Opinión · Dominio público
La secta de la seguridad
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He leído en Le Monde diplomatique un editorial de Benoît Bréville que somete a examen nuestra idea de la seguridad. En 1990, un coche de la policía francesa se llevó por delante a un joven en Vaulx-en-Velin y la ciudad se incendió durante cuatro días de disturbios y saqueos. Su alcalde, el derechista Nicolas Sarkozy, llegó a atribuir aquel torbellino de indignación al desempleo juvenil. En 2005, dos jóvenes que huían de la policía en Clichy-sous-Bois murieron electrocutados en un transformador. Los tumultos se propagaron por toda Francia y el presidente conservador Jacques Chirac trató de templar los ánimos llamando a combatir la discriminación y la desigualdad.
Pero algunas cosas han cambiado con el tiempo. El pasado mes de junio, en la comuna de Nanterre, un policía le clavó un tiro en el pecho a un joven durante un control de carretera. Las algaradas dejaron un rastro de fuego y de rabia a lo largo y ancho del país. Laurent Wauquiez, heredero derechista de Chirac y Sarkozy, se pronunció en un tono diferente al de sus predecesores. Las revueltas, dice Wauquiez, no responden a ninguna crisis social sino a la desintegración del país. Su correligionario, Éric Ciotti, tachó de faccioso y antipatriota al izquierdista Jean-Luc Mélenchon por haberse expresado en términos similares a Chirac o Sarkozy.
El veredicto de Benoît Bréville es desolador: el debate público ha caído en las fauces de la trituradora securitaria e identitaria. Indagar en las causas sociales del descontento se ha convertido en una suerte de herejía y aquellos que tratan de encontrar explicaciones son descalificados como cómplices de la violencia. Las voces más obtusas sostienen sin evidencia que la policía por sí sola es capaz de resolver cualquier desorden social. Las políticas asistenciales, al contrario, deben descartarse igual que se descarta a sus beneficiarios. Por un inexplicable azar —las explicaciones están vedadas—, la pobreza se viste a menudo de matices raciales.
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Bréville lo llama "religión de la seguridad" y me parece que el término no puede ser más acertado. En Instituciones divinas, el escritor latino Lactancio sugiere que la palabra 'religión' está hermanada con la palabra 'ligar'. El culto es aquello que nos ata a Dios, o si se prefiere, aquello que nos une frente a un mismo enemigo, ya sea Satanás o los insumisos habitantes del extrarradio. La religión es además un fenómeno que interpela a la dimensión instintiva del ser humano. Por mucho que se vistan con el ropaje de la razón, los rezos y las adoraciones conectan con nuestra mente irracional. No hay fe sin dogma ni dogma sin obediencia. Doctores tiene la Iglesia.
Los doctores de la 'iglesia de la seguridad' son políticos conservadores, presentadores de televisión, portavoces policiales, vendedores de alarmas, traficantes de petróleo, mayoristas de armamento, señores de la guerra. No le faltan apóstoles al credo ni tampoco monaguillos. El Evangelio de la seguridad se escribe con la tinta del terror y se basa en la percepción, nunca en la certeza, de que vivimos rodeados por una amenaza perpetua. Nuestro jardín del Edén, custodiado por kilómetros de concertinas, resiste con dentelladas de rottweiler ante cualquier atisbo de contaminación foránea, los menores no acompañados, los okupas, la chusma incandescente de las periferias.
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El pasado mes de junio, moría en París el sociólogo Alain Touraine y la revista Qué leer ha recuperado una entrevista que le hizo Toni Montesinos allá por 2005, cuando las calles de Francia bullían entre coches calcinados, disparos policiales y nubes lacrimógenas. Entre otras cosas, Touraine ubica aquella crisis en las altas tasas de desocupación y las bajas perspectivas vitales. Un estudio de su grupo investigador analiza el nacimiento de un mito ramplón pero efectivo, un arquetipo diabólico, el joven de origen árabe que es por naturaleza agresivo y violador. Las estadísticas, dice Touraine, de ningún modo avalan esta creencia. Pero la fe no entiende de estadísticas.
¿Es posible aplastar con el martillo de los datos los mitos de la secta securitaria? ¿Basta apelar a las cifras frente a aquellas voces que predican el miedo desde sus púlpitos papales y exageran los peligros o los inventan llegado el caso? En los últimos comicios celebrados en España, no era extraño que los programas electorales y hasta los debates entre candidatos dedicaran todo un apartado a la seguridad entendida en su vertiente exclusivamente coercitiva. Me temo que los sectarios ya han impuesto su idea de la seguridad mientras la izquierda hace encaje de bolillos para no salir escaldada de polémicas trucadas que solo existen en los albaranes de Securitas Direct.
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Lo cierto es que las clases populares necesitan seguridad. Queremos estar seguros de que nuestros gobernantes no despiezan los centros de salud para entregárselos en deliciosos dividendos al cacique de turno. Necesitamos asegurar una educación pública y gratuita de calidad frente a aquellos que conciben los pupitres como un restrictivo privilegio. Hace falta seguridad laboral frente a la cultura de la precariedad, la temporalidad y la cara dura de tantos empleadores que no durarían medio asalto en una inspección de trabajo. Queremos la seguridad de poder llegar a fin de mes sin el riesgo de que una comitiva judicial llame a nuestra puerta con una orden de desahucio.
Las fuerzas de orden público y los correccionales ocupan un papel parcial en la idea de seguridad entendida en su conjunto. Y siempre merece la pena debatir sobre el modelo policial o sobre el monopolio de la violencia, pero condenar las molestias de una protesta social sin abordar sus causas es casi siempre una torpeza cuando no una maniobra deshonesta. Es mirar el dedo que señala la luna. Nos toca seguir acudiendo a las raíces de los problemas aunque la secta de la seguridad nos tache de herejes. Al fin y al cabo, en lo que llevamos de historia, las sociedades no han avanzado gracias a los dogmas sino a las herejías.
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