Cargando...

Opinión · Dominio público

El columnista y la periodista

Publicidad

Lamenta Jorge Bustos la impotencia del columnismo. No sumó mayoría absoluta la derecha caníbal de la que es soldado, y ahora escribe en El Mundo que "a veces uno lamenta que el juicio mayoritario de los españoles expresado en las urnas no coincida con el expresado individualmente en tantas columnas". Recuerda a la célebre viñeta aquella de Chummy Chúmez, en la que un bohemio melenudo mira con desprecio a una agrupación de desheredados y dice: «A veces pienso que esta gente no se merece que me lea entero El capital».

Click to enlarge
A fallback.

Bustos piensa también que no nos lo merecemos; que él no se merece un país en el que la opinión pública no coincida con la opinión publicada. En esta última caen también las encuestas, convertidas ya, ellas mismas, en un sofisticado columnismo, escrito con cocinados quesitos de colores en lugar de con retruécanos y paronomasias. También le pasa hoy a la derecha algo que debió de pasarle, porque les pasó a todos, al melenudo aquel en la Transición, que creía fervientemente en la inminencia de la revolución porque vivía en una burbuja de activismo donde tal creencia era corriente, y se perdía de vista la realidad sociológica del país.

Bustos o cierto otro propagandista de la ultraederecha, que se pregunta cómo puede ser que haya resistido Sánchez, cuando en la calle solo se escucha echar pestes de él, viven hoy en una en la que el eco obsesivo del «que te vote Txapote» atolondra los sentidos, que así no se dan cuenta de que hay calles, muchas calles, esas que ahora aparecen teñidas de rojo intenso en los mapas de voto por distritos, en las que un pueblo sensato sabe perfectamente que Txapote son ellos, porque ellos son hoy el hogar del fanatismo y de la violencia. Pasadas las elecciones, andan ya practicando la damnatio memoriae contra Marcelino Camacho, a quien planean retirarle una plaza en Navalagamella (Madrid). Planea retirársela el PP; un PP en solitario, sin Vox.

Publicidad

No ganó la opinión y sí ganó el periodismo. Lo hizo con ligereza, con sencillez. Silvia Intxaurrondo fue con un par de simples preguntas la gamechanger que hizo descarrilar la campaña de Feijóo. Vinieron luego otras cosas: Zapatero, el debate a tres, los memes de Perro Sanxe, humor, mucho humor. Se ganó con humor, con hedonismo, con alegría, y eso es importante. En estas elecciones, los de las cañitas y la libertad y el «quién le ha dicho usted que…» éramos nosotros, frente a esta estantigua de torvos fantasmas que vienen a prohibir, a volver a prohibir, a Lorca y a Virginia Woolf. Pero se ganó con la inestimable ayuda del buen periodismo, después de una semana en la que habíamos visto actuar al malo: ese Vicente Vallés y esa Ana Pastor, mudos, hieráticos, ante el galope de Gish de Feijóo.

Por cierto que a Intxaurrondo, no así a Pastor, no la hemos visto nunca darse esos golpetazos corporativos en el pecho que son típicos de los malos periodistas, ni ahuecar la voz con la épica campanuda del reportero incorruptible, titán del cuarto poder, incomodador de poderosos, desvelador de watergates, que siempre es un decir de qué careces al decir de qué presumes. Las paredes de la redacción de OKDiario, lo hemos visto en alguna foto, están decoradas con citas altisonantes de Tom Wolfe, Kapu?ci?ski, Orwell et alii sobre la información y la luz de la verdad y la valentía de la objetividad insobornable. El buen periodista, como el buen albañil, contable o charcutero, lo es sin pregonarlo; sin agarrarnos del brazo para decirnos que lo es. Hace su trabajo con serena deontología y lo concibe como ni más ni menos importante que otros.

Publicidad

Llueven ahora las facha tears y son agua de mayo; una bendición sobre los agostados campos del optimismo de izquierdas. No son invencibles los malos, no está escrito el destino, la civilización puede ganar a la barbarie. Como decía Camacho, ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar.

Publicidad

Publicidad