Opinión · Dominio público
Está tan confusa que se hirió a sí misma
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No soy experto en videojuegos, pero sé que un pokémon confuso corre el riesgo de perder la orientación y terminar hiriéndose a sí mismo. También sé que la frase se ha incorporado a la cultura popular en forma de meme y estribillo digital, y no faltan ocasiones para señalar la paradoja, el karma, el bumerán que regresa con efectos retardados pero a una velocidad impepinable. “Está tan confuso que se hirió a sí mismo”. La prensa anglosajona abusa de una expresión equivalente: to shoot yourself in the foot, lo que viene a ser pegarse un tiro en el pie, una elocuente traducción castellana que Froilán llevó a la estricta práctica a los trece años cuando jugueteaba con una escopeta en una finca familiar de Soria.
Estos días, entre titulares de fraudes y corrupciones, la expresión ha vuelto a cobrar plena vigencia. Lo sorprendente no es que Alberto González, compañero de Díaz Ayuso, se haya embolsado dos millones de euros en comisiones por la venta de mascarillas. Y digo que no es sorprendente porque el historial cleptómano del Partido Popular y sus aledaños se extiende en una larga telaraña de intrigas, tráfico de influencias, falsedad documental, blanqueo de capitales o apropiación indebida. Ahí están los ecos de la Gürtel, Palma Arena, Fabra, las tarjetas B y un etcétera kilométrico. Detectar un corrupto en Génova es tan previsible como encontrarse con un mariachi en una cantina mexicana.
Lo sorprendente, sin embargo, es que las indagaciones contra Alberto González no responden a una iniciativa original de la Fiscalía sino que tienen un precedente en una denuncia presentada por el PP en marzo de 2022. Eran tiempos de guerra civil entre familias populares. Apenas unas semanas antes, Pablo Casado se había plantado en el programa de Carlos Herrera para poner tibio al hermanísimo de Ayuso por llevárselo crudo en plena pandemia. La cabeza de Casado rodó por los pasillo de Génova pero la Comunidad de Madrid tuvo que admitir el apaño. En efecto, Tomás Díaz Ayuso se había metido a la saca 283.000 euros de una empresa bendecida por un contrato digital. Es decir, un contrato a dedo.
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Como el asunto olía a chamusquina y la oposición se estaba poniendo las botas, el PP de Madrid pensó que la mejor defensa era un ataque contundente. Y allí que se fue Ayuso al pleno de la Asamblea para proclamar el contragolpe: “Vamos a investigar a todos”. Total, que el portavoz popular Alfonso Serrano se hizo fotografiar en las puertas de la Fiscalía Anticorrupción con un bombazo, un escándalo de los gordos, siete empresas de incontestables vínculos socialistas implicadas en la bicoca sin fin del material sanitario. La prensa de confianza puso el broche a la hazaña: “Ayuso denuncia ante la Fiscalía al Gobierno de Sánchez por varios contratos realizados durante la pandemia”.
Pero hoy hemos venido a hablar de tiros en el pie y de pokémones que se hieren a sí mismos. Y resulta que una de las firmas denunciadas por Ayuso había pagado dos millonazos en comisiones a Alberto González. ¿Qué decía La Razón sobre FCS Select antes de que estallara el escándalo? Que era una sociedad fantasma dedicada al mundillo de las bebidas espirituosas. Que durante la pandemia dio el campanazo y se convirtió en nuestro gran proveedor de mascarillas. Que sin duda debían de ser amigos de Salvador Illa. ¿Y qué decía el PP? Que FCS Select “recibió adjudicaciones por un valor 275 veces superior a su facturación y 84.800 veces superior a su capital social”. Que eran muy cucos, vaya.
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¿Pero esto es todo? ¿Terminan en este punto los disparos en el pie, los pokémones confusos, los bumeranes que retornan? No tan rápido. En marzo de 2022, en aquel marzo de guerra fratricida entre ayusistas y casadistas, el abogado Esteban Gómez Rovira acudió al Juzgado de Instrucción número 19 de Madrid para zumbar a Pablo Casado y Teodoro García Egea por un supuesto delito de revelación de secretos. ¿De dónde demonios habían obtenido las informaciones fiscales de Tomás Díaz Ayuso? ¿Por qué se habían permitido el lujo de airearlas en antena y dejar con el culo al aire las redes nepotistas de la insigne presidenta?
Volaron los días, Casado pasó a mejor vida y la jueza Inmaculada Iglesias reprobó la denuncia de Gómez Rovira por estar fundada en “meras sospechas o hipótesis”. Ahora Iglesias tendrá que examinar la denuncia de la Fiscalía contra Alberto González por indicios de delito fiscal y falsedad documental. El mismo juzgado investiga también la muerte de tres mujeres en el incendio de una residencia de Aravaca. En estos momentos es fácil imaginarse a Pablo Casado acariciando un gato en la sombra de su destierro y cruzando los dedos para que se cumplan los principios elementales de la justicia poética. Que alguien, por favor, le ponga un micrófono en la boca.
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Hay quien dice que Ayuso no puede perder el trono porque tiene untada a subvenciones a toda la fachosfera. En honor a la verdad, esta hipótesis tiene algo de realista y basta recordar los titulares de fuego amigo contra Casado en las cabeceras conservadoras. ¿Pero qué ocurrió con Cristina Cifuentes? Allá por 2015, en una tertulia de Intereconomía, Eduardo Inda la llenaba de flores y la calificaba como una “persona honrada” frente al “multimillonario Ignacio González”. Tres años después, OK Diario forzaba su dimisión con un vídeo cloaquero de un hurto en un Eroski de Puente de Vallecas.
Ayuso no es una pieza imprescindible de la derecha patria sino un resorte más dentro de un mecanismo reticulado y complejo, una maraña de poderes e intereses que opera en la capital de España y que no implica solo a las instancias políticas sino también a los dominios empresariales, los focos mediáticos, las policías o los tribunales. El que anda listo y se comporta puede pagar a tocateja un Maserati y forrarse el riñón con los amiguetes de la Consejería. El que se mueve no sale en la foto porque aquí lo único que cuenta es desvalijar los intereses públicos, trincar dinero a mansalva y medrar a golpe de pelotazos. Pero cuidado con el negocio de la construcción. Uno nunca sabe cuándo va a terminar cavando su propia tumba.
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