confusión y descrédito. Se trata de embarrar el terreno de juego hasta que la verdad deje de tener ninguna importancia. Este miércoles mismo trascendía que Almeida pagó el año pasado 22.145 euros al youtuber utraderechista Javier Negre para que empoce las redes con el barro de sus falsedades.
La mentira ya no es tanto un desliz ocasional como una desvergonzada rutina, una forma de hacer política, un atajo, un modus operandi. Ahora amenaza también con convertirse en gobierno.
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