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Opinión · Dominio público

Notas sobre anticatalanismo

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JOAN GARÍ

Desde que Dionisio Ridruejo tuvo que envainarse algunas cajas de propaganda en lengua catalana destinadas a tranquilizar a los barceloneses a la mañana siguiente de la llegada de las tropas franquistas, la derecha de este país tiene un problema muy gordo con el hecho catalán. Al bueno de Ridruejo, que creía muy sinceramente que se podía ser fascista español sin ser anticatalanista, le explicaron entonces sus propios conmilitones las cosas muy claritas. Resultado: la propaganda en catalán se convirtió en humo, y el ejército franquista impuso en Barcelona la lengua de Burgos. Y aquí paz, y allá gloria.

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Es una evidencia muy difícil de ocultar que el anticatalanismo primario ha sido una constante en el pensamiento político de la derecha de este país, que ha abrevado en ciertas corrientes populares y también en líneas endoxenófobas características de las corrientes reaccionarias europeas. En el imaginario carca español, la construcción del pim pam pum del catalán avaro, afrancesado, solipsista y obstinadamente adicto a su propio idioma ha dado un juego fenomenal. No me extraña, entonces, que los herederos de esa forma de pensar se resistan a prescindir de ella, ni siquiera cuando, por necesidades electorales, deban enharinar sus patas para hacerse pasar por los corderos que no son.

Tras las últimas elecciones generales, la derecha española se ha encontrado en la tesitura de tener que cambiar el discurso maximalista de la legislatura anterior, so pena de eternizarse en una incómoda oposición. Durante cuatro largos años, y con la excusa de la discusión del nuevo Estatut de Cataluña, el PP y sus terminales mediáticas han bombardeado a la opinión pública con un discurso guerracivilista donde el odio a lo catalán se confundía con el resurgir de un nacionalismo españolista violento y maleducado. Hay tipos, en efecto, que sólo disfrutan de cierta autoestima cuando le pinchan la rueda al coche del vecino. Esta confrontación de identidades, por cierto, es lo que le ha procurado de rebote, al presidente Zapatero, cuatro años más en La Moncloa. Ante eso, en la derecha ha habido dos tentaciones: la de los que quieren continuar con el mismo discurso, aunque no les dé votos (Isabel San Sebastián dixit): y la de los que quieren volver a centrar el partido y difuminar la cornamenta nacionalista.

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Esa batalla, que se visualiza con el “Rajoy sí” o “Rajoy no” de los últimos tiempos, tiene mucha más importancia de la que se cree. Si ganaran los partidarios de la línea dura, sería una buena noticia para el PSOE, pero mala para el conjunto del Estado. Al fin y al cabo, un PP extremista, anticatalanista furibundo –y antivasquista–, ebrio de virulencia ideológica, enturbiaría para muchos años la salud democrática del país. Sólo hay que mirar los titulares de El Mundo o las arengas de la Cope para comprender que no se puede vivir así indefinidamente. La derecha española debe soltar lastre y desprenderse de aquellos iluminados que creen que España es una nación monolingüe y monocultural. De lo contrario, el futuro sólo traerá más nacionalismo español y, en el otro extremo, un reforzamiento de las opciones independentistas.

Comprendo que haya tipos a los que se les pongan los pelos de punta sólo con pensar que uno de cada cuatro españoles habla y/o entiende catalán. Deben creer que eso es un cáncer que hay que extirpar, y supongo que seguirán creyéndolo si algún santo no los ilumina y les alivia la histeria. Pero un partido de diez millones de votos no puede estar al albur de esos zoquetes.

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La disyuntiva es clara: o España asume con convicción su condición de estado plurinacional con cuatro lenguas (que tienen derecho a ser hegemónicas en su propio territorio), o el futuro es bastante negro. Si la derecha española quiere de verdad volver a ser alternativa de gobierno debe procurarse un discurso que explique e integre los hechos diferenciales. No creo que sea pedir tanto un nuevo discurso conservador donde se viva con naturalidad una España donde conviven el castellano/español, el gallego, el vasco y el catalán/valenciano.

Como ciudadano valenciano que soy me gustaría además que se asumiera sin muecas el hecho evidente de que nuestra variedad lingüística privativa forma parte inextricable de la lengua catalana. Esto ya es un axioma legal (al menos desde la sentencia 75/1997 del Tribunal Constitucional y la del 15/03/2006 del Tribunal Supremo, amén de los dictámenes de la Acadèmia Valenciana de la Llengua), pero ahora debemos conseguir que sea también una praxis política consensuada. En realidad, el anticatalanismo de la derecha valenciana (que alguien llamó “el antisemitismo de los pobres”) es el paradigma de la irracionalidad xenófoba de nuestros bienamados conservadores hispánicos. Sería un buen síntoma, por eso, que el PP comenzara a corregir su discurso por donde más lo ha desbocado y se adaptara a la realidad científica y legal en ese punto.

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Al final, da la sensación de que el episodio de Dionisio Ridruejo tiene un sentido más allá de su ingenuidad concreta. El franquismo era anticatalán porque identificaba a Cataluña con la modernidad y el progreso, un engendro a la vez burgués y bolchevique (sic). A Ridruejo el golpe le vino bien para caer del caballo: luego se hizo demócrata sin dejar de ser mal tipo.

Eso es lo que hay que pedirle a los del PP de Rajoy: nos caeis bien, muchachos, pero cerrad con siete llaves el sepulcro del Cid. España os necesita cuerdos, moderados y serenos.

Joan Garí es escritor. Su último libro es la novela La balena blanca

Ilustración de Iker Ayestaran 

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